Las llamadas de mi padre eran insistentes. Había estado ignorándolas, pero finalmente decidí contestar. Sabía que debía tranquilizarlo para evitar problemas mayores. Tomé una respiración profunda y descolgué.
—Papá, estoy bien —dije rápidamente, antes de que pudiera hablar—. He conseguido entrar en la mafia, pero no te preocupes, sé lo que hago.
Hubo un silencio al otro lado, y luego la voz de mi padre se hizo escuchar, llena de preocupación y desesperación.
—¿Daphne, estás loca? ¡Es demasiado arriesgado! Tienes que salir de ahí inmediatamente. Es la mafia más grande y peligrosa de todos, Jayden el que lleva todo eso se ha llevado medio mundo por delante.
—No puedo, papá. Si desaparezco de repente, levantaré sospechas. Ya he cambiado mi nombre en el DNI, pero si empiezan a buscarme con mi apellido real, todo se irá al traste. Necesito que confíes en mí. Solo dame unas semanas. Al final, te contaré todo lo que pueda.
Mi padre suspiró pesadamente, y pude imaginarlo frotándose la frente, angustiado. —De acuerdo, pero prométeme que llevarás siempre el localizador puesto para que pueda rastrearte. Y, por favor, no le cuentes nada a tu madre. Que piense que estás con una amiga.
—Lo prometo, papá. Estoy siendo cuidadosa. Confía en mí.
Después de colgar, sentí una mezcla de alivio y tensión. Al menos, había conseguido que mi padre dejara de buscarme, pero sabía que el riesgo seguía siendo alto. Justo en ese momento, recibí otra llamada, esta vez de la empresa. Contesté, y era María al otro lado.
—¿Puedes venir a la empresa ahora mismo? Necesitamos que hackees un sistema y robes un millón de euros —dijo, como si fuera una tarea rutinaria.
Mi corazón se aceleró. Aunque no tenía mucha idea de cómo hacerlo, sabía que debía aceptar para levantar las menos sospechas posibles.
Mientras me dirigía hacia la empresa, llamé a Ezequiel, mi amigo experto en informática. Le expliqué de forma vaga lo que necesitaba hacer, sin entrar en detalles que pudieran comprometerme.
—¿Para qué necesitas esto, Daphne? Últimamente estás hackeando muchas cosas. ¿Qué está pasando?
—Nada, solo... tengo curiosidad —mentí—. Me gustaría entender mejor cómo funciona todo esto. Más adelante te explicaré. Solo dime qué tengo que hacer.
Ezequiel suspiró, probablemente sabiendo que no le estaba contando toda la verdad, pero decidió ayudarme de todos modos. Me explicó paso a paso cómo buscar una clave y cómo acceder a una cuenta bancaria de alto nivel.
Me concentré en memorizar cada detalle, agradecida por su ayuda aunque sabía que estaba caminando en un terreno peligroso.
Al llegar a la empresa, me llevaron directamente a un ordenador en una sala apartada.
Sentí una oleada de adrenalina al sentarme frente a la pantalla. Recordé las instrucciones de Ezequiel y empecé a trabajar.
Mis manos temblaban un poco, pero traté de mantenerme tranquila y precisa. Introduje los códigos y busqué la clave que necesitaba. La pantalla parpadeó y, de repente, la cuenta bancaria se abrió ante mis ojos. En esa cuenta bancaria había poco dinero sin embargo en la que querían ingresarlo había más de 40 mil millones de euros.
Seguí las instrucciones y transferí el millón de euros a la cuenta que me habían indicado. Cuando terminé, me dejé caer contra el respaldo de la silla, sintiendo el sudor en mis manos. Desde el fondo de la sala, escuché a María y al jefe hablando entre ellos.
—Es buena —dijo María, claramente impresionada.
—Sí, realmente podría ser útil para el siguiente caso —respondió el jefe, con un tono de aprobación.
Me levanté lentamente, con la mente aún dando vueltas por lo que acababa de hacer. Sabía que había pasado una línea peligrosa.
Estaba ahora más profundamente involucrada en este mundo de lo que jamás hubiera imaginado.
Pero no había marcha atrás. Tenía que seguir adelante, mantener la fachada y, sobre todo, proteger a mi familia y a mí misma. En ese momento, me di cuenta de que mi vida había cambiado irreversiblemente.
Y que probablemente todo lo que hiciese de ahora a delante para mantener a mi familia a salvo tendría consecuencias en su futuro