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La sensación es embriagadora, llevándolo a nuevas alturas de deseo. Una serie de gemidos salen de tus labios hinchados.
—Te ves tan sexy así —murmura contra tu piel caliente—, toda consumida y marcada por mí. —Su lengua lame tus pliegues resbaladizos de nuevo, saboreando tu sabor. Cada movimiento y remolino envía sacudidas de placer a través de tu cuerpo, reavivando las llamas del deseo. —Solo relájate —te tranquiliza, echándose hacia atrás un poco para mirarte a los ojos—. Déjame encargarme de todo.
Lentamente, metódicamente, comienza a trabajar en tu sensible protuberancia, su boca es un oasis cálido y húmedo en tu palpitante clítoris. Las sensaciones duales de su lengua y los restos de su semen cubriendo tu coño te hacen retorcerte bajo su toque. "Joder, Ume, tan sensible", gimoteas, apretada alrededor de la nada. Él se ríe oscuramente, las vibraciones se suman a la intensidad mientras continúa provocando tu clítoris con su lengua. Sus manos recorren tu cuerpo, amasando y acariciando, mapeando cada curva y caída.
—Mmm , sé exactamente lo que te gusta —ronronea, sus palabras amortiguadas contra tu piel sensible—. Eres tan receptiva a mí, nena. Siempre tan ansiosa por complacerte como una pequeña zorra —se ríe entre dientes. Aumentando la presión, succiona suavemente tu clítoris, haciendo girar su lengua alrededor del capullo antes de soltarlo con un chasquido. El aire frío golpea tu piel húmeda, enviando escalofríos por tu columna vertebral. Te hace girar, guiándote para que te sientes en el borde de la mesa. Inclinándose, captura tus labios en un beso profundo y apasionado, su lengua profundizando en tu boca para reclamarte una vez más.
—Pruébate en mi lengua —gruñe contra tus labios, su voz cargada de lujuria—. Pruébanos, juntos. El sabor ácido de su semen se mezcla con tu propia dulzura natural, un cóctel embriagador que solo sirve para aumentar tu excitación. Puedes sentir su dureza presionando contra tu estómago, un recordatorio constante de lo que está por venir.
—Ahora, vamos a limpiarnos —murmura, rompiendo el beso para ponerse de pie y ayudarte a ponerte de pie—. Y luego podemos empezar la segunda ronda —sigue una risa entrecortada, en tono de broma, junto con tus gemidos de queja, ya sintiéndote dolorida—. No puedo sentir mi pierna —se ríe de buena gana ante tu queja, moviéndose para agarrar tus caderas para ayudarte a sostenerte. —Pobrecita —se burla, apretándote las caderas suavemente—. La próxima vez seré más suave contigo —besa tu frente con los mismos suaves ojos grises que siempre tenía.
—Espérame aquí, nena, déjame limpiarte —te besó la frente una vez más antes de tomar un paño limpio para limpiar tu desorden y el suyo. Con movimientos suaves pero firmes, Umemiya limpia la evidencia de tu intensa relación amorosa. Su toque es cuidadoso pero minucioso, asegurándose de que se borre todo rastro de sus esencias combinadas.
—Ya estás mejor —dice, dándote un suave beso en la sien—. Te tengo —envuelve la tela alrededor de tus caderas, asegurándola bien para que la sangre siga fluyendo hacia tus piernas. Te da una palmada juguetona en el trasero y sonríe—. Quédate ahí, nena. Vuelvo enseguida —regresa momentos después, Umemiya lleva una botella de agua fría y una pequeña toalla.
