Capítulo 38: La Alegría de Ser Padres

9 5 0
                                    

La mañana había comenzado como cualquier otra en la casa de los Ikari. El sol se asomaba por las ventanas, llenando las habitaciones con una cálida luz dorada que anunciaba un nuevo día. Sin embargo, para Shinji e Ymir, las mañanas siempre estaban llenas de vida mucho antes de que los primeros rayos de sol aparecieran.

Las risas y voces de sus hijas ya resonaban por toda la casa. María lideraba la pequeña tropa con su energía inagotable, mientras Rosa la seguía con admiración. Sina, la más pequeña, observaba todo desde su cuna, balbuceando con alegría mientras movía sus pequeñas manos hacia sus hermanas.

Shinji estaba en la cocina, preparando el desayuno. Aunque los días podían ser agitados, disfrutaba de estos momentos tranquilos por la mañana, cuando podía concentrarse en hacer algo especial para su familia. Estaba terminando de preparar los pancakes, la comida favorita de las niñas, cuando sintió un pequeño tirón en su pantalón.

—¡Papá, papá! ¿Podemos ponerle miel a los pancakes? —preguntó María con una sonrisa traviesa, ya sabiendo la respuesta.

Shinji se agachó para quedar a su altura y le devolvió la sonrisa. —Claro que sí, pero solo un poco, ¿de acuerdo?

María asintió con entusiasmo antes de correr de vuelta al comedor, donde Rosa ya estaba esperando con los cubiertos en la mano, lista para comenzar a comer. Shinji les llevó los platos a la mesa, asegurándose de cortar los pancakes en pequeños trozos para que Rosa pudiera comerlos fácilmente.

Mientras las niñas comenzaban a desayunar, Ymir entró en la cocina con Sina en brazos, sonriendo al ver a sus hijas tan felices. Se acercó a Shinji, dándole un beso suave en la mejilla antes de sentar a Sina en su silla alta.

—Huele delicioso —dijo, sirviéndose una taza de café—. ¿Dormiste bien?

Shinji asintió, aunque la sonrisa en su rostro era un poco cansada. —Lo suficiente. Sina se despertó un par de veces anoche, pero no fue nada grave.

Ymir le acarició el brazo en un gesto de apoyo. Sabían que, aunque las noches a veces eran largas, el tiempo que pasaban con sus hijas hacía que todo valiera la pena. Mientras Shinji se sentaba a desayunar con ellas, Ymir se dedicó a alimentar a Sina, que a veces jugaba más con la comida que comía, pero aún así, cada intento de llevar la cuchara a su boca era un logro celebrado.

Después del desayuno, la familia se dividió en sus tareas habituales. Shinji llevó a las niñas al jardín, donde podían correr y jugar libremente. María y Rosa se turnaron para empujar a Sina en su pequeño columpio, mientras Shinji las observaba desde cerca, listo para intervenir si algo salía mal, pero permitiéndoles explorar y disfrutar de su tiempo al aire libre.

Ymir, por su parte, aprovechó para ordenar un poco la casa. Sabía que mantener todo en su lugar con tres niñas pequeñas era un reto, pero también encontraba paz en las pequeñas tareas del hogar, sabiendo que estaban construyendo un entorno seguro y amoroso para sus hijas. Después de asegurarse de que todo estaba en orden, salió al jardín para unirse a su familia.

—¿Cómo están mis niñas? —preguntó con una sonrisa mientras se acercaba a ellas.

—¡Mamá, mamá! —gritó Rosa mientras corría hacia ella, abrazándola con fuerza—. ¡Estamos jugando a las escondidas!

Ymir se agachó para abrazar a su hija y luego miró a Shinji con una expresión divertida. —¿Están jugando con papá?

—Sí, pero papá no es tan bueno escondiéndose como nosotras —dijo María, riendo mientras se escondía detrás de un arbusto.

Shinji se encogió de hombros, sonriendo. —Es difícil competir con ustedes dos.

Ymir rió mientras Shinji se unía a las niñas en su juego, escondiéndose y buscando entre risas y gritos de emoción. La felicidad en los rostros de sus hijas llenaba a Ymir de una calidez indescriptible. A veces, el simple hecho de estar todos juntos, disfrutando de estos momentos, era todo lo que necesitaba para sentirse completa.

El día continuó con juegos, risas y una pequeña siesta para Sina mientras las demás niñas se entretenían con sus juguetes. Shinji e Ymir trabajaron en equipo, como siempre lo hacían, cuidando de sus hijas y asegurándose de que todos estuvieran bien. Había momentos de cansancio, pero también había una alegría profunda en cada sonrisa y risa de sus hijas.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Ymir preparó la cena mientras Shinji leía un cuento a las niñas en la sala. Las voces de las pequeñas se mezclaban con la suya mientras se imaginaban en mundos de fantasía, llenos de aventuras y héroes valientes. Era un ritual que las ayudaba a relajarse antes de dormir, y para Shinji, era un momento especial que compartía solo con ellas.

Finalmente, después de la cena y del baño, llegó la hora de acostar a las niñas. Una a una, Shinji e Ymir las llevaron a sus camas, arropándolas con cariño y dándoles un beso de buenas noches. María siempre insistía en leer un poco más antes de dormir, mientras Rosa se acurrucaba con su peluche favorito. Sina se dormía casi al instante, sintiéndose segura y amada en los brazos de su madre.

Con las niñas finalmente dormidas, Shinji e Ymir se encontraron de nuevo en la sala, disfrutando del silencio que caía sobre la casa. Se sentaron juntos en el sofá, exhaustos pero felices, sabiendo que habían pasado otro día lleno de amor y alegría.

—Hoy fue un buen día —dijo Shinji, mirando a Ymir con una sonrisa.

—Sí, lo fue —respondió Ymir, apoyando su cabeza en su hombro—. A veces es agotador, pero no cambiaría esto por nada.

Shinji la abrazó con ternura, besando su frente. —Yo tampoco. Ellas son nuestra vida, y no hay nada más importante.

Y así, en la tranquilidad de la noche, Shinji e Ymir se quedaron juntos, disfrutando de esos preciosos momentos de paz después de un día lleno de la maravillosa locura de ser padres. Sabían que, aunque cada día traía sus propios desafíos, también estaba lleno de una felicidad que solo el amor por sus hijas podía traerles.

Un Nuevo Comienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora