Regresé a casa con el corazón en un puño, sabiendo que me esperaba una confrontación con mi madre. Nada más abrir la puerta, supe que no estaba de buen humor; la expresión severa en su rostro y el tono cortante de su voz fueron prueba suficiente.
—Daphne, ¿te parece normal no ir a la universidad durante más de dos meses? —Su voz resonó en el pasillo, haciéndome detener en seco. Intenté abrir la boca para responder, pero ella continuó sin darme oportunidad—. He recibido un correo de la universidad diciendo que llevas todo este tiempo sin asistir a clases ni presentar exámenes. ¿Me puedes explicar qué demonios está pasando?
Me encogí de hombros, sabiendo que cualquier excusa sería inútil. La verdad era que había estado tan atrapada en el trabajo y en todo el caos con Jayden y los italianos que la universidad se había convertido en una prioridad secundaria, o peor aún, en una inexistente.
—Mamá, lo siento. He estado muy ocupada con... —empecé, pero ella me interrumpió.
—¡No me vengas con excusas, Daphne! —Su voz subió de tono—. Estoy pagando por tu educación, y no para que te la pases haciendo quién sabe qué. Mañana mismo vas a la universidad y resuelves todo esto, ¿entendido? Todos los exámenes que no has hecho, todas las clases a las que no has ido... ¡No pienso pagar para nada!
Asentí con la cabeza, sabiendo que no había forma de apaciguarla en ese momento. Ella suspiró, evidentemente agotada, y se fue a la cocina, dejándome sola en el pasillo. Subí a mi cuarto, sintiéndome como una bomba de tiempo a punto de estallar. Necesitaba hablar con alguien, así que llamé a Berta.
—Hola, necesito verte —le dije, sin entrar en detalles.
Minutos después, Berta apareció en mi puerta. Entró y nos sentamos en mi cama, ambas con una caja de cigarrillos y una botella de agua.
—¿Qué pasó? —preguntó Berta, encendiendo un cigarrillo y ofreciéndome uno.
Suspiré, encendiendo el mío y tomando una larga calada. —Mi madre se enteró de que no he ido a la universidad en dos meses. Me ha echado la bronca de mi vida y ahora tengo que resolverlo todo mañana. Pero eso no es lo peor —dudé un segundo, midiendo mis palabras—. He estado trabajando en algo... complicado.
Berta arqueó una ceja, intrigada. —¿Qué tipo de trabajo?
Miré al suelo, jugando con las cenizas del cigarrillo. —No puedo contarte mucho, pero estoy metida en algo grande, algo peligroso, una mafia que ya te explicaré más adelante. Estoy trabajando para alguien muy importante, y... —me mordí el labio, sabiendo que no debería decir más—. Solo quiero que sepas que no puedes contarle a nadie, ni siquiera a tu sombra.
Ella se quedó en silencio por un momento, asimilando la información. —¿Y es como en las películas? Ya sabes, el jefe está bueno y todo ese rollo.
No pude evitar reírme. —El jefe está bueno, sí, pero no es como en las películas. Es más complicado... y peligroso. —Suspiré—. En fin, eso es todo y por favor, no cuentes nada.
Berta asintió, mostrándome su apoyo silencioso. Nos quedamos hablando un rato más, pero era evidente que estaba procesando todo lo que le había dicho. Finalmente, se hizo la hora en que tenía que irse.
—Cuídate, ¿vale? —dijo, dándome un abrazo antes de salir por la puerta.
—Tú también —respondí, cerrando la puerta detrás de ella. Me dejé caer en la cama, exhausta emocionalmente. Sabía que todo se estaba complicando cada vez más, y mantener el equilibrio entre mis vidas paralelas se volvía más difícil con cada día que pasaba.
Me desperté al día siguiente con la alarma, recordando que tenía que ir a la universidad. Me vestí apresuradamente y salí de casa antes de que mi madre pudiera decir algo más. Llegué a la universidad, sintiéndome como una impostora entre mis propios compañeros. Tragué saliva y me dirigí al departamento de administración para solucionar el lío de mis ausencias y exámenes pendientes.
El día pasó rápidamente, entre conversaciones incómodas con profesores y la ansiedad de estar allí. Al final de la última clase, uno de mis compañeros, Daniel, me invitó a su fiesta de cumpleaños en una discoteca esa noche.
—Va a estar increíble, tienes que venir —dijo con una sonrisa encantadora.
No dudé en aceptar. Necesitaba una excusa para despejarme y, además, un poco de diversión no me vendría mal. Sin embargo, sabía que tendría que inventar una buena excusa para salir sin levantar sospechas en casa.
Regresé a casa con la mente dando vueltas, buscando una manera de salir esa noche sin que mi madre se diera cuenta. Mientras cenábamos, le solté la mentira: le dije que Berta y yo íbamos a estudiar toda la noche en casa de su hermano para ponernos al día con las clases perdidas.
—¿Estudiar toda la noche? —mi madre levantó una ceja, claramente dudando de mi historia.
—Sí, mamá. Tenemos mucho que recuperar, y Ezequiel se ofreció a ayudarnos con algunas materias que domina —mentí, tratando de sonar lo más convincente posible.
Finalmente, mi madre pareció aceptar la historia con un suspiro. Sabía que no confiaba del todo en mí, pero al menos no hizo más preguntas. Una vez que terminé de cenar, subí a mi cuarto para prepararme para la noche.
Mientras me maquillaba y elegía la ropa adecuada, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. No sabía cómo terminaría la noche, pero estaba decidida a disfrutarla al máximo y, por unas horas, olvidarme de los problemas que me rodeaban.