9

5 1 0
                                    


Entré delante de Will a la lujosa mansión. Me invadió al instante una enorme sensación de amplitud. Vivir en un piso en ocasiones puede resultar claustrofóbico, aunque es una sensación que, con el tiempo, asimilas como tuya. Y también es cierto que nunca había estado en una mansión, no había estado ni siquiera en una casa que superara los cien metros cuadrados. Pero, en cuanto atravesé la puerta de Will, el piso de mis padres se me antojaba de juguete.

La entrada daba directamente a un gran salón, para llegar a este había que bajar un par de escalones. Al final había una enorme ventana que daba al jardín trasero. A mano derecha de esta, más al fondo, estaba la cocina, abierta, y con una enrome bancada de madera blanca que llegaba desde un extremo a otro, y toda rodeada por sillas del mismo color. Al otro lado del ventanal había un pasillo, que llevaba, según Will, a un baño y una habitación para invitados. Había gente del servicio, un hombre y un par de mujeres pululando por la planta baja. Justo al lado de la puerta de entrada, había unas escaleras que conducían al piso de arriba, donde estaban el resto de habitaciones y más baños, y otras que bajaban hasta el garaje. Cruzamos el salón y fuimos hasta el jardín trasero, una amplia extensión de césped con sillones en el centro, un par de sombrillas para cubrirnos del sol y una enorme piscina al final. La lluvia por fin nos había dado un respiro, dejando lugar al sol, de modo que se estaba a gusto en espacios abiertos. Will me ofreció sentarme en un sillón y él se sentó a mi lado.

―Bueno ―comenzó―. ¿Qué te parece?

―¿En serio hace falta que te lo diga? ―me reí―. ¿No te basta con mi cara?

Él se rió conmigo y nos quedamos un rato en silencio.

―Esto es increíble, Will ―le confesé.

Will volvió a reír de medio lado y me miró fijamente.

―¿Y si te dijera que me salió prácticamente gratis?

Yo le miré extrañado.

―¿A qué te refieres?

―Favores, Barry. De eso te estaba hablando el otro día, antes de que decidieras casi desertar.

―¿Insinúas que te la regalaron?

―Regalar como tal no, pero, comparando el precio original de la casa con lo que me costó... Podría decirse que sí ―hizo una pequeña pausa, miró al frente y continuó―. Un pez muy gordo me debía un gran favor... Yo simplemente lo cobré.

Me parecía increíble la capacidad que tenía Will para convencer a la gente. En aquel momento yo comenzaba a creerme toda esa mierda que me contaba, aunque no era del todo mentira. Pero él sabía de sobra que lo mejor era que yo fuese sabiendo la verdad poco a poco. Y sí, era un favor que debía cobrarse y demás, pero, piensa, ¿qué clase de favor vale una mansión?

―Mira, Barry ―continuó―. Lo más importante es saber con quién...

―Señor Winslow ―el hombre del servicio se acercó e interrumpió a Will―. La señorita Hawkins ha llegado ya.

―Estupendo, Thomas ―respondió―. Hágale pasar.

―Sí, señor.

El hombre, de avanzada edad, se marchó del jardín de manera un tanto apresurada. Will se levantó para recibir a Linda Hawkins y me pidió que me levantara yo también. La mujer que atravesó el gran ventanal era bastante alta y muy delgaducha, algo más mayor que Will, pero no anciana, con la cara alargada y la nariz fina y de punta redondeada. Era bastante pálida y tenía el pelo corto y un tanto ondulado. Se acercó a Will con los brazos ligeramente extendidos para abrazarlo y una sonrisa artificial.

Deja que el mundo ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora