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PARTE 2
Falta . La falta de algo. Una nada donde antes había algo .
Es un error en la matriz, un agujero, una anomalía .
Es como si hubiera estado durmiendo en el colchón de La princesa y el guisante desde el día en que te fuiste, una sutil incorrección que permeaba cada momento de cada día, tan obvia en su presencia que se había replegado sobre sí misma y se había convertido en algo.
Que la falta de ti era una presencia en sí misma, un fantasma viviente que se cernía sobre él, se escabullía tras su sombra, flotaba sobre su hombro hasta que...
Él extiende la mano para tocarte, sus dedos rozando la piel de tu mejilla.
Te inclinas ante su toque, el movimiento es leve pero él lo capta casi de inmediato y la fuerza del mismo es el catalizador que lo impulsa hacia adelante. Te atrae hacia su pecho y te sostiene allí, enterrando su rostro en tu cabello.
—Te... te he extrañado... —dice de nuevo, y tú asientes, tus dedos se arrugan en su uniforme escolar mientras presionas tu frente contra su pecho.
—E-eres mucho más alta que antes, no es justo —dices, tu voz amortiguada por su camisa. Él se ríe, alborotando tu cabello por un segundo antes de que sus dedos tan suaves los pasen desde la raíz hasta las puntas.
"Si tuviera una hermana, le diría que se dejara el pelo largo para poder hacerle trenzas", te había dicho una vez cuando los dos apenas estaban en la escuela primaria. Te tirabas de las puntas de tu pelo corto y fruncías el ceño.
"¡Uf! Nunca podría dejarme crecer el pelo. ¡Solo estorbaría!"
—Es más largo —dice ahora, tirando de los extremos mientras se aleja medio paso, liberándote de su abrazo. Miras hacia abajo a los trozos desiguales, arrugando la nariz con disgusto.
"Traté de dejarlo crecer pero... me seguía molestando".
—Sí, eso pensé, pero... siempre me ha gustado tu pelo corto.
"¿Tienes?"
"Sí -"
Siempre me ha gustado todo de ti .
Él traga saliva. "El pelo corto... te queda perfecto".
Lo miras fijamente por un segundo más antes de asentir, mientras tus ojos parpadean hacia otro lado.
—Sí. Supongo que sí, ¿eh?
Algo resuena en el pecho de Suo.
Te das la vuelta y él tiene que reprimir físicamente el pánico que crece en su pecho.
—¿D-dónde vives ahora? Te acompañaré de regreso. No es seguro caminar solo en la oscuridad —las palabras caen de él como una bolsa de canicas derramadas, esparciéndose por el piso de madera.
