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―¡Will! ―exclamó una voz detrás de la barra.

Ambos nos giramos al unísono. Aún no habíamos tenido la oportunidad de hablar, lo único que me había dicho él era que quería ver mi cara cuando probara el dulce. La voz del hombre sonó apenas había terminado el primer bocado. Estaba a punto de decirle que me encantaba, y la verdad que así era, pero no tuve la ocasión. De hecho, no sé si se lo llegué a decir en algún momento, aunque, de algún modo, él ya lo sabía.

La voz provenía de un hombre, bastante más mayor que Danielle, con una perilla algo desastrada y su pelo corto y castaño que ya dejaba entrever las canas. Era corpulento, no muy alto y vestía un delantal blanco lleno de manchas marrones y amarillas. El hombre salió de la barra y se dirigió hacia Will con los brazos abiertos. Él, por su parte, se levantó del sillón e hizo lo mismo. Ambos se dieron un fuerte abrazo entre risas y, cuando se separaron, vi que Will se había manchado su traje, que debía costar unos tres mil o cuatro mil dólares, pero también vi que a él no pareció importarle.

―¡Ben! ¡Amigo mío!

―Cuánto tiempo sin verte, maldito mocoso ricachón ―respondió Ben con acento francés.

―Querido, ¿nunca has escuchado la frase "no muerdas la mano que te da de comer"? ―inquirió Will con tono sarcástico. Después se echó a reír.

―Serás engreído. Hace mucho que no necesito de tu dinero, además, sabes que tu negocio no sería lo que es hoy en día de no haber sido por mí. Fui la primera persona que confió en ti, y tener un café ayuda mucho a que se corra el boca a boca.

―Bueno, eso tendríamos que verlo ―Will se dirigió entonces a mí―. Barry, este es Ben, el dueño de la cafetería y responsable de mantenerme siempre humilde.

―Humilde dice, pero si tu ego y tú apenas cogéis por la puerta de mi local.

Los dos se echaron a reír mientras que yo permanecí aislado de todo. Me sentía un poco incómodo, aunque tampoco había razón. Mi nuevo jefe me había dicho que quería hablar de mi contrato hacía tan solo unos minutos, y ahora estaba de risas con el dueño del local.

Will volvió a sentarse en el sillón y Ben cogió una silla de metal y la puso junto a nuestra mesa para sentarse un rato con nosotros.

―Joven ―me dijo a mí―, no dejes que este viejo pirata te tome el pelo. Sea cual sea la cantidad que te ofrezca de sueldo, pídele el doble. Te aseguro que se lo puede permitir, y no sería así de no ser por mí.

―Pues, el caso, Ben ―continuó Will―, es que habíamos venido aquí para ver si llegábamos a un acuerdo entre los dos. Necesitaba un sitio dónde pudiéramos estar cómodos y hablar con tranquilidad del tema. No me gusta tratar estas cosas en despachos, me parece demasiado frío.

Frío, curiosa palabra, ya hasta se me había olvidado.

―De acuerdo, eso es importante. No te robaré más tiempo entonces. Solo una cosa más ―bajó entonces el tono y se acercó más a Will para que el resto de clientes no le escucharan, aunque yo podía oírles a la perfección, y eso ellos lo sabían―. Tengo un pequeño problema con esos cabrones de los que te hablé, ¿lo recuerdas? Los mismos que me concedieron el primer préstamo y me endeudaron hasta el cuello. Ahora van y dicen que la deuda no está saldada. ¿Te lo puedes creer? Aunque te diré lo que yo pienso. En mi opinión, están en horas bajas y estarán recurriendo a viejos arrendatarios, a ver si alguno se amedrenta lo suficiente como para soltar los billetes. Necesito tu ayuda, Will, sabes que la deuda está pagada, me diste hasta más de lo que ellos me pedían para asegurarnos de que me dejaran en paz. Si tú pudieras...

Deja que el mundo ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora