Capítulo veinticinco

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El sonido de la puerta del coche cerrándose rebotó en su mente. Parpadeó, se miró de refilón en el espejo retrovisor y se peinó el cabello con ambas manos, aplastándolo hacia los lados.

Se había afeitado la noche anterior, con la mirada perdida en su propio reflejo. También se había cortado en una mejilla, pero apenas se le notaba ya. Apretó sus dos manos en puños unos segundos y luego las relajó. Sabía perfectamente que eso no liberaría del todo la tensión, pero prefería pensar que así sería capaz de aferrarse mejor al volante.

Iba a ver a Louis y notaba un vacío en el centro de su vientre. Un vacío que a su vez se retorcía. Era algo más fuerte que todo el desasosiego y el dolor de los últimos días. Era más poderoso que el desconcierto y que la propia desesperanza.

Había pasado días soñando y deseando aquel momento. Deseaba rendirse, liberarse de la inmensa carga de la culpa y pedirle perdón una y otra vez. También deseaba saber explicarse y poner en palabras la claridad de los sentimientos que se encerraban en su pecho.

Harry se había enamorado de Louis. Estaba completa e irremediablemente enamorado de él porque sabía que aquel sentimiento había sido capaz de vencer poco a poco a la pena; a la culpabilidad. Había sabido guardar el duelo, permitirse tener esperanza, mirar al futuro y desear tomar la mano de alguien más. Era un sentimiento delicado, genuino y sano. Era algo tan fuerte que jamás debió permitir que el miedo a ser imprudente retrasara el contarle toda la historia, contarle incluso quién era él de verdad. Porque era el mismo miedo que también le recordaba que el ser sincero, desde el principio, tampoco le garantizaba el no llegar a perderlo. El no haber llegado a estar antes como en aquel momento.

Necesitaba hablar con Louis. Necesitaba rendirse, quedarse a su merced y tener más que el silencio que hasta ese momento se le había hecho eterno.

En Londres llovía. El cielo estaba gris y el aire helado raspaba. El trayecto lo hizo sin la música de la radio de fondo y ni siquiera se molestó en mirar el reloj del salpicadero en algún momento. Perderse en aquel camino que sabía perfectamente que le llevaría una hora le pareció necesario. Era como un efecto placebo.

Se adentró en Stepney Green, giró en las calles y apretó más de la cuenta el pedal del freno cuando encontró un hueco para aparcar frente al edificio donde vivía Louis. Lo siguiente que hizo fue parar el motor del coche y mirar al frente. De repente, dos globos dorados con la forma de los número dos y tres llamaron su atención. Se pegó al cristal para verlos mejor y elevó el rostro para contemplar cómo subían y subían hasta perderse en lo gris. Era un nuevo año, era dos mil veintitrés.

Para él la noche anterior había sido una más mientras que para muchos otros sería un pozo de propósitos, estrenar un calendario o simplemente tener planes a largo plazo. Un día más convertido en un día menos.

Harry tembló al abrir la puerta del coche y encogió los dedos de los pies bajo los zapatos cuando pisó la calle. Se volvió a aplastar el pelo por puro nerviosismo y respiró hondo y húmedo mientras se dirigía al portal. Solo se oía al viento haciendo de las suyas, sacudiendo.

Pensó rápido en si debía avisarlo con un mensaje. Pensó también en mirar la hora y en que la molestia de su vientre era ya insoportable, pero elevó la vista cuando escuchó la puerta del portal más próximo abriéndose. También mantuvo la respiración.

Era Louis. Con una sudadera que le quedaba enorme, un pantalón de chándal, su bolso al hombro, las manos escondidas... También tenía la capucha puesta, pero se la quitó al verlo y caminó despacio y vacilante hasta su encuentro.

Harry se dio cuenta de cómo los dos respiraron hondo a la vez. Tuvo ganas de echarse a llorar, enfadarse de nuevo consigo mismo y abrazarlo, así fuera en contra de su voluntad. Sin embargo, se quedó quieto, con los brazos cayendo a los lados y su vista fija en él. Louis le retiró la mirada.

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