Capítulo veintiseis

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Lili entró haciendo chocar la puerta con la pared. Louis se levantó de inmediato de su asiento y apretó los labios al verla.

Estaban en la pequeña sala de espera frente al despacho de la directora, en las instalaciones administrativas del teatro. Era la segunda vez que Louis estaba allí. La primera fue cuando firmó su contrato.

Quizás era por la situación, pero el lugar le parecía totalmente distinto al que recordaba.

Lili se dirigió hacia él.

—Tranquila —murmuró antes de que ella lo tocara.

Eran las diez de la noche y Lili le había llamado y escrito durante toda la tarde. Louis le tuvo que contar su encontronazo con Jack por teléfono. También le tuvo que contar todo, desde el principio. Desde la escena en el baño con Mario semanas atrás, hasta lo que había sucedido en el salón de bailes hacía unas horas.

—¿Estás bien? —le preguntó nuevamente en persona, como si no le hubiese cuestionado lo mismo por teléfono, tanto en las llamadas como en los mensajes que intercambiaron. Lili tenía los ojos muy abiertos mientras miraba directamente hacia él.

—Sí —dijo acompañando al vocablo con cantidad de asentimientos—. Estoy bien.

Bastó con que su amiga frunciera el ceño mientras lo seguía inspeccionando para que se le cortara la voz. Quiso decir algo más, pero no pudo. Presionó nuevamente sus labios, dejó que Lili le apretara los brazos y respiró hondo, sabiendo lo inútil que era seguir conteniendo las ganas que tenía de echarse a llorar.

El tiempo que había pasado le resultó eterno. Se había hecho de noche de repente y se sabía agotado, como hacía muchísimo que no lo estaba. Exhausto mentalmente.

Horas atrás Patricia se había quedado quieta en la entrada del salón, con una mano todavía sujetando la puerta. La pregunta que había hecho, «¿qué está pasando aquí?», se había quedado en el aire. Louis se había paralizado, por el silencio y la tensión. Tras largos segundos, quien rompió aquella situación fue Jack, con una risilla nerviosa que disimuló con una frase amistosa. Sin embargo, aquella vacilación no inmutó a Patricia. Había mirado al coreógrafo y luego a Louis, callada, antes de hacer un gesto con la cabeza, pidiéndoles a ambos en voz alta que la acompañaran a su despacho.

Con quien primero habló fue con Jack, durante dos horas y media. Mientras Louis había perdido la vista en la puerta, en la madera del suelo y las patas de la hilera de sillas de la sala. Sentado en aquel espacio, su mente, lejos de ir al ritmo que estaba habituada, se había quedado en blanco. Todo el rato estuvo en silencio.

Cuando Jack salió del despacho Louis no lo miró. Solo volvió a levantar la cabeza cuando, como un autómata, se sentó frente al escritorio de Patricia Green cuando ella le pidió que pasara.

Tuvo que contarle lo de Mario.

Tuvo que contarle los comentarios que hacía Jack en los ensayos; los que realmente nunca detectó como acoso y lo que sí creyó alguna vez fuera de lugar.

Tuvo que contarle lo que él también oyó en más de una ocasión detrás de las puertas. Tuvo que contarle cómo le había hablado y se le había acercado aquella tarde.

La mujer, firme, atenta y con la mandíbula tremendamente tensada, escuchó sin interrumpirlo. También le hizo preguntas que no supo contestar: «¿Sabes si esto ha pasado con otro bailarín?», «¿Hace cuánto tiempo?», «¿Quién más sabe todo esto?»

Había negado con la cabeza. No sabía si solo estaban Mario y él. No sabía otros nombres, no sabía por cuánto tiempo tuvieron que pasar por todo aquello. Tampoco sabía si alguien más lo sabía porque él no le había contado nada a Lili. No se lo había contado a nadie más del teatro, solo le había contado lo de Mario a Harry y... él ya no contaba. Se le estrujó el pecho por eso.

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