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|Julio | 2008|

Un mes había pasado desde que Damon y Liam comenzaron a vivir en esa burbuja de felicidad desenfrenada, donde cada día parecía un nuevo capítulo en una historia que nunca habían imaginado.

Damon, por primera vez en años, sentía algo parecido a la plenitud. Su vida había dado un giro tan radical que a veces le costaba reconocer en qué se había convertido, pero cada vez que miraba a Liam, la incertidumbre se desvanecía.

Recientemente, ambos habían ido juntos a un concierto de Britney Spears, algo que a Damon, en otra vida, jamás le hubiera interesado. Pero ver la expresión de puro éxtasis en el rostro de Liam mientras gritaba las letras a todo pulmón, sintiendo la energía de la multitud, hizo que cada golpe recibido en aquella pelea clandestina por conseguir las entradas ilegales valiera la pena.

Damon había luchado con ferocidad, su cuerpo había soportado el castigo con un sólo objetivo: ver a Liam feliz. Y lo había logrado. La felicidad de Liam en aquel concierto era un tesoro, un recuerdo que Damon guardaba celosamente.

En otra ocasión, habían utilizado el auto de Damon para infiltrarse en el cine.

Liam le había enseñado un truco que había aprendido de Robbie, su ex amigo suyo. Consistía en estacionar el auto en un lugar específico y luego colarse por una puerta lateral cuando había mucha gente. Funcionaba bien con las películas más populares, donde la vigilancia era menor por la cantidad de público.

Era una pequeña travesura, algo que les daba una sensación de libertad y desafío, una manera de romper las reglas sin enfrentarse a grandes consecuencias.

Además, la rutina de ambos había cambiado drásticamente.

Habían comenzado a trabajar en el mismo centro comercial donde solían colarse al cine.

Damon, quien solía trabajar como cocinero, había conseguido un trabajo como cajero en un Burger King. No era el trabajo de sus sueños, pero le daba una estabilidad que no había tenido en mucho tiempo.

Desde su puesto, podía ver a Liam en la distancia, y eso hacía que cada día fuera un poco más llevadero.

Liam, por su parte, había encontrado lo que él llamaba "el mejor trabajo del mundo": trabajar como bailarín en una botarga de osito para promocionar una tienda de juguetes.

Aunque para muchos sería un trabajo humillante, para Liam era una fuente inagotable de diversión. Se divertía bailando para los niños y haciendo reír a los transeúntes.

Pero había un detalle que siempre hacía reír a Damon: cuando terminaban sus turnos y se encontraban en el estacionamiento del centro comercial, Liam no paraba de quejarse de las madres irresponsables que lo trataban como una niñera, de los niños molestos que lo acosaban, y de la voz aguda que tenía que poner para que nadie sospechara que un hombre adulto estaba dentro del traje.

Damon encontraba algo encantador en escuchar a Liam quejarse, siempre con ese tono desenfadado y juguetón que había llegado a amar.

Cuando corría hacia él después del turno, siempre era gracioso porque tenía que hablar con la cara de un oso gigante.

Liam se quedaba en el traje hasta que llegaban a la privacidad de su auto, donde por fin se despojaba del disfraz, sacudiendo su cabello desordenado y estirándose como si hubiera estado atrapado en una prisión de peluche.

Después de estos momentos en el estacionamiento, volvían a casa, cansados pero llenos de energía, hablando de todo y de nada mientras Liam conducía.

ᡃ§ɧαʈʈeɽeᶑᡃ ≠ •°ᵈⁱᵃᵐ°•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora