Sunoo me esperaba a la salida del pabellón, frunciendo su boquita en un pequeño puchero distraído mientras miraba a su alrededor. Sus labios vistieron una enorme sonrisa en el momento en el que hizo contacto visual conmigo y se acercó sacudiendo su mano de lado a lado. Su sonrisa se me contagió con rapidez y me acerqué para acabar con la distancia entre ambos, enhebrando mi brazo con el suyo.
—¡Vamos a casa! ¿Qué te apetece merendar?
—¿Qué te parece si hacemos tortitas?—giró su cabeza para verme.
—¡Me parece maravilloso!—asentí varias veces guiándolo hacia la salida.El camino no sería muy largo si íbamos al ritmo al que estábamos yendo. Mientras caminábamos, le comentaba lo magnífico que había estado en el entrenamiento de hoy, haciendo que de forma tierna se tapara la boca con su mano libre. Sus orejitas se tornaron de forma adorable de rojo al sentirse tan avergonzado por aquellos halagos que no solía recibir. Con cierta timidez deshizo el nudo que había entre nuestros brazos y buscó mi mano para unir ambas, entrelazando nuestros dedos para hacer el agarre firme. Entonces fui yo la que se sonrojó levemente ante aquel inesperado gesto en un lugar tan sensible como lo eran mis manos. Mi corazón iba a mil por hora, pero vestía una sonrisa que era imposible de desaparecer.
Al abrir la puerta de casa, tiramos las mochilas a un lado, deshaciéndonos por fin de esa carga que habíamos llevado toda la semana. Sunoo observaba todo con curiosidad, sintiéndose un intruso en aquel lugar hasta que lo guié al salón. Me tiré en el sofá y él me imitó dejando escapar una tierna risita.
—¡Por fin en casa!—exclamé estirando mis brazos.
Sunoo asintió efusivamente, acomodándose en el sofá mientras me miraba con una tierna sonrisa. A veces me hacía pensar que era como un zorrito, siempre estaba riéndose o sonriendo y eso era algo que me encantaba. Le miré unos segundos, sonriendo de igual forma, observando cada facción de su rostro con detenimiento: su piel pálida, suave, sus ojos escondidos en dos pequeñas hendiduras por culpa de sus prominentes mejillas y sus adorables labios brillantes y frunciendo una preciosa sonrisa. Me acerqué hasta dejar un espontáneo y corto beso sobre sus cerezos antes de ponerme en pie para caminar hacia la cocina.
—¡Bueno! Ya es hora de qu-
Su mano tiró de mí de vuelta al sofá, haciéndome caer sobre él entre carcajadas. Sabía que ese beso le había sabido a poco... Y definitivamente a mí también. Volvió a unir nuestros labios de una forma más suave y dulce, lento... Un beso para derretirse, vamos. Mis manos se guiaron por sí solas hasta su cabello, enredando mis dedos con suavidad entre sus teñidas hebras de pelo, mientras que su diestra se encontraba acunando mi rostro y la zurda sosteniendo mi espalda para que no cayera tendida sobre el sofá. No pude evitar sonreír en mitad de éste, provocando lo mismo en Sunoo. Esto hizo que nuestros dientes chocaran de forma algo torpe, haciéndole sentir algo avergonzado... Estaba en mí hacerle saber que no pasaba absolutamente nada por eso y de forma traviesa choqué la punta de mi lengua con la suya, haciéndole dar un pequeño saltito de sorpresa.
Dejé escapar una risita y me separé lentamente de sus labios, dejando una suave succión sobre su labio inferior. Lo primero que mis ojos divisaron fue su rostro completamente rojo y sus ojos brillando llenos de emoción por la sensación. Mis manos abandonaron su cabello, acomodándolo de nuevo tal y como estaba y carraspeé antes de volver a levantarme.
—¿Vamos a comer tortitas o seguimos comiéndonos la boca?
Sunoo gritó, tapando su rostro avergonzado ante la forma tan directa que tuve de decirlo. Fue mi oportunidad de oro para correr a la cocina entre risas y así comenzar a buscar los ingredientes y los utensilios. Quería dejarlo todo preparado para comenzar a cocinar directamente... Aunque no iba a engañar a nadie, tuve que mirar la receta porque se me había olvidado por completo cómo se hacían y qué ingredientes llevaban.
Fue a los minutos cuando Sunoo apareció por la puerta de la cocina, apoyándose en el marco como un gatito tímido sin saber qué hacer. Le hice un gesto de que se acercara con la mano y leí el primer paso en alto para que fuera él quien comenzara a hacerlo mientras yo medía las cantidades que debíamos poner de cada ingrediente. No eran muchos, pero separar las labores sería lo justo para sentir que ambos las estábamos haciendo; aunque, a decir verdad, ni siquiera tardamos tanto en mezclarlo todo.
Dejé a Sunoo removiendo la masa, mientras yo ponía a calentar la sartén para comenzar a cocinarlos. Miraba la sartén fijamente mientras escuchaba de fondo el sonido de las varillas chocando con el bol, y comencé a agitar mi cabeza al mismo ritmo, sacándole de nuevo una risa al pelirrosa. No sabía que era tan divertida existiendo. Me giré lentamente para encararle con una ceja alzada. Sin embargo, no pude evitar acabar contagiándome de su sonora risa.
—Ven, acércate, vamos a ir echando la masa.
Sunoo dejó las varillas en el fregadero y me dio el bol con la masa. Tomé el cacito con el que iba a echar la mezcla y con cuidado intenté hacer un corazón como detalle... Claro que acabo siendo un no-corazón, sino una ameba. Traté de disimular diciendo que se me había ido la mano, pero no pasó desapercibido para Sunoo, que acabó agarrándose la barriga mientras reía sin respiro. Aquella risa podía convertirse en mi sonido favorito para siempre.
No quiero lastimarte... Quiero ser tu última jugada.
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End Game.-Kim Sunoo y tú.
Fanfiction"So hᥱrᥱ's thᥱ trᥙth from mყ rᥱd ᥣιρs, I ᥕᥲᥒᥒᥲ bᥱ ყoᥙr ᥱᥒdgᥲmᥱ." Nunca le había llamado la atención aquel deporte. No hasta que una cabecita rosa y unos anaranjados labios se clavaron en sus ojos desde el primer momento. Sus fuertes movimientos tení...