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"El inframundo el lugar donde habitan los demonios y quién gobierna estás tierra es el Rey de los Demonios y su reina
Sin embargo, los tronos de dichos monarcas llevan un tiempo vacíos
¿Quien será el próximo rey y reina de los demonios?"
Era una noche fría en el inframundo, y el invierno parecía adelantarse, con un viento helado que se colaba por las ventanas de la mansión Galie. Madame Galie, sentada en su elegante salón, miraba detenidamente algunos bocetos de vestidos que le habían enviado para su nieta, Dafne. A pesar de la elegancia de los diseños, su mente estaba en otro lugar. Estaba preocupada por su pequeña Dafne. Hoy, la joven había tenido una discusión acalorada con sus amigos, los había echado de la casa, y luego se había negado a salir de su habitación, ni siquiera para cenar. Aunque entendía que Dafne estaba pasando por una etapa difícil, sus pensamientos no podían evitar rondar en torno a lo frágil que parecía últimamente.
Madame Galie suspiró, pensando que, tal vez, sería mejor hablar con ella en la mañana, darle algo de tiempo para procesar lo que fuera que la estaba angustiando. Después de todo, a veces las emociones adolescentes requerían espacio y paciencia.
De repente, su mayordomo Sebastián apareció en el umbral de la puerta. Con su habitual elegancia y tono respetuoso, anunció la llegada del joven maestro Poro.
-El joven maestro Amduscias ha llegado, mi señora-
Madame Galie apartó los bocetos y se quitó sus lentes, frotándose los ojos con un gesto cansado.
-Dile que entre- Dijo con voz tranquila, aunque el cansancio era evidente en sus ojos-
Poro no se hizo esperar. Entró en el salón sin ceremonia, su presencia imponente llenando el espacio. Con una actitud despreocupada, se dejó caer en el sofá frente a su madre, sin la más mínima intención de guardar las formalidades. Su mirada, sin embargo, estaba llena de un fuego contenido. La relación entre madre e hijo siempre había sido tensa, especialmente desde la desaparición de Rose, la hermana de Poro.
Madame Galie lo observó por un momento, su rostro imperturbable, pero con una pizca de decepción en sus ojos.
-¿Así es como entras a la casa de tu madre?- Preguntó en un tono que mezclaba la reprimenda con la preocupación- Pensé que te había enseñado modales-
Poro, con una expresión hastiada, apoyó un brazo en el respaldo del sofá y la miró sin inmutarse.
-Madre, no me importa en absoluto lo que pienses de mis modales- Respondió, su voz resonando fría pero firme. Sus ojos se oscurecieron, llenos de una rabia contenida- Dime, ¿por qué me has hecho venir aquí? No tengo tiempo para tus juegos-
