Los Dragmiteias

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El bosque prevalecía en silencio. No se escuchaba ni un solo sonido más que el correr del agua en el arroyo. La luz de la luna era brillante y sumisa. Su albor irradiaba las no muy profundas aguas cristalinas. Si no fuera por el peligro que aquel sitio suponía para mí, me atrevería a decir que el Mundo de los Centauros era un paraíso natural y pacifico. No obstante, aquello no fue suficiente, y el sueño abrumador de hace unos momentos se vio interrumpido por una nueva oleada de pánico y tristeza. Desperté en un manto de penumbra y soledad.

La soledad que me embargó resultó aplastante. Me deprimía estar solo, no tener a nadie que me hiciese compañía. Desarmé la correa que sujetaba mi espada al cinto y la coloque sobre mis rodillas, admirándola, tratando de distraer mi mente.

Durante el periodo de tiempo en que me dediqué a entrenar con mi maestro, tuve tiempo de sobra para imaginarme qué clase de cosas horribles podían sucederme durante la batalla. Quise se previsivo y prepararme para cualquier tipo de situaciones, pero nunca me imaginé envuelto en una situación como esta. Nunca, ni en mis más oscuras pesadillas.

¿Cómo iba a yo imaginar que un ser mitológico como aquel iba a llevarse hacia este mundo a mi mejor amiga humana? Sencillamente todo era un disparate.

Ni si quiera quería pensar cómo estaría mi amiga en estos momentos. Carolina, pobrecita. Estaría asustada, muerta de miedo, y sobre todas las cosas, confundida. Muy confundida. ¿Qué sabia ella sobre la existencia de seres sobrenaturales? ¿De seres como yo? Ella vivía dentro de un mundo de mentiras, como el resto de los seres humanos comunes y corrientes. No era su culpa.

En todo caso la culpa era mía. Si ella estaba acá significa que algo, relacionado conmigo, tuvo que traerla hasta acá. ¿Qué otra explicación había? Siempre que me relacionó con alguien, ese alguien sale perjudicado. Mi mejor amigo, Martin Pérez, aprendió eso por las malas.

Dios, debía encontrarla. No importa lo mucho que me costase, no me iría de este mundo sin Carolina. Si algo llega a pasarle no creo poder perdonármelo.

Dejé vagar la mirada de la espada a la luna. Pensé en mi familia: mis padres y mis tíos estarían en el campo de batalla, arriesgando su vida por la libertad de nuestra especie. Pensé en los Méndez, nuestros amigos, miembros del Clan de la Luz. Pensé en Dolores Méndez, mi amiga de la infancia.

Un calor interno se abrió paso dentro mío. Este calor no tenía nada que ver con el que desprendía mi corazón. Era un calor distinto; tibio y pasional. Últimamente había pensado mucho en Dolores y en lo hermosa que era. Su aparición, luego de cinco años sin verla, significó un cambio muy importante en mi vida. Cambio por completo todo, incluso mi relación con Mía Utierrez.

Mía...

El recuerdo de ella me quitó el aliento. Hace meses que no habló con Mía. No sé si era porque no teníamos más temas de los que hablar o porque ya nos estábamos cansando el uno del otro. Creo que era culpa mía que la relación no prosiguiese. La descuidé. Eso sin mencionar el hecho de que últimamente estuve muy confundido respecto a mis emociones. Pensar en ello hizo que se me viniese a la mente la carta que le había escrito a mi primo Tomás, aquella que había dejado a manos de un recepcionista francés, junto a la otra carta destinada a mis otras dos primas. Me preguntó si fue una buena idea dejar todo a manos del destino...

Un viento del este sopló con fuerza, y un manto de hojas se alzó en al aire, dibujando un espiral que se perdió en la oscuridad. Con eso basto para que volviese al presente, cosa que me entristeció. No quería estar acá. Yo quería una vida normal, como la de los demás. Salir de joda con mis amigos, ir a fiestas, hacer salidas con mis primos, practicar un deporte, estudiar una carrera, formar una familia, alcanzar un sueño...

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