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"Mi reina~"
La mansión Galie estaba en un estado de calma tensa, un silencio pesado que reflejaba la preocupación por Dafne. Esa tranquilidad se rompió abruptamente cuando la puerta principal se abrió de golpe y entró Iruma, pero no el Iruma habitual. Este Iruma tenía una apariencia distinta: su cabello azul ahora brillaba con reflejos violetas, sus ojos tenían un brillo más maligno y determinado, y su atuendo lo hacía lucir como todo un rebelde.
Poro, al verlo, mostró su desagrado inmediatamente.
-¿Qué hace aquí este humano? - Espetó con desprecio- ¿Por qué Dafne tiene que juntarse con chusma como esa?
Iruma sonrió con una malicia desconocida en él.
-No se preocupe señor Amducias, lo entiendo- Dijo con una sonrisa torcida- Debes de ser un gran amargado sabiendo que el hombre al que amabas siempre estuvo enamorado de otras-
Las palabras de Iruma fueron como un veneno, y Poro apretó los puños, su rostro contorsionado de furia.
-Convertire tú esqueleto en un violín, mocoso- Amenazó Poro-
Iruma le sacó la lengua y le mostró el dedo del medio, completamente desinhibido en su ciclo de maldad. Luego se giró hacia Madame Galie, su expresión suavizándose ligeramente.
-¿Dafne está en su habitación?- Preguntó, aún con una chispa maligna en su mirada-
Madame Galie, algo confundida por el cambio en Iruma, asintió lentamente.
-Sí, está en su habitación-
Sin decir más, Iruma se dirigió hacia las escaleras, decidido a ver a su amiga. Mientras subía, Poro miró a Madame Galie con preocupación y confusión.
-¿De verdad dejaremos que este mocoso vea a Dafne en su estado actual?-
Madame Galie suspiró, observando la figura de Iruma desaparecer por el pasillo.
-Quizás él pueda hacer algo por ella que nosotros no podemos, Poro. Debemos confiar en que todo saldrá bien-
-Si Dafne grita no me hago responsable de mis actos-
Iruma caminaba por el pasillo de la mansión Galie, sus pasos resonando en el silencio mientras se acercaba a la habitación de Dafne. En su ciclo de maldad, su mente estaba clara y su determinación inquebrantable. Dafne era su reina, y aunque nunca lo había expresado de manera tan directa, ahora no tenía pelos en la lengua. Decía todo lo que pensaba, tanto lo bueno como lo malo, y no podía negar que Dafne le ponía un tanto nervioso.
