La ciudad de Nueva York se cernía sobre mí con su imponente silueta de acero y cristal. Me dirigía a una de las empresas más discretas y poderosas de la ciudad, envuelta en una oscuridad que reflejaba el tipo de negocio que llevaba a cabo. Había pasado horas preparando cada detalle de mi atuendo, intentando no destacar demasiado: ropa oscura, una chaqueta de cuello alto que me daba un aire de profesionalismo, y unas botas altas que resonaban en el asfalto con cada paso, haciéndome sentir algo más segura, aunque mis manos temblaban ligeramente. Las metí en los bolsillos para disimular el nerviosismo.
Cuando llegué al edificio, no pude evitar sentir una mezcla de miedo y anticipación. Era un lugar anodino por fuera, sin rótulos ni indicaciones de lo que realmente sucedía dentro. Me quedé parada frente a la puerta, intentando pasar desapercibida entre las sombras de la noche que empezaban a caer. Respiré hondo, tratando de calmarme y de convencerme a mí misma de que podía hacerlo, de que esto era un paso necesario para proteger a mi familia.
Una mujer elegante y de aspecto severo salió de la puerta principal. Se acercó con pasos firmes y me observó detenidamente.
—Por favor, acompáñame —dijo, sin rastro de emoción en su voz.
Asentí y la seguí dentro del edificio. Caminamos por un pasillo largo y sin ventanas, hasta llegar a una sala grande con varias sillas dispuestas en círculo. Me indicó que tomara asiento y así lo hice, intentando mantener una postura segura y sin miedo. El silencio en la sala era ensordecedor, y el ambiente estaba impregnado de una tensión palpable. Mis manos volvieron a temblar, así que las apoyé firmemente sobre mis muslos, esperando a que algo sucediera.
De repente, una voz masculina resonó a través de unos altavoces ocultos en la habitación.
—Para entrar en nuestra organización, deberás someterte a una serie de pruebas. Las primeras son relativamente sencillas; las últimas, no tanto. Puedes aceptar o rechazar en este momento, pero una vez comenzado el proceso, no habrá marcha atrás.
Por un momento, dudé. Podía sentir mi corazón latiendo con fuerza, y una parte de mí quería salir corriendo. Pero entonces recordé por qué estaba allí: para proteger a mi familia, para enfrentarme a quienes nos amenazaban. Con esa determinación, asentí firmemente.
Inmediatamente, un panel en la pared se deslizó hacia un lado, revelando un pequeño compartimento con una pistola dentro. La voz continuó:
—La primera prueba es sencilla: demostrar tu habilidad con las armas. Debes disparar a la cámara que está grabando en el techo. Si fallas, estás fuera; si aciertas, pasas a la siguiente prueba.
Me levanté del asiento, sintiendo cómo la adrenalina se apoderaba de mi cuerpo. Tomé la pistola con ambas manos, sintiendo su peso frío y metálico. Recordé las lecciones que mi padre me había dado en el pasado, cómo me había enseñado a respirar y a concentrarme antes de disparar. Respiré hondo, apunté con cuidado a la pequeña cámara en el techo, y apreté el gatillo. El disparo resonó en la sala, y vi con alivio cómo la cámara se rompía en pedazos.
—Muy bien —dijo la voz, esta vez con un tono que parecía casi aprobatorio—. La siguiente prueba será un combate cuerpo a cuerpo. Un oponente entrará en la sala. Si ganas, pasas. Si pierdes o te rindes, estás fuera. El combate termina cuando uno de los dos sufre una lesión grave.
El miedo se intensificó en mi interior. No sabía a quién enfrentaría ni qué tan habilidoso sería, pero sabía que no podía fallar ahora. La puerta se abrió y un joven, evidentemente entrenado, entró. Se movía con una confianza que sólo alguien acostumbrado a pelear podía tener.
Me levanté, tragando saliva mientras me posicionaba frente a él. El chico me miró con una mezcla de curiosidad y frialdad, pero no dijo nada. Cuando el combate comenzó, apenas tuve tiempo de reaccionar. Se lanzó hacia mí con una serie de movimientos rápidos y precisos. Apenas logré esquivarlo, sintiendo cómo el aire cortaba mi piel.
La pelea fue brutal. Él era claramente más fuerte y probablemente más experimentado, pero yo tenía la ventaja de la desesperación. Usé todo lo que sabía: esquivando sus golpes, contraatacando cuando veía una apertura. Un par de veces sentí su puño impactando dolorosamente en mi cuerpo, pero me negué a rendirme. La adrenalina nublaba el dolor, y una determinación feroz me impulsaba.
En un momento crítico, logré bloquear uno de sus golpes y lo derribé con un barrido de pierna. Aproveché la oportunidad y, usando todo mi peso, lo inmovilicé en el suelo, presionando mi rodilla contra su pecho. Sentí su resistencia y por un instante, temí no poder mantenerlo abajo, pero finalmente, cedió, sin aliento.
La voz en los altavoces habló de nuevo, esta vez con una frialdad que me heló los huesos.
—Muy bien, has pasado la prueba. Eso es todo por ahora. Espera instrucciones para lo siguiente.
Me levanté lentamente, todavía respirando con dificultad. Mi cuerpo estaba adolorido y temblaba, pero me sentía victoriosa. Había pasado la primera etapa. A medida que la adrenalina se disipaba, sentí una mezcla de alivio y miedo por lo que vendría después. Sabía que esto era sólo el comienzo y que los verdaderos desafíos aún estaban por delante. Pero por ahora, había dado el primer paso, y eso era suficiente.
—¿Estás bien? —le ofrecí la mano para ayudarle a levantar —
—Mi muñeca más o menos, por el hecho de que me haya ganado una mujer, no.