Capítulo 1

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¿Cuándo érais pequeños os gustaba jugar a los detectives? ¿A resolver casos absurdos como encontrar el tesoro? ¿O jugar a aquellos en los que tus padres te escondían algún objeto y mediante pistas tenias que adivinar donde se escondía?
Yo sí que jugaba a esos juegos. De hecho mis series y películas  favoritas eran las de Sherlock Holmes. Me imaginaba cómo sería ser aquel hombre con esa mente tan impresionante, que con tanta facilidad resolvía los casos más complicados del condado.

Ese deseo que desde pequeña había crecido en mí, hizo que me formara en un cuerpo de policía en una de las ciudades más grandes. El reto era enorme porque era la más joven de los opositores al cuerpo, la única mujer y a diferencia de los demás, la más débil. Con los ahorros que había conseguido trabajando todos los veranos me apunté a una de las mejores academias para policías. En ella entrené duro, me levantaba muy temprano para calentar mi cuerpo e intentaba seguirle el ritmo a mis compañeros. La mayoría de ellos me cuidaban bastante bien y teníamos buena relación, excepto con Roger. Él tenía una gran rivalidad con todos, incluso conmigo. Quería ser el mejor y recibir los casos más complicados para llevarse el mérito. Estaba en forma y eso era una gran ventaja. Entrenaba duro todos los días y casi siempre quedaba el primero en las pruebas físicas. Era un gran rival.

Gracias a mis esfuerzos logré aprobar tanto el exámen práctico como el teórico y logré ser parte del cuerpo de policía, especialmente en el departamento de patrulla y detective. Pero no era como yo me imaginaba. Me usaban solo para poner multas o para detener a ancianas por estafar a Hacienda. No había emoción, no tenía tensión. No me sentía policía aunque llevara la placa.

Cómo cada día, me levanté a las seis de la mañana. Me di una ducha fría y me puse mi uniforme. Dejé sin hacer la cama y salí de mi pequeño piso hacia comisaría. Por el camino saludé y di dinero a las personas que dormían en los portales vecinos. Eran gente buena y vulnerable. Aún el sol no había salido, pero no tardaría en hacerlo. Las calles estaban completamente vacías, tan solo la ciudad estaba adueñada por gatos callerejos que andaban entre la basura en busca de algo de comer.

En recepción estaba Hellen, una mujer de unos cuarenta y tantos años. Me saludó como de costumbre y entré en mi oficina. Encendí el ordenador y esperé mirando a ambos lados. Aún faltaban compañeros por llegar.

— ¡Buenos días! — Ana, una chica de veintitrés años, tres menos que yo, apareció con un vaso de café. Ella era como mi Watson —Café con un toque de leche.

— Muchas gracias...no sabes lo bien que me viene a estas horas — agarré lo que me había traído y la invité a sentarse junto a mi silla.

— El comisario quiere que todos estéis en la sala de reuniones a las siete y cuarto.

— ¿Te ha dicho el por qué? — pregunté sin entender muy bien el motivo de esa reunión. Normalmente al acabar la jornada laboral nos mandaba un correo para el día siguiente. En él nos detallaba claramente lo que debíamos de hacer.

— Por lo visto le han traído casos nuevos y algunos de ellos son de grave importancia. El alcalde está siendo muy estricto y pesado con que los resolvamos — Ana tomaba el café junto a mí.

Era una chica muy trabajadora. Pero de momento no la habían ascendido a ningún cargo mayor. Simplemente era como mi secretaria. Nos habían puesto juntas, lo más seguro para quitarnos a ambas de en medio. O por lo menos yo he llegado a esa conclusión. Aún así intentaba tenerla en cuenta en todo lo que hacia. Le mostraba como me distribuía mi trabajo y le explicaba en que consistía. Como jamás me dieron un caso confidencial, contaba con la ventaja de que podía hablarlo todo con ella. En cambio mis compañeros tenían muchas cosas que callarse. Y eso también influía en el estado mental. Algo que yo me ahorraba.

 📖 𝐄𝐥 𝐔𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 📖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora