Realidades Poco Gratas II

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Los grilletes que aferraban las manos y pies de Carolina Cristóbal eran fríos e incómodos. Apretaban tanto su piel que la mala circulación de la sangre le dolía y la hacía sollozar, aunque en realidad no necesitaba motivos como aquellos para hacerla llorar. Con todos los acontecimientos vividos últimamente, Carolina lloraba por cualquier cosa y tenía sus razones. Su memoria era un rompecabezas incompleto, con miles de piezas restantes. Era consciente que fue secuestrada por alguien, pero su memoria no era clara, tenía varios recuerdos borrosos y a todo eso se lo debía a las peligrosas drogas que le habían suministrado.

Debía ser una pesadilla, una horrible pesadilla. Nada de lo que sucedía era verdad. No existían seres mitológicos conocidos como los centauros, esos monstruos solo vivían en libros de ficción y en películas de Hollywood. Y la aparición de su mejor amigo Pablo... ¿sería producto de la pesadilla, como había sido en las anteriores? ¿Y si era así, porque tenía que aparecer justo él?

Lo intentaba, de verdad que Carolina se esforzaba en creer que nada de todo aquel delirio era verdad, pero su sufrimiento era genuino. Así que... ¿Qué debía pensar?

La puerta del calabozo se abrió y la intromisión de la luz del pasillo le afectó tanto que tuvo que desviar la cara contra la pared y cerrar con fuerza los ojos. Se había acostumbrado demasiado a la oscuridad que ahora no podía sobrevivir sin ella.

–A comer –dijo una voz desconocida, al momento que una figura entraba a la celda.

Carolina apenas levantó los parpados y comprobó que le dejaban un plato de pan, queso y agua en una bandeja sucia. Desataron sus muñecas de los grilletes y los guardias esperaron a que terminara de comer para volver a ponérselas y arrinconarla contra la pared.

Cuando Carolina volvió a quedarse sola, se ocultó en un mar de lágrimas

Quiero irme a casa, quiero irme a casa...

*****

Tuvieron que pasar, como mínimo, poco más de dos días y medio para que los médicos les dieran el alta a Matias y a Dolores Méndez. Ambos pacientes había tenido mucha suerte: en primer lugar, la chica por poco moría; el centauro que la había atacado le quebró tres costillas en total y cada una de ellas estuvo solo a centímetros de entrar en contacto con los pulmones. Por otro lado, el muchacho tuvo también un golpe serio. Una de las zonas más frágiles del cuerpo humano era el cráneo: el cerebro reposaba allí. Matias Méndez estuvo inconsciente más de un día entero. Al despertar, los médicos le hicieron todas las pruebas que creyeron que eran necesarias: pusieron a prueba sus reflejos, su memoria, su visión, y al ver que todo resulto bien, diagnosticaron que tuvo solo una leve contusión que no causó daños mayores. Habían temido que una de las secuelas pudeiera haber sido un accidente cerebrovascular. Antes de dejarlos volver a la guerra, los médicos les aconsejaron tener más cuidado y estar más despiertos.

Tras la catástrofe producida por la explosión, la guerra había tomado un rumbo diferente. Los filiticios no tuvieron noticia alguna de los centauros hasta que por lo menos se hubiesen quitado del campo de batalla todos los cadáveres. Los forenses trabajaron duro y varios de los desafortunados fallecidos fueron reconocidos al instante. Para la familia Torres fue un alivio no recibir la noticia de que Pablo Torres hubiera muerto o estuviera herido, sin embargo, el chico no aparecía.

Ni los Méndez ni los Torres iban a dejar de tener esperanzas; hasta que el cuerpo de Pablo Torres no apareciera sin vida, no iban a perder las esperanzas.

En lo que se refiere al grupo de filitcios dedicados a la búsqueda del portal de los centauros, seguían sin hallar nada. La impotencia iba en aumento.

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