¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Recuento de palabras: 2236
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Se podía decir con seguridad que tu futuro ya estaba planeado desde el momento en que tu madre se enteró de que estaba embarazada de ti. Había habido dos resultados.
La primera, y la preferencia de tu padre, era que nacieras hijo, no el mayor, sino otro heredero que él pudiera asegurar que asumiera algún aspecto político que él entregaría cuando falleciera, alguien que hablara con la misma ira que él, alguien que ejerciera su poder con tanta dureza como él.
El segundo, el miedo de tu madre, era que nacieras hija, un peón mucho menos poderoso, pero un peón al fin y al cabo, alguien que sería casada con el mejor postor, por así decirlo.
Parecía que los dioses quisieron reír el día que naciste, cuando tu padre salió de la sala de partos al enterarse de que eras hija, la segunda de sus cinco hijos, y la más joven de todos.
Tu madre te dio ese nombre y tu hermana mayor, aunque sólo era cuatro años mayor que tú, se sintió atraída por tus mejillas regordetas y tus risas silenciosas.
A medida que creciste, la curiosidad infantil normal que se les había permitido a tus hermanos mayores fue castigada y, en cambio, lecciones sobre cosas propias de una dama llenaron tus días.
Toda tu vida, los escasos dieciséis años que has vivido, te condujeron hasta hoy; a descubrir con quién te ibas a casar.
Tu hermana se había casado cuatro años antes, aunque el hombre era bastante mayor, ella tuvo suerte; era respetuoso, era poderoso y rico, tenía concubinas, pero por las cartas que recibiste, todas las mujeres eran bastante amables, trataban a tu hermana con respeto. Te alegraste por ella, aunque no un poco envidiosa.
