Cuando por fin llegué a mi domicilio, cerré la puerta de un golpe excesivo y me refugié en la soledad de mi cuarto. Cerré las ventanas, bajé las persianas y corrí las cortinas hasta asegurarme que la oscuridad de mi habitación era absoluta. Satisfecha, me arrodillé a los pies de la cama, me senté en el suelo y me abracé a las rodillas. A pesar de seguir enojada, no puedo reprimir el impulso de llorar que encogía mi corazón, así que dejé de oponer resistencia y permití el paso de las lágrimas...otra vez. Odió llorar, lo detesto, porque me hace ver débil, da a entender que "no tengo carácter" (como creé Pablo), pero es algo que no puedo evitar. Me gustase o no, el lloriqueo forma parte de mi naturaleza. Lo quiera o no.
Durante un rato, no sé cuánto, permanecí quieta, gimoteando. En una mano, cerrada en un puño y echa un bollo, sujetaba la carta de Pablo dirigida a su primo. Pensar en las palabras que había escrito, que había dicho sobre mí y sobre ella...me ponía histérica. Me generaba ganas de gritar y maldecir como loca, pero me contuve; no quería tampoco que mi hermana me escuchase.
Mi otra mano libre aun ardía. Quizás la cachetada que profané en el rostro de Tomás había sido demasiado colosal, pero se lo merecía. Trató de arrebatarme la carta y retenerme, queriendo excusar a su primo de lo inexcusable. No tuve la intención lastimarlo, simplemente ocurrió. Supongo que fue una manera de descargarme de toda la angustia que me estuvo carcomiendo durante varios meses, especialmente la tensión acumulada de los últimos días, donde, al parecer, Pablo se hallaba presente en todos lados, aún ausente. No obstante, descubrí la verdad: él ya no me quería más; ahora estaba interesado por la otra, Dolores. Al fin se dio cuenta de lo insignificante que soy como persona, como todo el mundo creé, y logró reemplazarme. No es de extrañarse, la verdad. Siempre supe que algo tan bueno no podía durar demasiado. A fin de cuentas, se trataba de mí la cosa.
Unos golpecitos tocando mi puerta me despertaron de golpe del mundo retorcido que eran mis pensamientos. Escucho la voz de Melisa susurrando mi nombre. No contesto a su llamado. Sin embargo, ella vuelve a insistir.
–Mía, sé que estas llorando, no quieras ocultarlo. Abrí la puerta.
¿Para qué? ¿Para consolarme? ¿Pero quién te crees que sos? ¡Vos también seguramente estás siendo sustituida por una chica mejor que vos!
Los golpecitos no paraban,
¡Fuera de una vez!
Pasados unos minutos, los llamados a la puerta cesaron. Tras un rato de espera indecisa, mi hermana desiste de su intento y se aleja por el pasillo. A lo lejos escuchó el portazo de la puerta de su cuarto al cerrarse y el débil ruidito de la traba al colocarse. Mejor así.
Dejé caer la cabeza sobre las rodillas y cerré los ojos.
No recuerdo cuando fue que me venció el estrés y el agotamiento espiritual.
*****
Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que sentí fue un intenso dolor recorriendo el camino de mi columna vertebral. Ponerse de pie fue una tarea difícil, pero finalmente lo conseguí, a pesar del dolor insondable que castigaba mi espalda.
Decidí echarme en la cama para relajar mis huesos e indagar con la mirada perdida la oscuridad total que inundaba mi cuarto. La penumbra daba la sensación que afuera era de noche, aunque, gracias al reloj de mi mesita de noche, sabía que recién eran las dos de la tarde. Hora de ponerme de pie.
Mis movimientos eran torpes y lentos. Me llevé por delante la cabecera de la cama y tuve que hacer un esfuerzo de locos por evitar no ponerme a chillar de dolor. Marché directo para el baño y me lavé la cara y el pelo con agua fría. Eso me despertó y me reanimo, pero mi humor no cambio.
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Búsqueda en el Infierno
PertualanganLa profética Batalla Final entre los centauros y los filitcios ha comenzado y con ella la última dinastía sobrenatural. Luchando por la libertad y la supervivencia de su estirpe, las dos razas se enfrentan por última vez en un combate sangriento y d...