Valmet

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Es raro ser mitad hombre y mitad caballo, pues no era algo que uno afrontará muy a menudo. Tampoco era normal caminar hacia el lugar donde tu propio cuerpo yacía vacio por dentro y lo tuvieras que cargar sobre tu lomo, pero bueno, mi vida era así.

Ser un centauro era rarísimo, por no mencionar que sonaba loco. Veía las cosas de manera distinta, olía esencias que nunca había aspirado, cavilaba de otra forma...era un cambio totalmente radical y difícil de sobrellevar.

Me incliné con dificultad sobre el suelo para recoger la mochila de Dolores y mi espada, pero como aun no me acostumbraba a ser un centauro, sufrí la consecuencia de hacer que mi cuerpo se deslizara por mi lomo de caballo y cayera, como si fuese una figura de porcelana, en la tierra cubierta de cenizas. Que mierda...

Dejé atrás el Bosque Quemado de Okul. Daba miedo pensar que el alma, o el espíritu del centauro que acaba de asesinar podía aun seguir rondando por los alrededores del bosque, vigilando, a la espera de la mejor oportunidad para acosarme.

*****

Usando una de las pieles de Zarlof, oculté el cuerpo inerte que reposaba sobre mi lomo. Me colgué la mochila de Dolores a la espalda, mi espada y mi daga al cinto que llevaba el centauro y emprendí mi camino. La velocidad que alcanzaba siendo un centauro era fantástica. Iba más rápido y la euforia y la adrenalina fueron un golpe inesperado para mi nuevo sistema. ¡Nadie podía vencerme! ¡Era único!

Viajé durante toda la tarde y toda la noche sin parar a comer u descansar ni una sola vez. Había olvidado cuando fue la última vez que me había sentido tan enérgico. Era otra persona...era un centauro.

Al amanecer del sábado 3 de julio, me topé con la entrada de la Aldea de Valmet.

*****

Los soldados que custodiaban la entrada me saludaron con un apretón de manos. Los conocía, sabía quienes eran a pesar de no haber tenido nunca contacto con ellos. Entonces entendí que no era yo al que recibían de buena manera, sino al centauro que había asesinado.

El control de un cuerpo muerto no resultó un tema difícil de manejar. Lo más emociónate (ojo, no quiero decir que estar dentro de un cuerpo muerto fuese algo recomendado) fue descubrir que, aunque su alma no estuviera más en su cuerpo, sus recuerdos, sus conocimientos y sus ideas aun residían en su cabeza. Que quiere decir esto: ya yo no era Pablo Torres, era Sorfil Dereyat: un soldado de la Guardia de la Flecha Sangrante, de rango medio, de unos veintidós años de edad (si eras menor de veinticinco, aun eras considerado menor de edad) y soltero. Vivía en una bonita casa ubicada en el barrio residencial más destacado de la Aldea de Valmet. Mis padres fueron a la guerra y yo formaba parte de una patrulla de vigilancia en busca de un joven delincuente llamado Pablo Torres, quien debía ser entregado a las autoridades apenas se lo viera. Era buscado por el Monarca de la Aldea de Guymena que ocupaba un alto rango en la sociedad, pero más de eso no sabía. Era igualito a Zarlof, un centauro ignorante. La verdadera información era muy confidencial.

Volviendo al tema de mi ingreso a la aldea, los guardias, que eran mis amigos me dieron la mano. Eran dos, eran más grandes que yo y mucho más corpulentos.

¿Traes noticias? –preguntó el más grande de los dos, cuyo nombre supe que era Gort.

Emm...ninguna – (¡podía hablar su idioma, fascinante!).

Has tardado demasiado. Casi enviábamos a alguien a buscarte. Últimamente ha habido noticias desconcertantes. Otro centauro ha sido asesinado. –comentó el otro guardia, hermano de Gort, llamado Fer.

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