La loba olisqueó el aire y el único hedor que percibió fue el de la sangre y la muerte. Mantenía los ojos cerrados para evaluar sus sentidos. El olfato y la audición trabajan juntos a la par. Los sonidos de la guerra, el acero contra el acero, las dentelladas desbaratando carne, las heridas y los gritos de agonía...todo formaba parte de un mismo circulo. Un mismo espacio.
La loba abrió los ojos y contempló al moribundo que tenía ante suyo.
La bestia aun respiraba entrecortadamente. La sangre emanaba de su garganta y le bajaba por los costados de la papada, ahogando sus últimos gemidos en una sonrisa roja. Sus quejidos se perdían en un balbuceo de burbujas sanguinolentas y salivosas.
La loba reconocía que su presa tenía voluntad; la estaba peleando hasta el final.
Hay que tener ganas de vivir.
La loba le había arrancado la garganta de un solo mordisco. Había sido fácil y sencillo. Como morder un alfajor con a sabor a cruento. La loba se relamió los labios manchados de sangre y se paso la lengua entre los dientes. La boca le sabía a gloria y victoria.
– ¡Dolores! ¿Sería mucho pedirte que nos ayudarás? –gritó una voz no muy lejos de su posición, seguida del sonido metálico de unas espadas al entrechocar.
La loba se olvidó de su presa y siguió la llamada del instinto.
Divisó a su hermano a la distancia; su figura humana resaltaba a la vista al igual que la de sus otros dos parientes. La loba gruño para sí y corrió en su dirección, dispuesta a ayudar.
El centauro que luchaba contra su consanguíneo no la vio venir. Ella se impulso hacia adelante y cayó encima suyo, mordisqueando cada sector libre de protección y dando zarpazos cuando la ocasión lo ameritaba. La bestia daba lucha pero fue el acero de su hermano lo que suprimió su existencia una vez que se incrustó de lleno en su corazón desprotegido.
La loba se relamió las zarpas y con solo desearlo dejo atrás sus pieles peludas para dar paso a algo más febril. La máscara de una joven muchacha de rasgos duros.
Dolores Méndez aspiró el aire con otros pulmones y volvió la vista hacia atrás.
El campo de batalla era un rio de cadáveres y supervivientes luchando entre sí. Por los cielos surcaban dragones lóbregos y halcones con armaduras pesadas. La mayoría de los dragones escupían fuego por sus fauces (quemando todo a su paso) y abanicaban con sus portentosas alas los vientos de la guerra, mientras que los halcones atacaban en picada a sus enemigos (descuartizando cuerpos con sus garras) a la vez que otros caían muertos desde el cielo, siendo atravesados por un cernidillo de flechas.
En tierra, centauros, lobos y seres humanos se batían a muerte en combates, implantando caos y padecimiento con cada golpe mortal.
Dolores no se entretuvo observando aquel paisaje durante mucho tiempo; el peligro requería nuevamente de su atención.
Desenvainó su espada y atajó el ataque de un nuevo centauro poco antes de que la hoja de su arma le decapitara la cabeza. A su izquierda, atinó a observar como sus hermanos se abatían a duelo con otros tres centauros que se habían sumado a la contienda. Ese pequeño vistazo casi le costó su cabeza.
Concéntrate en tu pelea, se dijo a sí misma, reprochándose su falta de atención.
El centauro endosaba una mueca de odio con cada golpe que propinaba, pero Dolores era una luchadora sumamente hábil y detenía cada golpe con un movimiento de espada. En los últimos días, el costado sensible e inocente de la hermosa muchacha se había consumado a medida que la batalla se tornaba más sangrienta y mortífera. Aun recordaba como al principio se había torturado a si misma por cada vida que había quitado. Cuanta culpa innecesaria. Su especie estaba en guerra; cada muerte estaba justificada.
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Búsqueda en el Infierno
AdventureLa profética Batalla Final entre los centauros y los filitcios ha comenzado y con ella la última dinastía sobrenatural. Luchando por la libertad y la supervivencia de su estirpe, las dos razas se enfrentan por última vez en un combate sangriento y d...