En mi cuarto, saqué el teléfono y marqué el número de Jayden. La línea sonó varias veces antes de que contestara, su voz profunda y tranquila al otro lado.
—¿Tienes lo que te pedí? —preguntó sin preliminares.
—Sí, pero no es mucho —respondí, mirando los billetes que había sacado de mi bolso—. Apenas unos setecientos. Es todo lo que pude conseguir sin levantar sospechas.
Hubo una pausa, y por un momento temí que estuviera enfadado. Pero cuando habló, su tono era sorprendentemente comprensivo.
—Está bien. Por ahora, eso será suficiente. Pero necesito que sigas consiguiéndolo, ¿entiendes? No puedo permitir que te relajes en esto. —Su tono era firme, pero no amenazante, lo que solo añadía a mi confusión sobre sus verdaderas intenciones.
—Sí, lo entiendo —respondí, intentando sonar más segura de lo que me sentía. Sentí un nudo en el estómago, sabiendo que estaba cruzando una línea de la que no habría vuelta atrás.
—Buena chica —dijo Jayden, y pude casi oír la sonrisa en su voz—. Mantente en contacto y avísame si hay algún problema. Y, Daphne...
—¿Sí? —Mi voz sonaba más débil de lo que quería.
—Ten cuidado. No quiero que te metas en problemas.
Cortó la llamada antes de que pudiera responder, dejándome con una mezcla de alivio y creciente ansiedad. Me dejé caer en la cama, mirando el techo, intentando procesar todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Había pasado de ser una simple hija a una pieza en un juego peligroso, y no sabía cuál sería el próximo movimiento.
Pasaron los días y traté de seguir con mi vida lo más normal posible, pero todo me recordaba a la situación en la que me encontraba.
Mi padre parecía más distante que de costumbre, probablemente sintiendo la tensión y sospechando que algo no estaba bien. Mi madre, por otro lado, seguía ignorándome o lanzándome miradas despectivas, como si mi mera presencia le molestara.
Una tarde, mientras me preparaba para salir a hacer algunos recados, recibí una llamada de un número desconocido. Mi corazón dio un vuelco al ver que era Jayden. Me llevé el teléfono al oído, con una mezcla de nervios y curiosidad.
—Hola —dije, intentando sonar natural.
—Daphne, necesito que vengas a verme —dijo sin preámbulos—. Hay algo que debemos discutir en persona.
—¿Algo nuevo? —pregunté, tratando de ocultar mi nerviosismo.
—Podrías decir eso. No te preocupes, no es nada grave. Solo quiero asegurarme de que estamos en la misma página. ¿Puedes venir?
Asentí, aunque sabía que no podía verme. —Sí, claro. ¿Dónde nos vemos?
Me dio una dirección y colgó, dejándome una vez más con una sensación de incertidumbre. Me dirigí a la dirección indicada, tratando de mantener la calma y no llamar la atención de mi familia. Cuando llegué, Jayden estaba esperándome, su expresión seria pero no hostil.
—Gracias por venir —dijo, gesticulando para que me sentara. Me acomodé, esperando a que él hablara primero.
—Quiero que entiendas algo, Daphne —comenzó, mirándome fijamente—. Esto no se trata solo de dinero. Se trata de poder y control. —Hizo una pausa, evaluando mi reacción.
—Lo sé —respondí, con más convicción de la que sentía—.
Jayden asintió lentamente, como si evaluara mi sinceridad. —. Pero también necesito que seas consciente de los riesgos. Esto no es un juego, y si algo sale mal, podría costarte mucho más que solo dinero.
Sentí un escalofrío recorrerme, pero mantuve mi expresión neutral. —Entiendo.
—Bien. Entonces necesito que me ayudes en otra cosa ¿Puedes ir a esta discoteca mañana? —me dio un formato — Ira un amigo no tan amigo, necesito que lo espíes por mi.
—¿Nunca acabarán los favores?
—Puedes negarte si quieres
Negué, tomando nota de cada palabra. Sentí que estaba firmando un contrato con el diablo, pero algo dentro de mi me llevaba a hacerlo
Salí del encuentro con una sensación de peso en el pecho. Estaba más adentro de lo que había planeado, y no veía una salida clara. Mi relación con Jayden se volvía cada vez más complicada, y sabía que estaba jugando un juego peligroso, con reglas que apenas comprendía.
Al regresar a casa, encontré a mi madre en la cocina. Me miró con una expresión que no pude descifrar, pero no dijo nada. Mi padre llegó poco después, y me entregó algo de dinero, como había prometido. Lo acepté con gratitud, pero también con una sensación de culpa que no podía sacudirme.
Mientras subía a mi habitación, me di cuenta de que ya no era la misma persona que había comenzado este viaje. Había cruzado una línea, y ahora tenía que lidiar con las consecuencias de mis acciones.