Capitulo 35; Italianos

5 1 0
                                    

Pasé todo el día en el sofá, sin poder apartar la vista de la puerta, esperando a que Jayden regresara

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pasé todo el día en el sofá, sin poder apartar la vista de la puerta, esperando a que Jayden regresara. Cada minuto que pasaba me parecía una eternidad, y mi mente no paraba de dar vueltas, imaginando los peores escenarios posibles.

Finalmente, alrededor de las seis de la tarde del día siguiente, escuché el sonido de la puerta principal abriéndose. Me levanté rápidamente, con el corazón en la garganta.

Jayden entró, su camisa blanca manchada con salpicaduras rojas. Mi corazón se detuvo al verlas, y me acerqué a él con prisa.

—¿Estás bien? —pregunté, mi voz llena de preocupación. Asintió con la cabeza, aparentemente tratando de tranquilizarme, pero el dolor en su rostro era evidente. Se sentó a mi lado en el sofá, sosteniendo su brazo herido.

—Solo es una herida en el brazo —dijo, quitándose la camisa con un gesto decidido y apretando la herida con una toalla—. No es nada.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Jayden se puso de pie de inmediato, instintivamente llevando una mano a la pistola que tenía en la cintura. Mi corazón latía frenéticamente, el miedo recorriendo mis venas.

—Vengo a por mi hija —la voz de mi padre resonó en la estancia, dura y autoritaria. Me congelé al escuchar sus palabras.

—Papá... —dije, levantándome lentamente. Pero su mirada estaba llena de ira y decepción, una mezcla que nunca había visto en él antes.

—Perdón, Jayden, él me amenazó —dijo el portero, entrando detrás de mi padre. Sus palabras me hicieron girar la cabeza hacia Jayden, buscando respuestas en su expresión impasible.

—¿Jayden? —preguntó mi padre, confuso y visiblemente alterado—. Me dijiste que habías dejado el trabajo. ¡Que habías dejado de espiarlo!

—Papá... —intenté hablar, pero Jayden me agarró del brazo, poniéndome detrás de él como si quisiera protegerme.

—No trabajo para Jayden —dije, mi voz sonando más fuerte de lo que me sentía.

La tensión en el aire era palpable. Mi padre me miró con una mezcla de incredulidad y furia, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

—¡Eres una traidora! —gritó, su voz llena de una amargura que nunca había conocido en él—. Toda la vida cuidándote y protegiéndote para que ahora te vayas con el enemigo y traiciones a tu familia. ¡Nos estás matando!

—Yo no voy a matar a nadie —respondí, mi voz temblando pero firme—. No estoy con ninguno de los dos.

Mi declaración pareció caer como una bomba en la sala. Mi padre me miraba con una mezcla de dolor y rabia, mientras que Jayden permanecía en silencio, su expresión indescifrable. En ese momento, me di cuenta de que estaba atrapada entre dos mundos, ninguno de los cuales quería realmente. Estaba cansada de las mentiras, las medias verdades y la violencia. Quería ser libre, pero no sabía cómo. Miré a mi padre, buscando en su rostro alguna señal de comprensión, pero no encontré nada más que decepción. Jayden, por su parte, me miraba con una intensidad que no pude descifrar.

La realidad de la situación me golpeó como una ola fría. No tenía hogar, ni lugar seguro donde refugiarme. No podía confiar en nadie, ni siquiera en aquellos que decían amarme. Sentí cómo las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero las contuve. No podía permitirme llorar ahora.

—No estoy con ninguno de los dos —repetí, más para mí misma que para ellos. Necesitaba creerlo, aferrarme a esa verdad para encontrar la fuerza de salir adelante.

—Creo que ahora nuestro mayor problema no es ver quien gana a quien. Los italianos están tirando de las redes de la ciudad, tal vez si dejas de pensar en ti un momento podemos ayudarnos y matarlo. O podemos matarnos entre nosotros pero eso no servirá de nada.

—¿Pretendes que me fíe de ti? No se ni como lo hace mi hija.

—Papá por favor.

—Igual es lo mejor jefe —contesto uno de sus hombres —

—En cuanto esté muerto vuelves conmigo y dejas de verlo.

—Lo primero puede si mamá me deja en paz. Lo segundo ni de coña.

7 Pecados Capitales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora