81.- Reconquista de Lug - Traidores

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Se nos había dicho que dejásemos las aldeas en paz, pero na, el Conde estaba tan ocupado que notaria si tomamos dos o tres aldeas. Antes de que Él nos tomara éramos esclavos, nos entrenó y dio poder. Ahora hacíamos uso de ese poder para ganar riquezas ¿Para la casa? Na, para nosotros, antes no teníamos nada, ahora lo queremos todo.

Hemos seguido la ruta que se nos dio y cumplido nuestras tareas, solo que nos desviamos un poquito y arrasamos lo que pillamos. Nada nos detiene somos invencibles en este lugar. Hubieran visto la cara de ese hombre cuando quiso defender a la mujer que destroce, se armo con un arado, con un arado lo pueden crear, ahora su cuerpo y el de su hija solo son estorbos en el camino.

Ahora esperamos que los jefes terminen de dividir el botín, ya le heche el ojo a dos muchachas, ojalá no se la queden. El vigía grita, algo viene. Rápidamente me subo al techo de una casa y veo unos tres carros avanzando hacia a dirección a toda velocidad, si fuera solo un grupo de carros procederíamos a emboscarlo, pero la persona que va delante de los carros es un problema.

Frente a los carros corre un caballo encendido en llamas, su tamaño es considerable y el hecho de además porte una armadura es algo destacable. Sobre el caballo va la muerte misma, vestida negro de pies a cabeza, su casco cubre toda su cara y solo deja a la vista su cabello rojo que parece flamear mientras corre, una de las súbditas del Amo Guld, Mird la Muerte danzante.

El jefe se acerca a hablar con ella, seguramente el solucionara todo...esperen, acaba de clavarlo al piso con una lanza ¿De dónde salió esa lanza? No es momento de pensar en eso, debo huir. Mientras corro veo como los más estúpidos corren a pelear con Myrd, estúpidos, ella sola puede matar un dragón, es imposible vencerla. Corro, escucho los gritos, no me tengo.

Finalmente, el silencio, estoy escondido en un viejo molino. Abandone mi equipaje mientras corría, no importa, luego tomare algo de los cuerpos y me iré a otro lugar. Se que Myrd no es buena rastrando, así que mientras me esconda todo estará bien.

- Salgan de sus escondites y vengan a la plaza del pueblo – Ella dice con una voz tan fuerte que fácilmente podría escucharse a medio kilómetro de distancia.

Lo olvide, soy un estúpido, estúpido. Se activa el control y haciendo caso omiso a toda mi resistencia mi cuerpo camina hacia la plaza del pueblo. Lo que veo mientras camino llena de miedo mi pecho. La mayoría de mis compañeros están clavados en el piso por una lanza a la altura del estómago, se retuercen de dolor, intentan quitar la lanza, pero por su extraña forma es imposible, para mi parece un extraño anzuelo incrustado en el cuerpo de un moribundo pez.

- No pueden Morir – Dije Myrd, es una orden, muchos de los que estaban quietos comienzan a moverse desesperadamente para sobrevivir, se que eso es lo que me espera.

Llego finalmente a la plaza, Myrd me mira, solo hay asco en su mirada. Rápidamente toma de algún lugar esas extrañas lanzas y se las clava a los que llegaron junto a mi, pero no a mi ¿Me abre salvado?

- Defiéndete – Me dice Myrd mientras me lanza un rastrillo ¿Por qué se me hace tan familiar este objeto?

Lo intento, de verdad lo intento con todas mis fuerzas. No soy nada frente a ella, como si estuviese jugando con un bicho o limpiando el lodo de sus zapatos me mira con desdén. Un corte, mi pierna cae, otro corte mi brazo izquierdo. Antes de darme cuenta solo soy un torso que desesperadamente toma el rastrillo con los dientes para seguir la orden de defenderme.

Exhausto, veo como del carro bajan personas, son pocas, no mas de 6. Los reconozco, son esclavos del conde como yo, pero ellos tenían habilidad en la magia así que fueron entrenados aparte. Junto a ellos un sacerdote, creo que es el que les enseñaba magia de curación a quienes tenían talento ¿Nos curaran? No, solo lanzan magia suficiente para que aquellos en clavados al piso no mueran.

- ¿Cuántos quedan? – pregunta el sacerdote

- Este es el último grupo - Le responde Myrd- Nadya y Gabriel se están encargando de los otros traidores – Siento el asco en su voz cuando menciona esa palabra.

Pasa un día entero, ahora estoy clavado en el piso y el dolor se hace insoportable. Se nos ordeno vivir así que ni siquiera podemos suicidarnos. Veo como llegan unos extraños carruajes de metal acompañados de otros carruajes simples.

- ¿Ya es el día? – pregunta Myrd

- Si – Le dice el cochero.

- Esta bien ¿Trajiste a la muchacha?

- Si, a ella y las demás.

- ¡Escuchen aquellos que viven en este pueblo y aquellos en los carruajes! - Grito Myrd- Es hora de la retribución.

Puedo ver como los aldeanos comienzan a tomar palos y piedras, se lo que viene, se que no lo hicieron antes solo porque se les dijo que no lo hicieran. Escucho los primeros gritos. Mis compañeros están siendo apaleados y golpeados por los aldeanos y por las personas de los carruajes.

En eso alzo la vista y veo a una muchacha que viene hacia mi con una piedra en cada mano, se me hace conocida pero no sé de dónde, esperen, el arado con el que me defendí, la cara de esa muchacha. Es la hija del viejo con el que jugué, pensé que estaba muerta, mientras pienso en eso la primera piedra golpea mi cara, siento el sabor de la sangre y los dientes rotos en mi boca.

No se cuanto tiempo ha pasado, mi cuerpo fue destruido y curado tantas veces que ya no recuerdo que se siente no sentir dolor, veo a Myrd acercarse a los cuerpos y cortarles la cabeza, al fin el descanso. Me equivoque, ahora soy solo una cabeza en medio de un montón de cabezas, mi boca ha sido cosida al igual que mis ojos, siento que estoy incompleto y claro que lo estoy, de mi cuello para abajo no hay nada.

Finalmente siento algo distinto, siento una vara atravesando mi cráneo, mis ojos son desatados y aunque puedo mover la boca no puedo hablar. Veo a mi alrededor, solo veo grandes pilares llenos de cabezas en la misma condición que yo, reconozco algunas, mercenarios y esclavos el conde. Ellos también se tentaron por el poder.

Pasan los días, diez pilares son construidos en su totalidad. Se que al igual que yo el dolor es lo único constante para cada una de esas cabezas. Escucho a los guardias hablar, al fin entiendo, este es nuestro castigo. Estaremos por la eternidad en estos pilares, sufriendo y atormentándonos por los siglos de los siglos, y apenas este artilugio que nos mantiene vivos sienta que alcanzamos la paz o alcancemos la tolerancia al dolor, se nos borrara la memoria justo al momento antes de nuestra muerte para que volvamos a sentir todo de nuevo. Este es el precio que debemos pagar por nuestros crímenes, por nuestra traición. Un castigo eterno que jamás terminará y que servirá como ejemplo a los otros prisioneros de la cárcel que el Conde mando a construir en Lug.

Ojala los dioses se apiaden de nosotros, porque se que el conde jamás lo hará. 

***Relato recogido de un prisionero de "La Fortaleza de los Mil rostros" a través de un Nigromante, todo antes de que se le borrara la memoria y comenzara nuevamente su castigo***

Mi  truco es ser ricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora