La Cruzada de la Libertad

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No me atreví a abrir los ojos por temor a que se tratara de un engaño. Considerando todo lo que sucedió en las últimas horas, no me extrañaría que a si fuera. Los centauros son seres despreciables, incluso a la hora de prorratear muerte.

Si van a matarme que lo hagan de una buena vez. Todo ser vivo merece una muerte limpia, no hay honor en la crueldad, pensé, apretando con furia los dientes.

¿Cuándo iba a acabar esta pesadilla?

– ¿Qué demonios fue eso? –lo escuché mascullar al Maldito, sintiendo su presencia demasiado cerca. Seguramente estaba fingiendo algún tipo de sobresalto. Por nada del mundo iba a abrir los ojos. No quería encontrarme con su sonrisa irónica, con la desagradable sorpresa de que todo se trataba de un truco para que yo abriera los ojos, con la esperanza de que sucedería algo que pudiera salvarme cuando sabía que no iba a ser así.

No quería que Nerfeil Okkil fuera la última cosa que viera antes de morir.

Termina de una vez, maldito bastardo.

Silencio.

Mi sentido auditivo me indicó que la bestia se enderezó de nuevo en su asiento y el sonido del aire silbando me avisó que la daga volvía tomar impulso hacia atrás.

Es hora.

Fruncí el ceño, asustado por la muerte que se venía y recé una plegaria apresurada para que alguien me recibiera del Otro Lado. Ojala fueran mis abuelos.

Y justo ahí la tierra volvió a temblar.

¡BUMMMM!

Las paredes tuvieron que haberse venido abajo, pues la fuerza de un derrumbe y la explosión que procedió me elevaron por los aires, lanzándome a la boca del lobo. Choqué contra un muro que también se vino abajo y yo me vi enterrado bajo los escombros.

Gritos. Se escucharon gritos desaforrados y un ruido de metales castañeteando.

Yo no veía nada, solo oscuridad.

Tengo que levantarme. No estoy muerto, solo enterrado.

Pero todo esfuerzo era inútil. No tenía fuerzas, estaba desorientado y el cansancio tiraba de mí para que no hiciera nada. Tal vez esta era una mejor manera de morir. Aplastado bajo el peso de mil paredes. Solo falta que se viniera abajo el techo, que por alguna razón se estaba tomando su debido tiempo.

–¡Die, you chickenshit!

–¡Figlio di putana!

– ¡Mueran! ¡Mueran!

Las alusiones sí que eran poderosas. Esas voces humanas se oían tan... reales.

– ¿Pablo? ¡Pablo! ¡¿Dónde estás, Pablo?! –los gritos de mi amiga se hicieron oír por encima de los ruidos metálicos. ¿Qué estaba pasando? ¿Seguía vivo o había muerto y lo que escuchaba eran solo jaculatorias sueltas dentro de mi subconsciente?

¿La muerte era esto?

Carolina, siento haber defraudado. Merecías algo mejor...

Los restos de concreto que aplastaban mi frágil cuerpo comenzaron a perder peso a medida que una mano desconocida los apartaba a un costado. Poco a poco, la oscuridad comenzó a disiparse y rastros de luz rojiza y anaranjada se filtraron por los huecos despejados. La pared que tenía encima de mi rostro se movió a un y el rostro sucio y preocupado de Carolina Cristóbal cubrió su lugar.

Podría morir así, hundiéndome en la oscuridad observando su bonita cara...

Sus labios se movían en un intento desesperado por decirme algo, pero no la oía. Los gritos, los chillidos metálicos y los derrumbes ahogaban cualquier cosa que quisiera decirme, pero no me impedían ver a Carolina.

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