Jayden me miró fijamente, sus ojos penetrantes buscando los míos. Su voz era firme, pero había una nota de algo más, algo que no pude identificar de inmediato.
—Sé que estás preocupada por tu padre —dijo finalmente, sus palabras cayendo como una losa sobre mis hombros—. Y sé quién eres, Daphne.
Me congelé. ¿Sabía que era una Wagner? ¿Sabía que estaba aquí infiltrada? Mi mente se llenó de preguntas y el miedo me recorrió de pies a cabeza.
—¿Cómo...? —empecé, pero él me interrumpió.
—No soy tonto —dijo con una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Sé que tienes 18 años, que eres la hija de Hector Wagner, y que te metiste en esto sin querer, o tal vez queriendo. Lo que me importa es lo que vas a hacer ahora.
Mi corazón latía desbocado. ¿Me iba a matar? ¿Qué haría ahora que sabía quién era realmente?
—Lo siento, yo... —empecé a disculparme, pero Jayden levantó una mano para detenerme.
—No te voy a matar —dijo con una calma inquietante—. Al menos, no todavía. Me has dado razones para pensar que hay más en ti de lo que aparentas. Pero no puedo ignorar quién es tu padre ni lo que eso significa para mí. Así que tienes dos opciones: quedarte aquí bajo mi vigilancia o ayudarme.
Lo miré fijamente, tratando de descifrar si hablaba en serio. Pero no había duda en sus palabras. Estaba ofreciéndome una salida, aunque no era la que hubiera elegido. Jayden se acercó más, su mirada intensa clavándose en la mía.
—No te pediré que mates a tu padre —dijo, su voz baja pero firme—. Solo necesito que hagas algo por mí. Robarás dinero de sus cuentas y me lo traerás. No te estoy pidiendo que traiciones a tu familia, solo que juegues para el otro equipo por un rato.
Mi mente se llenó de dudas y miedos. Pero también sabía que no tenía muchas opciones. Jayden extendió la mano hacia mí, y dudé por un momento antes de sacar las llaves del piso que me había dado y entregárselas.
—Gracias —dijo, guardando las llaves—. En cuanto llegues a tu casa, finge que has dejado el trabajo. Que todo esto nunca ocurrió. Me devuelves el dinero, y todo queda entre nosotros.
Asentí lentamente, procesando sus palabras. Era un ultimátum, claro y simple. Jayden no era un hombre que diera muchas opciones, y sabía que no podía permitirme desafiarlo.
—Pero tienes más de un billón... —murmuré, incapaz de entender por qué necesitaba más dinero.
—Avaricia, Daphne —dijo con una sonrisa ladeada—. Uno de los siete pecados capitales.
—Tú pareces tenerlos todos —dije con una mezcla de temor y desafío.
—Así es —admitió sin vergüenza—. Solo que cambio la pereza por poder y la gula por sed de sangre. Ahora, sal de aquí antes de que me arrepienta y decida hacer algo más drástico.
Me levanté lentamente, todavía tratando de asimilar todo lo que había pasado. Salí del baño con la cabeza gacha, sintiéndome atrapada en un juego del que no sabía cómo escapar.
El aire fresco de la noche me golpeó en la cara cuando salí a la calle. Caminé rápidamente hacia la estación de metro, intentando mantener la compostura.
El viaje a casa fue un borrón de pensamientos confusos y emociones mezcladas. Sabía que mi vida estaba a punto de cambiar, y no estaba segura de si sería para mejor o para peor.
Al llegar a mi casa vacía, me dirigí directamente a la ducha, necesitando sentir el agua caliente para aclarar mi mente. Me quedé allí, dejando que el agua cayera sobre mí mientras repasaba los eventos del día. Jayden sabía quién era yo. Sabía todo, o al menos lo suficiente como para tenerme atrapada. Y ahora tenía que decidir qué hacer.
Me vestí con ropa cómoda y me senté en el sofá, mirando mi teléfono. Había mensajes y llamadas perdidas de mi padre y de María, pero no tenía fuerzas para responder.
Me quedé allí, en la oscuridad, pensando en las opciones que tenía. Ayudar a Jayden significaba traicionar a mi padre, pero no hacerlo podría significar la muerte de ambos.