CAPÍTULO 30

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ESRA


Desde que la miré en la entrada del salón, supe que ella quería jugar con mi paciencia, bastó con ver la sonrisa que me dedico cuando mis ojos recorrieron su cuerpo. Esa falda de cuero que apenas cubre sus partes íntimas sumado a la camisa que dejó dos botones sueltos, no ayudarían a mi concentración.

Trate de concentrarme en la clase, normalmente desde la primera clase inicio con el primer tema, pero esta vez fue imposible, ver a Abbie tan concentrada en mi, ver como sus pechos resaltaban sobre la camisa al estar apoyada contra su mesa, llevo mi mente a imaginar cosas inadecuadas para n ese preciso momento.

Mi paciencia se fue cuando noté la manera en que ese chico la miraba, no solo porque Abbie sea mía, reaccionaria de la misma manera con cualquiera de mis alumnas y mis antiguos alumnos tienen en claro cada una de mis reglas.

No permito, ni permitiré ninguna falta de respeto a mis alumnas o alumnos.

Al entrar a mi oficina y ver la seguridad de Abbie al saber que logro afectarme, solo provoco enojo en mi. No suelo alterarme con facilidad, pero al saber que era uno de sus juegos, he decidido jugar con su propia voluntad.

—Menos cinco —susurro contra su oído cuando se le escapa otro leve gemido, es muy suave para escucharse desde afuera, pero es lo que ella estaba buscando.

Me separo de ella y la tomo se la cintura para llevarla a la silla conmigo, dentándola sobre mis piernas, abro sus piernas y recuesto su cabeza contra mi pecho para tener acceso a los bonotes de su camisa que suelto con mucha paciencia para provocarla aún más.

—¿Esto querías, Abbie? —le susurro, pero no emite ningún sonido más que el de su respiración agitada —Sabes que no me importaría hacerte gritar en cualquier lugar, ¿y aún así te atreves?

Silencio.

Ejerzo presión en sus pechos y los saco por encima de su sostén para comenzar a jugar con sus pezones entre mis dedos. Ella se arquea y muerde su labio con fuerza, pero se contiene. Sonrío sobre su cuello y paso mi lengua por la piel sensible de su cuello dejando un pequeño chupetón que quedará oculto bajo su camisa.

Deslizo mis manos por su cintura hasta llegar a sus piernas, ella intenta cerrarlas, pero no la dejo a detenerlas con las mías. Levantó su falta y comienzo a rozar el borde de sus bragas con mis dedos. Ella se mueve desesperada, así que muy despacio le voy dando lo que pide, su cuerpo va hacia adelante y se sostiene del escritorio, pero vuelvo a atraerla hacia mi.

—Abbie, reprobaras mi materia —digo sujetando su rostro con mi mano libre —¿sabes por qué? —le pregunto y niega —porque estamos haciendo algo que a ti te causa mucho placer, la adrenalina de ser descubierta, hará que te corras apenas mueva mis dedos y no vas a quedarte callada.

—Esra... —jadea al sentir mis dedos —para —su cuerpo me pide lo contrario —no volveré a hacerlo, no voy a provocarte más aquí.

—¿Cuantos puntos acabas de perder? —ella sonríe esta vez.

—No puedo más —jadea y cubro su boca al sentir que de verdad se correrá en cualquier momento.

Sus gemidos terminan amortiguados en mi mano en el momento en que su cuerpo se estremece de placer. La siento de lado sobre mis piernas y busco sus labios para besarla sin dejar de acariciar su cintura, ella rodea mi cuello con sus brazos y veo sus intenciones por cambiar de posición, pero cierro sus piernas impidiendo que se mueva.

—Debo volver a clases, nena —balbuceo.

—Vuelve a llamarme nena y dudo que salgas de esta oficina en todo el día —dice sonriendo.

El mejor de mis erroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora