– ¿Podés parar de moverte? No sé si estas enterado, pero no sos el único que está preocupado ¿sabés? –le reprendió Sofía a su hermano.
Tomás dejó de dar vueltas alrededor de la mesa del comedor y miró con furia a su hermana. Por un momento, sus labios se abrieron para decirle que se fuera al carajo, pero como no quería alterar a Nuria, decidió no decir nada. Mejor era no pelear; no los iba a ayudar en nada discutir en un momento así.
Tomás miró el reloj de la repisa, otra vez.
Las 19:43 p.m.
La batalla había comenzado hacia ya casi tres horas. Resultaba irónico y angustiante pensar que ellos no recibirán noticias de su familia hasta por lo menos el 9 de julio a las cinco de la tarde. Para ese entonces, el portal y la guerra habrían finalizado, a no ser que los centauros invadieran su mundo antes y los exterminaran. A ellos y a los humanos, dicho sea de paso.
Volvió a caminar nuevamente alrededor de la mesa. Tomás se detuvo al ver la mirada de impaciencia de su hermana de ocho años. No quería tener problemas. Se dirigió hacia la pequeña cocina de la casa y se sirvió un vaso de agua. Bebió apresuradamente que se atragantó. Apoyó el vaso sobre la superficie de la pileta y se distrajo viendo el crepúsculo de aquel atardecer, o lo que podía ver de él desde la pequeña ventana rota de la cocina. Al distraerse con aquella escena, muchos recuerdos y pensamientos entraron atropelladamente en los rincones más vagos de su cerebro. Dudas y temores lo atormentaban. ¿Estarán bien sus padres? ¿Sus tíos? ¿Su primo? ¿Los Méndez? ¿Los volvería a ver vivos?
Intentó alejar con la mano aquellos pensamientos. Dio media vuelta y observó que sus dos hermanas menores estaban atentas a lo que él hacía. Tomás se dijo que lo mejor era salir un ratito de aquella casa. Y así lo hizo.
El aire fresco que desprendía la llegada próxima de la noche le hizo un gran bien. Cerró los ojos y aspiró con sus pulmones aquel aire. Frio. Al abrir los ojos, se sorprendió muchísimo al ver que había juzgado mal el atardecer, ya que la noche había llegado demasiado pronto.
Pero eso no le importó. A pesar de que era de noche, cualquier escusa era buena con solamente estar fuera del alcance de la vista de sus hermanas. Aunque a él le costara admitirlo, la verdad era que se consideraba incapaz de estar junto a ellas por más de cinco minutos. Todavía no se acostumbraba a tener que cargar encima con el peso de la responsabilidad. Era él quien debía de asegurarse de que ellas estuvieran bien. Debía de cuidarlas. A pesar de que ellos no estuvieran en la batalla, nunca debían bajar la guardia. Nunca. Ya que, si por casualidad llegaran los centauros a triunfar, ellos cruzarían el portal que los conectaba a su mundo y vendrían a buscar a todos los seres de menor de edad de la especie y los eliminarían. Y, tal vez, harían lo mismo con los humanos, si se les presenta la oportunidad.
Tomás se sentó en el primer escalón de piedra que conectaba el jardín principal con la entrada de la casa. Se quedó allí indolente en sus propios pensamientos, para variar un poco. La verdad, y él lo sabía muy bien, no le hacía ningún bien estar pensando en lo mismo todo el tiempo. Tenía que distraerse, no estar preocupado por su familia y la batalla las veinticuatro horas de los próximos diez días. Tenía que salir un poco más con Melisa, distraerse viendo los partidos de octavos de final del Mundial de Sudáfrica 2010. Pero, cuando pensaba en distorsionarse, las palabras de Pablo volvían a su mente.
Ahora, te toca a ti ocuparte de tus hermanas...
Una fina lágrima cayó por su mejilla. Pensar en su primo, en su hermano de sangre de toda la vida, le oprimía el corazón. Sentía que, al igual que sus padres, no había otra persona más en el mundo que él quisiera tanto como lo quería a él.
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Búsqueda en el Infierno
PertualanganLa profética Batalla Final entre los centauros y los filitcios ha comenzado y con ella la última dinastía sobrenatural. Luchando por la libertad y la supervivencia de su estirpe, las dos razas se enfrentan por última vez en un combate sangriento y d...