El descampado era vasto y desolado, con la luz del atardecer pintando sombras alargadas sobre el terreno. La mujer me llevó a una mesa donde se encontraban un arma y un botiquín. Fruncí el ceño al ver los elementos, sintiendo una creciente incomodidad.
Ella notó mi expresión y, esbozando una sonrisa, explicó:
—La siguiente prueba consiste en saber curar una herida. Como nadie se ha ofrecido voluntario para ser disparado, tendrás que curarte a ti misma.
Antes de que pudiera procesar sus palabras, la mujer tomó el arma y me disparó en el muslo. El dolor fue inmediato e intenso, y un grito escapó de mis labios mientras caía al suelo. La sangre comenzó a empapar mis pantalones beige , tiñéndolos de un rojo oscuro. La respiración se me aceleró, pero sabía que no podía perder el control. Rápidamente, me arrastré hasta el botiquín.
Mis manos temblaban mientras lo abría. Utilicé las tijeras para cortar el pantalón alrededor de la herida y empecé a aplicar presión para detener el sangrado.
Recordé las lecciones básicas de primeros auxilios que había aprendido en la universidad, y trabajé con rapidez y precisión. Limpie la herida, aplicando un antiséptico antes de suturar con manos temblorosas pero decididas. El dolor era casi insoportable, y sentía el mundo girar a mi alrededor mientras la sangre seguía fluyendo, aunque ahora a un ritmo más controlado.
Finalmente, después de lo que parecieron horas pero probablemente fueron solo minutos, terminé de coser la herida. Me dejé caer al suelo, agotada y mareada por la pérdida de sangre. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, una mezcla de shock y agotamiento.
La mujer me observaba con una expresión de sorpresa.
—Bastante impresionante —comentó—. Pocas personas pasan esta prueba; la mayoría o muere o se rinde y va al hospital.
Reuniendo lo poco de fuerza que me quedaba, levanté la cabeza y la miré.
—Puedo asegurarte que pertenezco aquí —dije, mintiendo con determinación—. Haré todo lo posible para vengarme de una sociedad que odio.Con esfuerzo, me levanté, aunque cada movimiento me provocaba un dolor agudo. La mujer me ofreció una bolsa de hielo, que coloqué sobre mi muslo herido. Me condujo hasta una silla, donde me senté, agradecida por el breve momento de descanso.
—Con esta prueba finalizarás —dijo ella—. Te daré unos minutos para que descanses, y luego llamaré a mi jefe. Vendrá y te explicará lo que debes hacer. Si pasas la última prueba, serás aceptada en la organización. Por supuesto, el primer mes serás vigilada; si no pasas, estás eliminada. Algunas personas encuentran esta prueba más fácil, veremos si es así para ti.
Ella hizo una llamada y, poco después, un hombre alto y moreno con ojos que parecían cambiar entre verdes y azules apareció, acompañado por otro hombre al que arrastraba del brazo. El recién llegado irradiaba una presencia intimidante, su mirada era feroz y directa, pero lo que más me perturbó fue la sonrisa maliciosa que me dirigió.
—La última prueba es bastante sencilla —anunció—. Tienes que matar a este inocente.
Mi corazón se aceleró. El hombre delante de mí, claramente aterrorizado, no dejaba de sollozar. Intenté mantener una fachada de indiferencia, aunque por dentro me debatía entre el miedo y la desesperación.
—¿Y eso es todo? —dije, tratando de sonar despreocupada—. Después de algunas pruebas de mierda, cualquiera pasa.
Tomé el arma que me ofrecieron, sintiendo su peso frío en mis manos. Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta mientras apuntaba. Las lágrimas nublaban mi visión y mis manos temblaban tanto que apenas podía mantener el arma firme. Cerré los ojos, incapaz de enfrentar lo que estaba a punto de hacer.
—Ojos abiertos —ordenó el hombre con voz firme—. Si los cierras, no apuntas bien. Tienes que hacerlo segura, confiada, sin miedo y mucho menos sin asco.
Respiré hondo, tratando de calmar mi respiración errática. Abrí los ojos y fijé mi vista en el pecho del hombre frente a mí, tratando de localizar el corazón. Podía ver el miedo en sus ojos, y eso me llenó de una mezcla de compasión y horror.
—¿No era fácil? —continuó el hombre, con tono casi burlón—. Te ayudaré: o mueres tú o muere él.
El ultimátum me golpeó como un balde de agua fría. No había espacio para la duda. Las manos me temblaban, pero sabía que no podía mostrar debilidad.
—No necesito ayuda —dije, tratando de sonar segura—. Es demasiado fácil.
Apreté el gatillo. Pero en lugar de un disparo, sólo hubo un clic seco. El hombre frente a mí dejó de llorar y me miró, perplejo. La voz del jefe resonó nuevamente.
—No hay balas.
Sentí un escalofrío recorrerme mientras procesaba sus palabras.
—No, pero has pasado la prueba —dijo él, sonriendo ampliamente—. Felicidades, bienvenida a la organización.
La tensión en mi cuerpo se desvaneció un poco, aunque el miedo seguía ahí, persistente. Había pasado todas las pruebas, pero sabía que esto era solo el comienzo.
—Está misma tarde te darán las llaves de un pequeño piso cerca de aquí para poder controlarte de cerca, y durante el siguiente mes te mantendrás a el margen de la empresa, en cuestiones informáticas sanitarias o lo que venga bien en el momento —asentí con la cabeza — por supuesto esto es confidencial, cualquier cosa que sea contada se pagará con la muerte —dijo la chica —
—De acuerdo
—Puedes marcharte