Pasar la tarde con Olivia resultó ser una experiencia inesperadamente tierna y reveladora. No había tratado con niños pequeños en mucho tiempo, y me preocupaba no saber cómo conectar con ella, pero Olivia era una niña increíblemente curiosa y alegre. Decidimos que explorar la oficina como si fuera un castillo lleno de secretos sería nuestra misión del día.
—Vamos a encontrar el tesoro escondido —le dije, bajando la voz como si estuviéramos en una misión secreta.
Olivia rió, emocionada, y nos adentramos en los pasillos, improvisando historias sobre cada sala y rincón. Al pasar por la oficina de Jayden, inventamos que era la guarida del "dragón guardián" del tesoro. Olivia se tomó en serio el juego, mirándome con sus ojos grandes y brillantes.
—Eres muy guapa —comentó de repente, con una sinceridad desarmante que me hizo sonreír.
—Gracias —le respondí—. Tú también eres muy bonita, ¿sabes? Y muy valiente por enfrentarte al dragón.
Su sonrisa se amplió, y decidí que era hora de una merienda. Busqué en la pequeña cocina de la oficina y encontré algunas galletas y zumos. Nos sentamos en el sofá de la sala de espera y charlamos mientras comíamos. Olivia me contó sobre su colegio, sus amigos, y cómo le gustaba bailar ballet. Me habló de sus clases y de cómo quería ser una gran bailarina algún día.
—A veces practico frente al espejo en casa —dijo, mostrando una pequeña pirueta en el suelo—. Papá dice que soy muy buena.
—Seguro que lo eres —le dije, aplaudiendo su esfuerzo—. ¿Quieres que te enseñe algunos movimientos? Yo solía bailar también.
Pasamos un buen rato bailando y riendo, inventando coreografías ridículas que nos hacían reír a carcajadas. Olivia se cayó al intentar una pirueta complicada, y ambas terminamos rodando por el suelo, riendo hasta que nos dolió el estómago. Era fácil olvidar por un momento todo lo demás y simplemente disfrutar de su inocente alegría.
Cuando empezó a oscurecer, Olivia se acurrucó junto a mí en el sofá, cansada de tanto jugar. Le leí algunos cuentos de un libro que encontré en la oficina, y poco a poco, sus ojos comenzaron a cerrarse. La acurruqué con una manta que encontré y me quedé a su lado, sintiendo una inesperada paz en su presencia.
La puerta se abrió de golpe, y me desperté sobresaltada. Jayden entró, su rostro severo suavizándose al vernos. Olivia ya estaba profundamente dormida.
—Gracias —dijo en voz baja, levantando a su hermana con cuidado.
—No hay de qué —respondí, observando cómo la arropaba con ternura—. Es una niña increíble.
Jayden asintió, pero antes de que pudiera decir algo más, continué:
—Lo de esta mañana... sobre lo que pasó en esa habitación... no sé qué decir.
Él me miró con esos ojos penetrantes, llenos de una mezcla de dureza y algo que no pude identificar del todo.
—Me da igual que entres ahí, Daphne —dijo finalmente, su tono frío pero no hostil—. Pero creo que a ti no, así que lo que no te cuente, mantente al margen. Ignoramos que todo esto ha pasado.
Asentí, aunque la incomodidad seguía presente. Quería preguntar más, saber más, pero algo en su tono me detuvo. Tal vez era mejor así, por ahora.
—En un par de días vamos a ir a Boston —añadió, cambiando de tema bruscamente—. Tenemos cosas que hacer allí. Quiero que vengas.
Boston. Mi corazón se aceleró. Boston era mi hogar, donde estaba mi padre y todo lo que conocía antes de entrar en este mundo oscuro. No podía mostrar mi ansiedad, así que simplemente asentí.
—¿Boston? ¿Qué haremos allí? —pregunté, intentando sonar casual.
—Ya te lo iremos contando —respondió, su mirada fija en mí.
Asentí de nuevo y recogí mis cosas. Salí rápidamente de la oficina, el sonido de mis pasos resonando en el pasillo vacío. Tomé el metro de vuelta a mi apartamento, mi mente llena de pensamientos contradictorios. Me duché, intentando aclarar mi mente, pero la sensación de algo ominoso no me abandonaba. Estaba metida en algo mucho más grande de lo que había anticipado, y cada vez era más difícil mantener la fachada.
Mientras el agua caliente corría por mi piel, repasé mentalmente el plan. Tenía que mantenerme fría, calculadora, y sobre todo, no dejar que mis emociones me traicionaran. Pero cada vez que pensaba en Jayden, la línea entre lo real y lo falso se volvía más difusa. Sabía que tenía que recordar mi objetivo, pero esa noche, la memoria de sus besos y la calidez de su cuerpo eran difíciles de ignorar.