Capítulo veintitrés

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Las puertas del tren chirriaban cuando se abrían. Lo podía escuchar desde su asiento junto a la ventana, en medio del vagón.

No había dormido ni comido. Dio alguna cabezada en el asiento, pero soñaba que revivía la escena del vestidor. Si cerraba los ojos veía la foto y el rostro de Harry. Cuando los volvía a abrir se le humedecían rápido y antes de echarse a llorar perdía la vista en el cristal. El vagón estaba lleno y le daba vergüenza que lo vieran. El ambiente estaba cargado con esa esencia navideña de volver a casa, aunque Louis no la sintiera del todo.

En su pecho se había instalado algo pesado y sin forma que se extendía poco a poco. Sus pensamientos iban rápido, hasta despeñarse en la pena para luego volver a comenzar. Siempre se repetía lo mismo: que no conocía a Harry y que Harry no lo quería. Se llegó a sentir absurdo por analizar tantas veces la situación. La notaba irreal cuando recordaba aquella foto en la que otro chico se parecía tanto a él.

Le dolía la cabeza, probablemente por la falta de sueño, y notaba perdida la concepción del paso de las horas. También le dolían las puntas de los dedos y la espalda; no buscó una razón para eso.

Se recordaba a sí mismo en la salida del teatro diciéndole a Harry que lo quería. Recreó las noches a su lado, la emoción de contárselo todo a Lili... Pensar en ella también le daban ganas de echarse a llorar. Era como si su vida hubiese descarrilado. Su vida ya no era como el tren en el que iba montado. Ya no era enfocada, directa, práctica... De repente se sentía perdido, vacío y confundido. Sería más fácil si hubiese sido capaz de dejar la mente en blanco solo por un momento, como si la realidad se suspendiera en el aire mientras él solo se encargaba de respirar por debajo, pero era imposible.

Las horas de trayecto hasta Sheffield le resultaron pesadas. Reconocía los alrededores, la posición de los árboles y la zona industrial antes de llegar a la estación. Andén 3B; también el mismo de siempre. Sabía las escaleras que debía tomar y los pasillos que había que cruzar para llegar a la salida oeste, donde Jane y Sarah lo estarían esperando.

La salida fue tranquila. Los viajeros tiraban de su equipaje con mayor o menor parsimonia. Había grupos que lucían más emocionados y Louis se preguntó, todo el camino hasta las salidas, si sería porque estaban llegando a casa o alejándose de ella.

—Pero ¡¿qué te has puesto?! —escuchó no muy lejos. Había cruzado uno de los accesos y se notaba el cambio de temperatura. En la calle hacía frío.

La voz fue de Sarah, que estaba a un par de metros de él. Daba saltitos para llamar su atención. Jane sonreía de lado, junto al Fiat Panda azul que alguna vez fue suyo. El encuentro no fue como en otras ocasiones. Esa vez él no iba buscándolas con la mirada.

Fue entonces cuando dejó de andar y miró hacia abajo, comprobando sus propios atuendos. Definitivamente, un suéter de punto no era la mejor combinación con un pantalón de chándal. No llevaba una camiseta debajo, ni tampoco tenía calcetines bajo las zapatillas que la noche anterior se puso a toda prisa. Se dio cuenta de que en realidad estaba incómodo.

Recordó una vez más la escena en el vestidor. Recordó que su maleta no cerraba, la tensión de la cremallera...

—¿Louis? —lo llamó Jane.

Sus hermanas estaban frente a él. Habían caminado hasta alcanzarlo porque él había dejado de hacerlo. Jane lucía preocupada y Sarah tenía el ceño muy fruncido.

Estaba en casa, con ellas, y era como si no pudiera sentir nada. Él estaba respirando, pero el mundo no se había suspendido como necesitaba.

—Jane-... —se le cortó la voz y dejó caer los hombros, la vista y todo su cuerpo.

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