⋆˚࿔ Capítulo 34 𝜗𝜚˚⋆

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. ݁₊ ⊹LALISA MANOBAL . ݁˖ . ݁

OCHO AÑOS DESPUÉS.

—No sabe cuanto le agradezco, Señorita Manobal, me salvó la vida —la chica de pelo oscuro me abrazó—. Y no sabe lo agradecida que estoy con usted.

—No tiene que agradecer, hice mi trabajo, y usted se lo merecía —dije—. Después de todo, es mi clienta.

La mujer mayor me agradeció por última vez antes de irse, yo, por otro lado, sentí un alivio en mi pecho al ganar otro caso más. Era una clase de satisfacción al alcance de mis manos, la cual siempre quise y hasta que no lo viví, no lo supe con exactitud.

Saqué la llave de mi coche y lo puse en marcha, dejando mi maletín a un lado y busqué mi celular, llamando directo a mi padre, poniéndolo en alta voz mientras conducía por las calles de Corea. Mi último caso había sido aquí, y él no lo sabía, la única información que pasó a través de él fue que tenía un caso muy importante.

Con una sonrisa en mi rostro al momento de que escuché su voz en la línea.

—Espero que me llames para decirme que tomaste un vuelo directo aquí —dijo él con felicidad en su voz.

—No lo dudes ni un solo segundo, papá —miré a través del retrovisor—. Creo que ni te lo imaginas.

—Pero quiero, Lisa. He estado esperando todos estos años a que mi hija se establezca para poder tenerla esta Navidad.

—Sabes que tengo muchos casos, el quedarme a vivir en corea se me hace complicado, solo vine a ver que tal va mi sucursal, después de ahí pienso regresar a Nueva York o a Tailandia —informé—. Te llamo ahora, papá, tengo que hacer algo.

Colgué la llamada y parqueé mi coche, bagándome y viendo claramente el cementerio. Suspiré y me acerqué a un hombre que vendía flores. Había perdido la cuenta de cuantas veces le había comprado flores y él seguía como la primera vez.

—¿Las de siempre? —preguntó.

—Las mismas —asentí.

Le entregué el dinero y me dirigí con las flores a la tumba de mi madre, era lo mismo de siempre, yo quitaba las hojas que cubrían su tumba y dejaba flores en ella. Ya no era como las veces pasadas, ya no lloraba, pero sí me sentía nostálgica.

Los recuerdos no dejaban de llegar a mi mente y me costaba aceptar que ella ya no estaba conmigo, a pesar de los casi nueve años, a mí me seguía doliendo su partida. Creo que es algo que nunca me dejará de doler. Dejé las flores en el mismo lugar de siempre, quitando las viejas.

—¿Cómo estás, Mami? —me agaché, con cuidado de no ensuciar mi ropa—. Vine a lo mismo de siempre, a dejarte tus flores y saludarte, espero no te resulte molesta. Me gusta hacerlo.

Al terminar me volví a subir a mi coche y esta vez conduje hacia un lugar específico, la casa de mi padre. Me hacía falta verlo y hacerle saber que yo ya estaba aquí hace días resolviendo uno de los tantos casos.

Muchos recuerdos habían regresado a mi mente, muchos que ni siquiera tenía en mi pensamiento, pero de solo estar en el mismo lugar por donde tantos años viví, era inevitable no pensar en Rosé, de la cual no supe tanto estos años, en otras personas no tan importantes, pero que de alguna u otra manera generaron algo diferente en mi vida.

Era como una ruleta sin fin, era como un hogar sin paredes y un pequeño mucho en el cual yo no pude vivir por miedo a morir en él. Más que un recuerdo, se había convertido en algo relacionado con un hogar, de esos que no te hacen sentir incómodos, pero en los cuales no quieres permanecer.

El Arte De Amar. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora