Marcos y yo estábamos en la oficina, repasando los eventos recientes y la creciente inquietud en la organización. No podía dejar de pensar en Dafne, la nueva recluta que había demostrado ser sorprendentemente competente.
—Creo que la mejor forma de averiguar más sobre Dafne es observarla de cerca —le dije a Marcos, que asentía mientras me escuchaba—. Quiero entender qué la motiva, qué busca realmente. Tenemos que acercarnos, pero sin levantar sospechas.
Marcos sonrió de forma cómplice. —Entonces, ¿invitarla a salir? Es un buen plan. Puedo encargarme si quieres.
Negué con la cabeza, decidiendo que lo mejor sería manejarlo yo mismo. —No, lo haré yo. Quiero ver cómo reacciona, cómo se comporta fuera del entorno controlado de la oficina.
Más tarde, esa tarde, la vi en el pasillo, revisando unos documentos. Me acerqué serio con las manos en los bolsillos.
—Daphne ¿todo bien? —pregunté, observando su reacción.
Ella levantó la mirada, aparentemente sorprendida pero manteniendo una sonrisa amigable. —Hola. Todo bien, gracias.
—Estaba pensando —dije, adoptando un tono más relajado—. Marcos y yo solemos salir con algunos amigos a un club por las noches. Es una especie de tradición para desestresarnos. Si quieres venir, invita la casa.
Dafne pareció considerar la oferta por un momento, luego asintió con una sonrisa amplia. —Claro, podría ser divertido.
Mientras Daphne se levantaba, noté una mueca de dolor en su rostro. Llevó la mano a su muslo, donde había recibido una herida durante una de las pruebas.
—¿Estás bien? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Era una pregunta más para evaluar su reacción que por genuina preocupación.
—Sí, es solo que cuando una herida cierra, puede doler un poco —respondió Daphne, intentando minimizar el asunto.
Aproveché la oportunidad para ofrecerle algo más que solo una invitación. Abrí un cajón de mi escritorio y saqué una pequeña pistola, una Glock compacta, y se la entregué.
—Toma, por si lo necesitas. Ahora estás expuesta al peligro —le dije, mirándola fijamente a los ojos—. Úsala con prudencia.
Daphne asintió, tomando la pistola con una mano firme. Con una leve sonrisa, se despidió y se marchó de la oficina. La observé mientras se alejaba, intentando captar cualquier señal de nerviosismo o duda, pero parecía tranquila, lo cual solo aumentaba mis sospechas.
Después de que se fue, me dirigí a la casa de mi madre. Ella había organizado una comida familiar para celebrar el cumpleaños de mi abuela.
Era una de esas reuniones donde la tensión familiar se mezclaba con la obligación de parecer feliz. Mi madre siempre había desaprobado nuestra implicación en la mafia, especialmente mi rol como jefe. A pesar de ello, seguía siendo una presencia constante y, en cierta forma, un refugio de normalidad en mi vida caótica.
Durante la comida, mientras hablaba con mi padre sobre los problemas recientes en la empresa, mi madre intervino, visiblemente molesta.
—Por favor, ¿pueden hablar de eso cuando yo no esté? —dijo con un tono firme y frustrado—. Sube y llama a tu hermana, Jayden.
Subí al piso superior y encontré a Olivia jugando con sus muñecas. La levanté en brazos, disfrutando del momento de inocencia que su presencia traía a mi vida.
Mientras bajábamos las escaleras, me contaba con entusiasmo lo que había hecho en clase, demostrando una elocuencia que me sorprendía para alguien de apenas seis años. La comparación con mi propia infancia, marcada por silencios y secretos, era inevitable.
Después de la comida, me dirigí rápidamente de regreso a la empresa. Había muchos asuntos que requerían mi atención: desde la revisión de documentos hasta la planificación de proyectos arquitectónicos que servían como fachada para nuestras operaciones.
A medida que el día avanzaba, mi mente volvía una y otra vez a Daphne. La inquietud de no saber si podía confiar en ella me carcomía.
María, entró en mi oficina con una carpeta.
—Hay otra solicitud para la empresa —dijo, dejando los documentos sobre mi mesa.
Tomé los papeles y los leí detenidamente. Después de un momento, los rompí en pedazos, arrojándolos a la basura.
—No podemos dejar entrar a cualquiera —dije, sintiendo la frustración crecer en mi interior—. Dejamos entrar a Daphne para calmar nuestras sospechas, y ha resultado ser buena en esto, pero de momento, las cosas se quedan así. Hasta que tenga controlado a todo el personal que hay en el interior. Así que rechaza cualquier otra solicitud por ahora.
María asintió y se retiró, dejándome a solas con mis pensamientos. Había mucho en juego, y cada decisión tenía el potencial de cambiar el rumbo de nuestras operaciones. Nunca había permitido los errores y jamás los permitirá