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Bajando el ascensor me quedé pensando en ese par de asuntos de Will y en por qué, si yo iba a ser su mano derecha a partir de ahora, no quería que estuviese con él. Es posible que fuese a tratar ese tipo de temas que yo, bajo ningún concepto, podía nombrar fuera de la oficina o, incluso, fuera de su despacho. Pero, vamos a lo mismo, si acababa de firmar un contrato de confidencialidad (literalmente con tinta y sangre) y se suponía que yo debía de aprender... No sé, supongo que Will estaba esperando un mejor momento para comenzar a enseñarme.

También pensé en ese tipo de asuntos, esos por los que me había hecho firmar un contrato de confidencialidad y que requerían mi máxima discreción. Porque sí, a priori pensé en aquello de los morosos y los cobradores que irían detrás, pero mi cabeza le daba muchas vueltas a todo y, más aún, a esos asuntos qué, a mi parecer, no habían quedado del todo claros. Y, por supuesto, Will no había sido nada claro con respecto a eso, sin embargo, para él era muy importante que lo firmara. Al rato pensé que, tal vez debería haber preguntado. Siendo sinceros, había sido una estupidez haber firmado sin saber exactamente a qué se refería Will con aquello de la confidencialidad. Eso era a lo que me refería en un principio y no supe bien cómo decir, pero supongo que ahora me venían mejor las palabras a la mente, o al menos, unas más acertadas. Cada poro de William Taylor Winslow parecía estar biológicamente diseñado para atraer, embaucar y obedecer. No sabía por qué, pero no me surgió ni una sola pregunta al respecto en aquel momento. Es más, tampoco parecí necesitarla. Estando frente a él era como si ya tuviera respuesta, solo que no la conocía y no hacía falta que lo hiciera. Él tenía la respuesta, y solo con eso bastaba.

Por lo tanto me surgieron un par de posibilidades al respecto por lo que Will no querría que yo hablara. La primera de todas, droga. Will necesitaría droga de vez en cuando y, como yo estaría día y noche encima de él, necesitaba estar seguro de que yo no abriese la boca. Pero deseché esa idea enseguida, teniendo en cuenta qué, al tratarse de un tema ilegal, el contrato de confidencialidad en sí era nulo de pleno derecho. Así que debía ser otra cosa. También se me ocurrió qué, simplemente quería ahorrar tiempo, y si Charity me tenía que enseñar sí o sí, lo mejor sería continuar haciendo cosas por su lado, aunque yo no estuviese delante, y tal vez me las contaría luego. Esa pareció la idea más factible, y, en un principio, me conformé con esa. Hasta que, poco después descubrí la verdad, pero, como ya te dije, no quiero adelantar acontecimientos.

Las puertas del ascensor se abrieron y yo me dirigí hasta la recepción. Cuando llegué a la mesa, vi que Charity no estaba, pero en su lugar había otra chica, la cual siempre había estado ahí pero, para ser sinceros, nunca había reparado en ella hasta ese momento. Esperé un par de minutos, a ver si aparecía, pero nada. Acabé preguntando a su compañera, y me dijo que había salido un momento a hacer un recado, pero que ya no tardaría mucho. Decidí esperar en el hall, dando una vuelta para verlo todo con más detenimiento. Casi todos los despachos estaban con la puerta cerrada, los que la tenían abierta estaban vacíos. Supuse que la gente estaría en su hora de descanso, ya que apenas pasaban las cuatro de la tarde. Me acerqué entonces a la cafetería que había en la planta baja. Junto a la puerta, en un cartel, estaban escritos los precios básicos como los de los cafés y algún que otro bollo. También tenían apuntados los precios de los desayunos y almuerzos que se servían cada día y que iban variando según la semana. Junto a la entrada, había un gran tablón colgado, con diferentes carteles informativos, desde cambios en la organización de las tareas hasta anuncios de próximos eventos como la fiesta benéfica que William había organizado en su propia mansión a las afueras de la ciudad y que iba a celebrar en tres días. Montaría una especie de galería de arte y dijo que los fondos se utilizarían para ayudar a una causa que aún estaba por decidir.

Todavía estaba mirando los diferentes panfletos cuando, uno de los trabajadores, salió de su despacho, hablando por el móvil. Al principio no le di mayor importancia, pero al final me hice el distraído con el tablón de anuncios y presté atención.

Deja que el mundo ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora