22. El ave que no podía volar

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Estaba parado frente a mí con su mirada clavada sobre mi, su presencia siempre era muy intensa y poderosa.
    
     —¿Me dejará  ir ahora?

     —No, pero puedes estar libremente por la casa, donde tú quieras, las horas que quieras.

Dudé un momento, miré su rostro y parecía estar tranquilo, no estaba enojado conmigo, no estaba molesto después de que casi lo asesino. Él se veía completamente tranquilo, como si lo que había pasado no hubiese pasado en realidad.

Pensé una fracción de segundos sobre que debía contestar, ¿si decía que no quería se podría molestar? O quizá si decía que si tan rápido, desconfiara de mi, quizá solo me estaba poniendo a prueba.

Cavilaba entre mis pensamientos y él podía ver la duda en mi semblante.
   
     —Es la única libertad que puedo darte si no la quieres volverás a tu habitación y no saldrás de ahí nunca más.

Su voz tan áspera siempre infundía miedo, era tan gruesa y varonil, hacía que quisiera temblar del temor más sus mirada tan oscura y penetrante me hacia paralizarme,  eran una combinación mortal.

Debía responder, no le gustaba que me quedara callado ni que titubeara.

     —Podría... ¿Puedo ir a la biblioteca? ¿Puedo leer algún libro? —pregunté. ¿Había si quiera una biblioteca real en esta casa?

Se detuvo a mirarme largamente pero ¿Por qué su mirada cambiaba tanto? Parecía un camaleón disfrazado, uno que se transformaba a su antojo para esconder su verdadera esencia. Tragué saliva.

     —Puedes, ven te llevaré yo.

Asentí.

Ambos salimos de "mi habitación" en completo silencio y caminamos hacia la parte donde se encontraba la biblioteca, era por el pasillo a la izquierda. No era la biblioteca que aparecía cada vez que la habitación en la que me mantenía encerrado se desvanecía.

Era una habitación más grande y de paredes altas, poca iluminación pero la madera reluciente y el aroma de las páginas de los libros inundaba el lugar. Pequeños rayos de luz se filtraban por las ventanas de arriba y los tragaluces del techo y altas estanterías de madera estaban apiladas de manera ordenada y éstas contenían libros, muchos libros.

Solté un suspiro y luego aspiré aquel aroma familiar que tanto me gustaba, la bibliosmia se introducía por mis fosas nasales y le daban a mi ser una sensación de satisfacción y regocijo, como estar en un lugar amado y añorado, paz y tranquilidad era lo que me invadían a pesar de estar en un lugar  ajeno para mi.

     —¿Te gusta? —Preguntó Yoongi adentrándose al lugar conmigo siguiendo sus pasos.

Nos detuvimos frente a una pequeña y bonita sala de estar que tenía una mesa en el centro y había un par de libros ahí.

     —Si

Asentí de inmediato porque en realidad si me gustaba el lugar. Me sentía tranquilo estando ahí.

Sonrió, y fue lo único que hizo antes de retirarse de ahí dejándome completamente solo. Volví a suspirar mirando a mi alrededor y sonreí por primera vez estando en la Quadrant House.

A partir de ahí mi lugar favorito de la casa se había convertido en mi refugio, pasaba ahí la mayor parte del día casi todos los días y al parecer a Yoongi no le molestaba. A veces podía escuchar sus pasos acercarse a la puerta pero no entraba, se detenía en el marco para observarme y se retiraba en silencio.

El primer y segundo día en la biblioteca me dediqué a arreglar los libros por orden alfabético,  mi Trastorno obsesivo compulsivo no me permitia estar tranquilo si veía algún libro fuera de lugar y había encontrado varios.

❀𝔇𝔞𝔯𝔨   𝔒𝔟𝔰𝔢𝔰𝔰𝔦𝔬𝔫❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora