La Silueta Oscura

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Los impulsos son electrizantes reacciones nerviosas, provenientes del cerebro, que emergen por todos los nervios del cuerpo en el momento más vulnerable de una persona. En ciertos casos, ceder bajo esos inesperados brotes es bueno. Pero también existen los casos en donde todo sale mal. Muy mal.

Debido a mis impulsos incineré la bodega del palacio "Elliot III". El fuego resultó ser brutal y se expandió no solo por la bodega, sino por toda la galería de arriba hasta llegar al vestíbulo y a otros salones del palacio. En resumen, a los centauros no les causó ninguna gracia ver en llamas su antro real.

Sin embargo, aproveché mi ventaja y hui de Valmet mientras los centauros trataban de apagar mi fuego-control-estimado y rescatar a los guardias que quedaron atrapados. ¿Cómo logré escapar? Por la puerta principal. Había caminado a través de las llamas como si nada, consumido por el fuego sin si quiera sentir dolor alguno. A pesar de que ese asalto entre los centauros y yo lo había ganado, la mirada del Kibz Saitam no desaparecía de mi mente. Lo vi desaparecer en una ola de fuego dorado y eso fue todo. Si murió o no, no lo sé, al menos por ahora. Sin embargo, nadie es inmortal. Esa bestia eludió la muerte varias veces, es imposible que haya sobrevivido a un incendio de grandes proporciones.

Borrón y cuenta nueva

Durante varias horas no hice otra cosa más que correr, correr y correr por un bosque verde. Que haya incendiado un palacio real solo significaba que una patrulla de rabiosos y poderosos centauros de la Guardia de No Sé Que vendría por mí; si no me daba prisa en alejarme, nunca llegaría con vida a Guymena.

A la noche acampé en la zona más oscura del bosque. La sola idea de tener que volver a dormir sobre el suelo me llenaba de frustración. La espalda me dolía a horrores y yo no paraba de castigarla. Un saco de dormir no me vendría nada mal.

Me devore las últimas reservas de carne y pollo que guardaba en la mochila. A decir verdad no estaba de humor para comer, pero el hambre era superior a mi capricho y termine cediendo. Durante un rato, me quedé observando pensativo el fuego de mi hoguera. Había tantas cosas que no comprendía de toda esta rara historia de locura que ya no tenía idea de cómo seguir.

A ver, resumamos: un centauro muy poderoso, en este caso un Monarca, me buscaba con desesperación desde hace años. Al parecer, algún conocido mío, posiblemente un familiar, mató a un centauro importante. El Monarca quería que yo lo guiase hacia ese asesino; ese deseo de venganza lo obligó a secuestrar a Carolina con la intención de traerme a este mundo. Pero, aun así, seguía sin comprender un montón de cosas. En primer lugar, ¿cómo pudieron secuestrar a mi amiga? ¿Cuál era el nombre de ese asesino que me estaba perjudicando tanto? ¿Por qué todo lo malo me sucedía siempre a mí?

Un friolento viento tembló la danza de mi fuego. Pensé de improviso en mis Dragmiteias. Se estaban cumpliendo, mis visiones estaban interconectadas con todo esto. Mientras más trataba de averiguar sobre lo que pasará en el futuro, mas quería evitarlo y más estropeaba todo.

Analicé el retrato de Miguel Ángel de nuevo. Las palabras de Carolina zumbaban en mis oídos: ¡Analízalo, no tenemos mucho tiempo! ¿Que era exactamente lo que tenia que ver en ese cuadro, en esa copia barata que Dolores había comprando en Ezeiza?

La lámina seguía intacta a pesar de todo lo que le había pasado a la mochila durante esta travesía infernal. Estuve absorto en la imagen de Dios durante varios minutos. Miguel Ángel lo había pintado como un anciano con barba envuelto en una túnica purpura. Su dedo índice cercano al de Adán, a punto de tocarse. La representación de cómo Dios le da la vida. Desde el punto de vista de un pintor, de un religioso, de un experto del arte y de un observador curioso, el fresco presentaba muchas imágenes, características, que se podían analizar en profundidad. En ese momento deseé haber puesto mayor atención a la clase de Arte, el día en que el profesor había hablado sobre esta obra.

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