Capítulo 34: El Milagro del Amor

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Era una tarde tranquila en la casa de Shinji e Ymir, situada en lo profundo del campo, lejos de las tensiones de la ciudad. Las flores silvestres bailaban con la brisa suave mientras el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte. En el interior, la calidez del hogar envolvía a la pareja, que estaba en la recta final de su embarazo.

Ymir, con su vientre ya avanzado, se sentaba en una butaca cerca de la ventana, observando los campos que se extendían hasta el infinito. Shinji estaba a su lado, cuidándola con una mezcla de amor y preocupación que solo había crecido con el paso de los meses. A cada movimiento de Ymir, su atención se intensificaba, temeroso de que el momento del parto llegara antes de lo previsto.

—Parece que nuestra pequeña está ansiosa por conocernos —comentó Ymir con una sonrisa suave, acariciando su vientre.

—Lo sé… Estoy nervioso, pero emocionado —respondió Shinji, tomando la mano de Ymir con ternura.

Justo en ese momento, la puerta principal se abrió, y Mari entró con su habitual energía vibrante. Había venido a visitarlos, como lo hacía regularmente desde que se enteró del embarazo de Ymir.

—¡Ey, chicos! —saludó Mari, mientras se acercaba rápidamente a Ymir—. ¿Cómo va la futura mamá?

—Un poco más pesada, pero bien —contestó Ymir, devolviéndole la sonrisa a Mari.

Pasaron las siguientes horas conversando, disfrutando de la compañía mutua. Mari, siempre atenta y con su instinto médico alerta, no dejó de notar los pequeños gestos de incomodidad en Ymir. A medida que avanzaba la tarde, los dolores comenzaron a intensificarse. Ymir los disimulaba con palabras tranquilizadoras, pero Mari sabía lo que estaba sucediendo.

—Shinji… —dijo Ymir de repente, un tono de alarma en su voz—. Creo que ha llegado el momento.

Shinji se puso en pie de inmediato, el pánico apoderándose de su rostro. Había esperado este momento, pero ahora que estaba aquí, la realidad lo golpeó con fuerza.

—Mari, tenemos que llevarla al hospital —dijo Shinji con urgencia, dirigiéndose hacia la puerta.

Pero Mari lo detuvo, su tono firme y seguro.

—No hay tiempo para eso, Shinji. El parto ha comenzado, y va a ser rápido. Tenemos que hacerlo aquí.

El corazón de Shinji latía con fuerza mientras miraba a Ymir, que comenzaba a sentir contracciones más intensas. Mari, sin perder tiempo, se puso manos a la obra, organizando todo lo necesario para el parto en casa.

Shinji sintió que el tiempo se distorsionaba mientras ayudaba a Ymir a acostarse en la cama, su mente inundada de preocupaciones. A su lado, Mari mantenía una calma inquebrantable, guiando a Ymir a través del proceso con la destreza de una profesional.

Las contracciones llegaron más fuertes y frecuentes. Ymir, a pesar del dolor, se aferraba a la esperanza y al amor que la sostenía en ese momento. Cada latido, cada pujo, la acercaba más a conocer a la hija que llevaba dentro. Mientras tanto, Shinji, incapaz de hacer otra cosa, se aferró a la mano de Ymir, murmurando palabras de aliento y orando en silencio, esperando que todo saliera bien.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Mari le indicó a Ymir que era el momento de pujar. El cuarto se llenó con los sonidos de esfuerzo, hasta que un llanto nuevo rompió el silencio. Shinji sintió su corazón detenerse mientras Mari levantaba al bebé, envuelto en una manta.

—Es una niña —anunció Mari con una sonrisa que reflejaba tanto alivio como alegría.

Shinji sintió que las lágrimas llenaban sus ojos mientras observaba a Mari colocar a la pequeña en los brazos de Ymir. Ymir, con el rostro cubierto de sudor y cansancio, miró a su hija por primera vez, y en su interior, una verdad se hizo evidente.

En su mente, Ymir pensó en su pasado, en todo lo que había sufrido, en todo lo que había perdido. Pero al mirar a su hija, supo que esta pequeña no era un trofeo, no era un producto de dolor o esclavitud. Esta niña había nacido del amor, un amor que había encontrado en Shinji, un amor que era puro y verdadero.

—María… —susurró Ymir, nombrándola en honor a una hija que alguna vez perdió, pero también dándole un nuevo significado, un símbolo del amor que ahora llenaba su vida.

Shinji se inclinó, besando suavemente la frente de Ymir y la pequeña María. En ese momento, todas las preocupaciones y miedos desaparecieron, dejando solo la paz de saber que su familia estaba completa, que el milagro del amor había traído una nueva vida al mundo.

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