Recuerdos Morbosos

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El centauro de la cicatriz en el pecho apodado Leoneri Crepuscornt corria con vigor por los oscuros bosques de la aldea de Firmena mientras sentía que la carga que llevaba sobre sus hombros se volvía cada vez más molesta. Leoneri refunfuñó exageradamente y, furioso, agarró con sus dos manos el bulto que tenía cargado a su lomo y lo arrojó con fuerza sobre el suelo seco del bosque. La pequeña e insignificante humana, cuyas manos y piernas las tenia atadas por una cuerda imposible de romper, comenzó a moverse desenfrenadamente, intentando liberarse de sus ataduras. Pero, al ver la mirada fría de su captor y al razonar que sus esfuerzos eran inútiles, dejó de moverse y pequeñas lágrimas discurrieron por sus ojos.

Leoneri Crepuscornt se acercó hacia la débil humana e intentó agacharse como pudo, flexionando sus fuertes patas de caballo. Tomó con su sucia mano la barbilla de la chica y la alzó para que ella pudiera verlo directamente a los ojos. El centauro se demoró treinta segundos en hablarle. Todavía le costaba memorizar y aprender las palabras correctas para hablar con aquella chica en su idioma nativo.

–Escucha...niña humana. Estate quieta o si no...muerte –trató decir en español pero hasta el mismo se dio cuenta de que su vocabulario era cualquier cosa menos castellano.

La inofensiva y aterrada humana contempló perpleja a aquella bestia, dando a entender que entendió la idea general de lo que esté había dicho. El centauro asintió, mostrando ante ella una sonrisa odiosa y maliciosa, cosa que asustaba mucho más a la pobre víctima. Leoneri le hizo girar la cabeza, reforzó el nudo de la mordaza y se aseguró de que este estuviera bien dura antes de proseguir con su camino. No quería oír una sola queja durante todo el viaje. No tenía paciencia para ese tipo de cosas.

Tras hacer eso, e ignorar las suplicas de su rehén, la alzó nuevamente por los brazos y la depositó de vuelta sobre su lomo. Olisqueó el aire con desconfianza, sin percibir ningún aroma extraño. Al no detectar peligro, se colgó el carcaj de flechas y su arco al hombro, y desenvainó su daga. Retomó su cabalgata por los bosques de la aldea Firmena con la horrible sensación de que alguien le seguía. Pero eso no era posible.

Todavía faltaba bastante camino por recorrer.

Mientras cabalgaba por una ruta libre de árboles, Leoneri no pudo evitar sumergir su atención en algunos recuerdos. Últimamente eso era muy normal. Después de todo lo que le había ocurrido... ¿quién no iba a estar pensando en ello como él?

*****

El recuerdo seguía intacto. Leoneri Crepuscornt sabía perfectamente que su suerte y su vida pendían de un hilo demasiado frágil. Cualquier paso que diera en falso haría que toda su vida, existencia y demás deseos se desvanecieran fácilmente ante el más mínimo y ligero soplo de viento.

Él sabía que había tenido mucha suerte. Por ese único motivo, él no se había opuesto a la tarea que le habían encomendado. De todas formas, negarse no era una opción. No a menos que quisiera seguir con vida. A fin de cuentas, él no era más que otra súbdito en un grupo de un montón.

Leoneri Crepuscornt siempre fue y siempre será un centauro pobre y miserable, por más que su apariencia externa ocultase la sombra impura que fue alguna vez antes en su antigua vida. Hijo de seres difuntos y sin hermanos, Leoneri siempre tuvo que valerse en la vida por sí solo desde que era pequeño.

Su hogar, una pequeña casa de madera, se encontraba ubicada en uno de los lugares más oscuros y menos transitados del bosque Keyftmon a pocos kilómetros de la aldea de Guymena. Su vida siempre había sido aquella casa. Nunca tuvo un maestro. Nunca tuvo educación. Nunca tuvo un trabajo. Siempre había sido un solitario, apartado de la sociedad.

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