Rude, Red, and Royal

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El grupo de chicas y los soldados de juguete avanzan con determinación hacia el imponente castillo carmesí, la majestuosa residencia del enigmático Rey Rojo. Su propósito es claro: abandonar el sorprendente y misterioso mundo de Ever After y buscar la ayuda del Rey para encontrar a sus queridos amigos, Tb y Jaune. Han decidido seguir el camino trazado por Alyx, la protagonista del antiguo cuento, quien logró escapar de aquel reino encantado.

A medida que marchan, el resonante eco del tambor del capitán envuelve el aire, marcando un ritmo constante y solemne. Sin embargo, las dudas empiezan a surgir en las mentes de las chicas, sembrando incertidumbre sobre la decisión de emular la travesía de Alyx.

—¿Estamos seguras de esto? —pregunta Yang, con una mezcla de preocupación y desasosiego en su voz.

—Bueno, el Rey Rojo ayudó a Alyx —responde Ruby con una seriedad que intenta ocultar sus propios temores.

—Pero no somos Alyx —refuta Weiss, expresando una verdad que pesa sobre todas ellas.

El silencio se adueña del grupo tras estas palabras, cada una sumida en sus propios pensamientos. Solo el constante y rítmico sonido del tambor y el crujir de sus pasos sobre el suelo rompen la quietud. La tensión en el aire es palpable, y cada paso hacia el castillo carmesí parece llevar consigo una mezcla de esperanza y temor.

Un tiempo después, nuestro valiente grupo de heroínas llegó finalmente al castillo. Los imponentes guardias de juguete se alinearon ceremoniosamente, uno al lado del otro, mientras el resonante sonido del tambor llenaba el aire. Con una precisión militar, los guardias se separaron al tocar la trompeta, abriendo paso para la llegada del "Rey Rojo".

Delante de ellas apareció una figura inesperada: un muñeco de porcelana bajito, con grandes ojos rojos y pupilas en forma de diamante. Vestía una túnica roja adornada con una pajarita carmesí, complementada con una camisa de rayas blancas y negras. Su cabello rubio y una corona dorada con incrustaciones carmesí completaban su apariencia regia.

—¿Tú eres el Rey Rojo? —preguntó una de ellas con incredulidad, reflejando la sorpresa que todas compartían al ver que el supuesto rey era en realidad un niño.

—¡¿Cómo osas?! —respondió el niño, sin ocultar su enojo ante la equivocación. — No hay ningún rey. Yo soy el Príncipe Rojo. ¿Se atreven a entrar en el castillo de alguien sin siquiera saber quién es? ¡Y en mi cumpleaños!

—¡Feliz cumpleaños, su alteza! —corearon los soldados al unísono, aunque uno de ellos, distraído por una mariposa, tardó en unirse al saludo. Un rápido golpe de su compañero lo devolvió a la realidad.

—¡Feliz cumpleaños, su alteza! —repitió apresuradamente.

—Claro, claro. Es un día feliz —dijo el Príncipe con una sonrisa, su enojo disipándose momentáneamente. — Muchísimas gracias.

Mientras tanto, las chicas intentaban asimilar la inesperada situación. La figura imponente del Príncipe Rojo contrastaba con su apariencia infantil, y sus corazones oscilaban entre la sorpresa y la cautela. Frente a ellas, el Príncipe Rojo, con su mezcla de autoridad y niñez.

—¿El Príncipe Rojo? —susurró Blake, con asombro en su voz.

—El rey no era tan maleducado —dijo Yang, frunciendo el ceño—. Ni tan enano, ni tan escandaloso.

Las palabras despectivas de Yang sobre el Príncipe no pasaron desapercibidas. Uno de los guardias, escuchándola, decidió enfrentarla en lugar de ordenar su arresto.

—De no haber sido por los suyos, el rey seguiría aquí —replicó el guardia, su tono lleno de reproche.

Al terminar su frase, todos los guardias levantaron sus dedos índices hasta sus labios, invitando a el guardia a que guardara silencio. Avergonzada, el guardia retrocedió a su posición. Ruby, conteniendo un suspiro de frustración, se adelantó con una sonrisa fingida y una leve reverencia hacia el Príncipe.

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