31. Prefiero ser cobarde

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Mientras más pasaban los días se podía sentir la tensión en los noticieros, habían dos personas desaparecidas a parte de Jimin a quienes la policía estaba buscando, una importante empresaria que justamente trabajaba para la empresa de los padres del joven desaparecido, según los medios de comunicación y un joven que trabajaba en un supermercado.

Este último según ellos, no tenía relación con las dos primeras desapariciones.

Dejé el periódico sobre la mesa y tomé mi taza para darle un sorbo al café, el liquido caliente pasó por mi garganta hasta mi estomago para calentar mi cuerpo del clima tan frio que había en el ambiente. El frío de diciembre comenzaba a hacerse presente, esa época donde mantenía la chimenea encendida casi 24/7.

La  fija mirada acaramelada de Jimin no se desprendía de mí, estaba esperando que yo dijera algo sobre las noticias seguramente.

La relación entre él y yo —Si es que así se le podía llamar a la permanencia obligada que ejercía sobre él— estaba bien.

Nuestras comidas eran tranquilas, por no decir amenas ya que en realidad no lo eran, nos limitábamos a comer y dedicarnos miradas y una que otra palabra y preguntas triviales y solo eso.

Pero al acabar la comida él se sentaba en el sofá al lado mío y mientras yo veía mi teléfono o el periódico o lo que fuera, el leía un libro, ambos en silencio, uno nada incomodo. A veces Jimin iba a la cocina a preparar  chocolate caliente para ambos y yo no era fan del chocolate y aún así lo bebía con gusto a su lado.

La vez que traspasamos el límite de nuestra convivencia extraña fue cuando le encontré mirando una película, inmediatamente me había dirigido hacia él y me había puesto a ver la dichosa película a su lado, solo de vez en cuando haciendo una pregunta acerca de algún personaje y él respondía pacientemente sin despegar la vista de la tv.

Ciertamente después de aquella platica que tuvimos, en realidad yo le había obligado a hablar, sobre que significaba esa quemadura sobre su piel, lo que me dijo no salía de mi cabeza, pasaba la mitad del día odiando a Jung padre y la otra mitad planeando como hacerlo pagar de mil formas.

Si Jimin esperaba palabras de aliento esa vez, no las había. No porque no quisiera. Darle ánimos a estas alturas  era estúpido, era como una mofa a su adversidad. Era un niño, tenia 6… ciertamente me llevó al pasado y me recordó a mi yo de 10 años, aquel que se escondía en el armario, aquel que se lamentaba de su  desdicha y se revolcaba en su miseria.

Si Jimin y yo teníamos algo en común sería eso, la decepción. Las personas en las que se suponía debíamos confiar eran de las que debíamos escapar.

Los monstruos no se escondían debajo de la cama, ni dentro de los armarios por las noches, no te acechaban en las sombras, no te perseguían mientras dormías, estaban ahí a plena luz del día, a tu lado, sonriendo como amigo, como familia, compartiendo un dulce contigo, jugando a las traes y al escondite mientras planean como aprovecharse y darte caza como a una presa.

Esa parte me la sabía muy bien, reconocía el miedo de quedarse solo en casa y que la sombra cayera sobre ti. Conocía el sentimiento. Por lo tanto, decirle “Lo siento mucho Jimin, quisiera haber estado  ahí para  ayudarte” sería el acto más hipócrita que podía cometer, puesto que no podía ni ayudarme a mí mismo, esos actos atroces que te vuelven insensible con el tiempo.

Pero habían pasado ya semanas desde que le había sacado las palabras a la fuerza y yo seguía atormentado por sombras que no eran mías. No eran mis persecutoras.

Había una voz insistente en  mi cabeza, una tan malvada y manipuladora.

“Mátalo”

“Arráncale la piel, deja los huesos”

❀𝔇𝔞𝔯𝔨   𝔒𝔟𝔰𝔢𝔰𝔰𝔦𝔬𝔫❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora