El sonido de la puerta de la entrada cerrándose me hizo levantar la vista. Mi madre, siempre tan impecable y controlada, entró al apartamento con su habitual aire de superioridad. Aún estaba recuperándome del tenso encuentro con Jayden, y mi mente estaba un torbellino de pensamientos. Cuando me vio, apenas me dirigió una mirada, pero pude sentir su desaprobación irradiando hacia mí.
—Hola —dije, intentando sonar casual.
Ella levantó una ceja, claramente sorprendida de verme a esta hora. —Ahora sí que apareces. ¿Te has cansado de fregar platos o es que ya no tenías trabajo? —Su tono era ácido, y su mirada no ocultaba el desdén. Claro, ella no sabía nada de lo que realmente había pasado, ni lo que estaba en juego.
—Déjalo —respondí con un suspiro, sintiéndome demasiado agotada para discutir o explicar.
Antes de que la conversación pudiera ir más lejos, mi padre entró al salón. Al verme, sus ojos se agrandaron con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Daphne, ¿estás aquí? ¿Estás bien? —preguntó, acercándose rápidamente. Su tono contrastaba fuertemente con el de mi madre; en su voz había auténtica preocupación.
—He tenido que dejar el trabajo —mentí, intentando sonar convincente—. Me sentí en peligro cuando dijeron que algunos hombres armados venían. Podrías haberme avisado. —Mi intento de sonar acusatoria fue débil, pero suficiente para que mi madre arquease una ceja, intrigada.
—¿Te descubrieron? —mi padre parecía alarmado, una arruga profunda apareció en su frente.
—No —negué rápidamente—. Y lo dejé antes de que pudieran hacerlo. —Asentí para reforzar mi mentira—.
—Creo que fue lo mejor. Ya te habrás dado cuenta de lo peligroso que es Jayden, ¿verdad? —su tono era una mezcla de preocupación y un leve reproche.
—Si tú lo dices... —susurré, mi mente aún luchando con el peso de lo que Jayden me había pedido que hiciera.
—¿Qué? —preguntó, no habiendo escuchado bien mi respuesta.
—Nada —dije, levantando la vista para mirarlo a los ojos—. Solo que no entiendo cómo la gente puede temerle tanto.
—Dispara sin pensar por cualquier cosa, sin remordimientos —explicó mi padre, cruzando los brazos—. No toques a su familia ni a sus cosas. Eso es lo que lo hace tan peligroso. —Suspiró y me miró con una expresión dura—. Nunca más vuelvas a hacer algo así, Daphne.
—Sí, papá. —Respondí con un tono sumiso, sabiendo que lo mejor era no discutir.
—Bueno, ya que estamos hablando de esto —comencé, intentando cambiar de tema—. Tuve que salir corriendo y me dejé la ropa y algunas cosas. ¿Podrías darme algo de dinero para reemplazarlo? Mínimo, ya que fue por tu culpa que tuve que salir corriendo.
Mi padre suspiró, sacando su billetera. —Toma —dijo, entregándome algunos billetes—. No es mucho, pero debería ser suficiente para ahora. Y asegúrate de que tu madre no se entere.
—Gracias, papá. —Tomé el dinero, agradecida pero también sintiéndome culpable por lo que sabía que tenía que hacer. Me guardé los billetes en el bolsillo y me dirigí a mi habitación, sintiendo los ojos de mi madre clavados en mi espalda.