Capítulo 16

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Me desperté en medio de la oscuridad, sintiendo el peso en mi pecho, como si una mano invisible apretara mi corazón. No sabía dónde estaba, pero el frío me invadía, cortando mi piel.

Caminé, o tal vez floté, hacia adelante, sin ver nada, solo sombras que se deslizaban a mi alrededor.

De repente, el suelo bajo mis pies cambió. Sentí la textura rugosa de la tierra, mezclada con hojas secas y ramas quebradas.

Un susurro, apenas audible, rompió el silencio: "Ayúdame...".

Mi corazón se detuvo. Conocía esa voz, era la de Simón. Tragué saliva, el miedo me paralizaba, pero seguí avanzando.
Apareció ante mí, su rostro pálido, sus ojos llenos de terror. Estaba cubierto de sangre, su blusa blanca manchada de un rojo oscuro que parecía casi negro en la penumbra. "¿Por qué no me ayudaste?", susurró, y su voz se quebró en un lamento que me atravesó el alma.

Quise gritar, explicar que yo no podía, que no estuve allí para salvarle, pero no pude pronunciar palabra.

De repente, sentí una presencia a mis espaldas. Me giré lentamente y vi a Taylor, con su cuello torcido, su rostro desfigurado por el dolor y marcas de cuerdas al rededor de su cuerpo desnudo. "No tuviste valor", dijo, su voz era un eco distante, como si viniera de algún lugar profundo y oscuro.

"Pudiste haberme salvado, pero no lo hiciste". Sus palabras se enredaron en mi mente, mezclándose con la culpa que ya arrastraba en mi pecho, por haber pensado mal de ella.

Entonces, oí otra voz, más suave, más cercana. Samuel apareció entre las sombras, con una sonrisa triste en su rostro. Pero algo en sus ojos me decía que no era él. Estaba como...vacío, sus pupilas eran pozos negros, sin fondo. "Va a por mí", dijo, y sus palabras fueron como puñaladas en mi corazón. "Te quiero Ivy".

Intenté correr hacia él, extender la mano para alcanzarlo, pero mis pies estaban anclados al suelo. Lo vi alejarse, desvaneciéndose en la oscuridad. "¡Samuel!", grité, mi voz ahogada por el miedo y la desesperación, pero él no se detuvo. Se desvaneció, como si nunca hubiera estado allí.

Me quedé sola, rodeada de los ecos de sus voces, de sus miradas acusadoras. El frío se hizo más intenso, casi insoportable. Caí de rodillas, y la tierra bajo mis pies se abrió, tragándome en un abismo sin fin. La oscuridad me envolvió, y supe que no había escapatoria, que estaba condenada a revivir esto una y otra vez.

Entonces, desperté, empapada en sudor, con el corazón latiendo desbocado. Era una pesadilla.

Me levanté de la cama mirando al suelo e intentando respirar hondo para que mi pulso volviera a la normalidad. Miré la hora, eran las siete menos diez de la mañana.

Caminé hacia el lavabo para poder echarme agua en la cara. El móvil sonó, haciendo que me sobresaltara.

— ¿S-si...?

— Vaya... Pensé que aún dormías —la voz de Dave sonó tras el teléfono.

— Soy una chica de rutinas, ya me conoces —no tenía ganas de darle explicaciones.

— La chica ha cantado, aún no quiere confesar, pero creo que esto es importante para el caso.

— ¿El qué?

🔪🔪🔪🔪

— Yo no participaba en sus contrabandos —Joana, esposada por las muñecas, nos miraba preocupada.

— Cierto, pero cubrías sus ventas ilegales de cloroformo —Dave se colocó al lado de la chica mirándola fijamente.

— ¡Yo no sabía a quién le vendía! —nos gritó desconsolada.

—¿¡Tu novio vendía pastillas de cloforoformo y de verdad no tienes ni idea de a quien le vendía!? —me estaba enfadando, esto parecía una broma de mal gusto.

Joana nos había confesado que Erick vendía drogas en discotecas, entre ellas pastillas de cloroformo. También nos había dicho que tenía clientes personales, los cuales le encargaban dicha droga y la repartía sin necesidad de verse las caras.

— Solo sé que en la discoteca vendía junto a la salida de emergencia, allí no los veían —Joana nos miraba suplicándonos compasión —yo prefería no saber nada de aquello para no meterme en sus problemas.

Miré a Dave en busca de alguna solución. Él la volvió a agarrar y se la llevó para devolverla a la celda. Me quedé completamente sola en aquella sala, perdida en mis pensamientos.

Pedí que trajeran a Erick. Le haría confesar aunque me tuviera que quedar allí hasta la noche.

— ¿Ya has descubierto que soy inocente? —se sentó frente a mi con aires de superioridad.

— Qué irónico el que digas eso... Porque tengo algo que te hace aun más culpable —sonreí tranquila haciéndole sudar.

— ¿Sabes lo que decía la autopista sobre el cuerpo de Taylor? —Dave se sentó a su lado entrelazando sus manos sobre la mesa. Erick negó —que en su sistema nervioso central... Osea el
cerebro —le dio varios toques con su dedo índice en la sien —había grandes dosis de cloroformo.

— ¿Tienes alguna justificación para eso? —lo miré fijamente.

— ¡Esto es de locos! ¡Buscáis pistas para acusarme de algo que no he hecho! —se echó hacia atrás en la silla suspirando.

— ¿Es que acaso no vendías droga y cloroformo en pastilla? —Le pregunté afirmando lo que Joana me había dicho.

— ¡Sí! ¡Las vendía! —gritó al aire — pero jamás le di ninguna a Taylor.

— ¿Cómo eran tus clientes? —Dave comenzó a grabar todo desde la cámara que había en una esquina del techo, en la habitación.

— La mayoría son hombres de mi misma edad, aunque también hay más mayores y algunas mujeres —por fin comenzaba a confesar — solo sé de dos personas que jamás las he llegado a ver.

— ¡Explícate! —no lo entendía.

— Tengo un cliente que vive alejado de la plaza, él me decía que dejara la droga en un agujero de un árbol —nos explicaba —yo la dejaba ahí tal y como él me decía... Al rato volvía al agujero y me encontraba la pasta.

— ¿Y el otro cliente? —pregunté —has dicho que tienes dos que no conoces.

— El otro me decía que dejara la droga en la puerta de la biblioteca —se rio— es estúpido, allí cualquiera la vería. Me decía que fuera a las tres de la mañana, yo le dejaba la droga y él me dejaba el dinero exacto.

“¿En la puerta de la biblioteca?”

— A él sólo le he vendido una vez, no he vuelto a verle —continuó contando.

El único que tenía acceso a la biblioteca aparte de Samuel, era Héctor.

— Yo no le hice nada a Taylor —me miró justificandose.

— Aún si no le hubieras hecho nada... ¿Sabes cuantos años de cárcel te pueden caer por vender droga? —Erick no contestó —de entre cinco a veinte años...y créeme, vender droga mortal... no es un delito leve —me levanté mirando a Dave, indicándole que volviera a meterlo en prisión momentáneamente.

Sentía como cada vez estaba un paso más cerca de saber la verdad. Lo que jamás me pude imaginar era que una biblioteca y unos simples libros estuvieran tan relacionados con la muerte.

 📖 𝐄𝐥 𝐔𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 📖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora