Eran las cinco de la tarde y Harry cruzó la calle, hundiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta negra. Caminó a paso ligero y abrió la puerta de un edificio alejado del bullicio de la ciudad, con una significativa fachada de ladrillos rojos. Era jueves y asistía a su sesión semanal de terapia de grupo.
Anduvo por los pasillos, subió al segundo piso por las escaleras y respiró hondo antes de adentrarse en el único espacio con las puertas abiertas de par en par.
La sala de terapia, con amplios ventanales, pero iluminada con un par de fluorescentes de luz blanca, tenía las paredes decoradas con cuadros de paisajes tranquilos, como campos verdes y playas solitarias. En un rincón había varias estanterías repletas de libros y mesas bajas con folletos informativos.
En el centro de la sala, sobre una mesa de madera, Helen, la terapeuta, siempre tenía preparado un termo de café, un hervidor de agua, varios tipos de tés y una bandeja con galletas que ella misma horneaba. Cuando Harry llegó, ella le sonrió y lo saludó con una mano. Hablaba con un hombre y él asintió despreocupado.
En la sala también había sillas colocadas en un círculo, tapizadas en tela suave y cómoda. Cada silla tenía un pañuelo de papel doblado cuidadosamente sobre el asiento. También había una cajita de pañuelos en la mesa de la merienda y en otra mesa baja, al lado de la silla donde se sentaba Helen.
El ambiente siempre estaba impregnado de un suave aroma a incienso, que probablemente buscaría crear una atmósfera tranquila y serena. A Harry las primeras veces le había molestado aquel olor. Ahora no se imaginaba el espacio sin aquella esencia. Porque la sala de terapia, con su decoración cuidadosamente elegida y su aura de comprensión, se lograba convertir en un refugio donde poder compartir de forma sincera las emociones.
Harry se sentó en su silla de siempre y otros miembros del grupo hicieron lo mismo, saludándose con afecto y manteniendo conversaciones animosas que creaban un barullo tranquilo.
—Harry —pronunció Helen al pasar por su lado. Le apretó ambas manos en un saludo—. Feliz semana, ¿cómo estás?
—Bien, Helen. Gracias.
Ella le sonrió, soltó sus manos y caminó hasta su silla. Harry inspiró y se subió sus gafas de vista.
Las conversaciones cesaron y todos los presentes llevaron su atención a la terapeuta.
—Bienvenidos una semana más. Hoy también damos la bienvenida a Katelyn. Es su primer día. —Se dirigió a ella—. Como sabes, estamos aquí para hablar sobre la pérdida de seres queridos y cómo podemos comenzar a sanar. Te animo a que compartas tus sentimientos y experiencias a medida que avanzamos.
Harry miró a la chica nueva. Llevaba ropas anchas, era rubia, con una coleta baja, marcadas ojeras y postura encogida. Tenía sus manos entrelazadas y jugueteaba nerviosa con sus propios pulgares. Harry quiso sonreírle, pero ella no miraba a nadie. Katelyn solo tenía puesta su atención en Helen, asintiendo dudosa.
Empatizó con ella al instante, probablemente todos los del grupo lo hicieron porque habían estado igual el primer día. Llenos de preguntas, indecisos y atreviéndose, por primera vez, a ver a su terapeuta como un bote salvavidas al que agarrarse. Era fácil aquella redención, Helen concentraba una comprensión tan grande en su mirada que cualquier persona, rota como ellos, querría abrazar.
La terapeuta, como en cada sesión, comenzó guiándolos a través de una serie de ejercicios y preguntas destinadas a ayudarles a expresar sus sentimientos. La dinámica principal de aquel día era la de encontrar formas de honrar y recordar a sus seres queridos. A medida que avanzaban, cualquiera del grupo podía comentar en voz alta sus sensaciones.
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Doppel
Fiksi PenggemarHarry perdió al amor de su vida, Alec, de una forma trágica, convirtiéndose en un hombre autómata y desolado. Louis llegó a Londres movido por su única pasión: el ballet. Cuando se cruzan, Harry se da cuenta de que no solo la mirada de ojos azules d...