23. El juego de la mente

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La mesa estaba servida ya, lo había hecho con minuciosidad.  Al centro había un candelabro con tres velas encendidas pero el atractivo principal de la noche era ese cuerpo menudo y de piel delicada, inmovilizado sobre mi mesa.

Estaba desnudo de pies a cabeza y lo único que le cubría aquella desnudez era una bonita cuerda roja  que ataba sus manos y con la misma sus pies, una venda en los ojos y una mordaza negra interrumpiendo su preciosa y deleitosa  boca.

Estaba posicionado boca abajo sobre un almohadón, con sus manos y pies hacia atrás y su cabeza girada hacia un lado. Trataba de moverse para poder liberarse pero le era imposible.

Me causaba tanta gracia.

La obra de arte más sublime que haya visto en mi vida, tan indefenso, tan vulnerable y tan mío, la mayor satisfacción de todas era esa. Que era mío.

Su cuerpo era mío pero yo amaba mucho  más que su libertad fuera mía, yo era su dueño, poseía las bellas alas de ese pequeño ángel, las tenía guardadas en un cofre bajo candado y no podría volar si yo no lo permitía. 

Permanecía sentado frente a mi linda marioneta escuchando como trataba de hablarme pero su voz salía amortiguada por la mordaza en su boca, sus mejillas estaban rojas y su nariz también porque estaba llorando en silencio, podía apreciar la humedad en sus mejillas y parte de su rostro y eso tenía mi polla totalmente dura.

Cuánto me excitaba verle ahí tratando de soltarse, luchando por su vida, luchando contra mí. Sus lágrimas eran algo maravilloso, claro solo si yo las causaba.

En ese momento decidí sacarle  la mordaza con cuidado, soltó aire y un suspiro combinado con un sollozo y mi mano resbaló sobre la tela de mi pantalón. Estaba tan duro, el saber que poseía ese control me tenía así de excitado.

     —P-por favor.

Música para mis oídos tocada con un arpa divina, me sentía dichoso cada vez que suplicaba así, tan indefenso.

     —¿Qué te suelte? —hice un ruidito con mi lengua negando—. Por supuesto que no aún muñeco, déjame deleitarme con tus lágrimas y beberlas como agua bendita aunque me queme en el infierno. —susurré. 

Aparté  también la venda que cubría sus ojos para poder verlo directamente a ellos cuando dijera mis siguientes palabras. Quería grabar en el lienzo hermoso de sus ojos  el enunciado condenatorio para nuestras almas.

     —Tú me perteneces Jimin. Solo eres mío, y yo soy tuyo, haré contigo lo que quiera y cuando lo desee.

Había sido un susurro tan sutil y ligero pero que  pesaba como el plomo. Los ojos  almendra me miraron tan profundamente atravesando mi cuerpo y mi alma si tuviese —estaba seguro que no— donde  se detuvo una eternidad.

     —Vamos Jimin, confiésame tu verdad cariño —hablé nuevamente ahora pasando mi mano por toda su espalda observando como aquél arco precioso se iba formando con forme mi toque—. Prometo amarte un poco si lo haces.

Mi otra mano viajó hasta su cabeza y mis dedos se hundieron entre aquellas hebras rubias para apretar con fuerza.

     —Dilo Jimin.

Una vez más sus lagrimas habían comenzado a salir, una sonrisa abandono mis labios cuando un pequeño quejido se trasformo en un grito de dolor.

     —Si…confieso que me gusta, todo lo que deseo es hacerte gritar de dolor Jimin. ¿Tú qué opinas de ello? ¿No te gusta?

No podía apartar mis ojos de su mirada suplicante, quería develar sus más recónditos misterios, porque podía ver en ellos miles de estrellas como también miles de espinas.

❀𝔇𝔞𝔯𝔨   𝔒𝔟𝔰𝔢𝔰𝔰𝔦𝔬𝔫❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora