Extra 3

29 10 0
                                    

Amber...

Los días en que Amber no había ido a clases me tenían preocupada. Había notado su ausencia y sabía que algo no estaba bien. Después de hablar con Violett sobre ello, decidimos ir juntas a su casa para asegurarnos de que todo estuviera bien.

Llegamos a la casa de Amber, nerviosas por lo que podríamos encontrar. Ella nos recibió en la puerta con una mirada dura, como si no quisiera que estuviéramos allí.

— ¿Qué quieren?— preguntó Amber fríamente, a punto de cerrarnos la puerta en la cara.

Intervine rápidamente, antes de que cerrara por completo la puerta:

— Amber, estamos preocupadas por ti. ¿Puedes dejarnos entrar y hablar contigo un momento? — mi voz reflejaba mi preocupación genuina por ella.

Amber pareció considerarlo por un momento, y luego, como si cediera a regañadientes, nos permitió entrar. Nos miró con desconfianza mientras cruzábamos el umbral.

— ¿Qué quieren saber? — su tono seguía siendo cortante, pero ahora con una mezcla de vulnerabilidad que no pasó desapercibida.

La abracé de repente, sorprendiéndola. Al principio se quedó rígida, como si no supiera cómo reaccionar. Violett se unió al abrazo poco después, formando un gesto de apoyo que Amber finalmente aceptó.

— Estamos aquí porque nos preocupamos por ti, Amber. Queremos asegurarnos de que estás bien. — le dije con suavidad mientras nos manteníamos abrazadas.

Amber se relajó un poco entre nosotras, su actitud defensiva cediendo lentamente.

— No estoy bien. — admitió finalmente en voz baja, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. — Todo está siendo difícil.

Violett y yo la escuchamos con empatía, dejando que Amber compartiera lo que sentía. Nos sentamos juntas y pasamos un tiempo hablando, dejando que Amber expresara sus preocupaciones y miedos.

— He descubierto que tengo VIH. — nos reveló con voz quebrada, sus palabras pesadas en el aire. — Y estoy lidiando con una depresión que parece no tener fin.

Nos sorprendimos por la confesión de Amber, pero la escuchamos con compasión y sin juzgar.

— Amber, Dios puede traerte sanidad y paz en medio de todo esto. — le dije con sinceridad, esperando que pudiera encontrar consuelo en nuestra fe.

Ella nos miró con tristeza y sacudió la cabeza lentamente.

— No creo en Dios. No puedo. — sus palabras fueron como un golpe en el corazón. — Pero les pido perdón. Sé que fui dura con ustedes, pero es difícil aceptar ayuda cuando no crees en nada.

Fue doloroso escuchar su rechazo a nuestra fe, pero entendimos que cada persona tenía su propio camino de enfrentar las adversidades.

— Te perdonamos, Amber. — le aseguró Violett con ternura, su mano apoyándose en el hombro de Amber. — Y siempre estaremos aquí para ti, sin importar qué.

Después de tanto hablar y compartir lágrimas, nos despedimos de Amber con un abrazo sincero. Salimos de su casa sabiendo que nuestra amistad había sido probada y fortalecida por las difíciles circunstancias que enfrentaba Amber.

***

Lloré mucho esa noche después de salir de la casa de Amber. Mis lágrimas eran un torrente de emociones que no podía contener. Me sentía impotente y abrumada por la situación de mi amiga. En mi habitación, mirando al cielo estrellado desde la ventana, me dirigí a Dios con preguntas que pesaban en mi corazón.

— Señor, ¿por qué Amber tiene que pasar por esto? — murmuré en medio de sollozos, buscando respuestas que parecían tan distantes.

Le conté a Dios sobre Amber, sobre su enfermedad, Le rogué que la ayudara, que trajera sanidad a su cuerpo y paz a su corazón.

— Ayúdame a entender, Señor. Ayúdame a ser luz y amor para aquellos que lo necesitan, aunque no comprendan tu plan. — le pedí en un susurro, sintiendo cómo mi corazón se ablandaba ante la comprensión de que el amor de Dios abarcaba incluso los momentos de duda y negación.

Esa noche, encontré consuelo en la certeza de que mi papel era estar allí para Amber, independientemente de nuestras diferencias. Aunque no todos compartieran mi fe, podía ofrecer amor y apoyo incondicional, sabiendo que cada acto de compasión podía hacer una diferencia en la vida de alguien.

Me acosté esa noche con la esperanza renovada y una determinación más fuerte de ser una luz en medio de la oscuridad, confiando en que Dios guiaría mis pasos y usaría mis palabras y acciones para traer consuelo y esperanza a quienes lo necesitaban, incluso cuando la vida presentara desafíos abrumadores como los de Amber.

En medio de mis pensamientos y mis conversaciones con Dios esa noche, también reflexioné sobre la cantidad de jóvenes que conocía, amigos y conocidos, que vivían vidas desordenadas y sin rumbo. Pensé en cuántos de ellos estaban frente a mí en la escuela, en las fiestas, en las redes sociales, y no tenían idea del amor y el poder transformador que Dios podía ofrecerles.

— Hay tantos jóvenes, Señor, que te necesitan desesperadamente pero no te conocen. No comprenden que Tú puedes cambiar sus vidas, que tu amor puede llenar el vacío que sienten y traer paz a su confusión.— murmuré en voz baja, con el corazón cargado de compasión por aquellos que estaban perdidos en sus propios caminos.

Recordé a tantos amigos que, como Amber, estaban buscando respuestas en los lugares equivocados, tratando de llenar un vacío con experiencias temporales que solo dejaban más dolor y confusión. Quería gritarles que había una alternativa, que el amor de Dios estaba disponible para ellos también, esperando ser aceptado y transformar sus vidas.

— Si tan solo supieran que Tú estás aquí, listo para recibirlos con amor incondicional. Que no tienen que seguir en este ciclo de dolor y decepción. — susurré, sintiendo la urgencia de ser un puente entre ellos y el amor de Dios, de mostrarles que había una esperanza más allá de sus circunstancias actuales.

Con cada palabra dirigida a Dios esa noche, mi determinación creció. Quería ser luz en la oscuridad, llevar esperanza a aquellos que estaban perdidos y mostrarles que había un camino mejor, un camino de amor y restauración.


Justo a tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora