Capítulo 36: La Paz del Hogar

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Cinco años habían pasado desde el nacimiento de María, la primera hija de Shinji e Ymir, y la vida de la familia había florecido en su tranquila casa de campo. La vida sencilla que habían construido juntos había sido testigo del crecimiento de su amor y de la llegada de nuevas bendiciones.

Era un domingo soleado, un día perfecto para descansar y disfrutar de la naturaleza. Shinji, que había estado trabajando arduamente durante la semana, se encontraba en el campo junto a sus hijas María y Rosa, plantando algunas semillas que habían recogido en la feria del pueblo. El pequeño huerto que habían cultivado con cariño era un símbolo del hogar que habían construido, uno donde la vida crecía con la misma facilidad que el amor entre ellos.

María, la mayor, ahora con cinco años, era una niña curiosa y enérgica. Había heredado el ingenio y la sensibilidad de su padre, y la determinación de su madre. Sus pequeñas manos estaban sucias de tierra mientras ayudaba a Shinji a cavar pequeños hoyos para las semillas. A su lado, Rosa, que apenas tenía tres años, imitaba a su hermana mayor con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Sus rizos dorados, como los de su madre, brillaban bajo el sol.

A unos metros de distancia, Ymir se acercba lentamente, cargando en sus brazos a la pequeña Sina, su hija más joven, de apenas un año

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A unos metros de distancia, Ymir se acercba lentamente, cargando en sus brazos a la pequeña Sina, su hija más joven, de apenas un año. Ymir había dado a sus hijas los nombres que resonaban con su historia y su amor por Shinji. María, en honor a la hija que perdió, Rosa, por la belleza de las flores que tanto admiraba, y Sina, un nombre fuerte que evocaba su conexión con el pasado, pero que ahora simbolizaba un futuro lleno de esperanza.

 María, en honor a la hija que perdió, Rosa, por la belleza de las flores que tanto admiraba, y Sina, un nombre fuerte que evocaba su conexión con el pasado, pero que ahora simbolizaba un futuro lleno de esperanza

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Shinji, alzando la vista desde la tierra, vio a Ymir acercarse. Había algo en su andar, en la manera en que sostenía a su hija más pequeña, que lo llenó de una profunda sensación de paz y amor. En sus ojos vio reflejado todo lo que habían vivido juntos, las dificultades que habían superado y la familia que habían formado. Su mirada se suavizó, y una cálida sonrisa se dibujó en sus labios.

Ymir notó la mirada de Shinji y le devolvió la sonrisa, sus ojos llenos de un amor sereno y profundo

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Ymir notó la mirada de Shinji y le devolvió la sonrisa, sus ojos llenos de un amor sereno y profundo. Mientras se acercaba, Sina balbuceaba algo en sus brazos, moviendo sus pequeñas manos hacia su padre y hermanas. Ymir, con un gesto suave, acarició la cabeza de su hija mientras continuaba su camino hacia ellos.

Al llegar junto a Shinji, Ymir se agachó con cuidado, dejando que Sina se apoyara en el suelo junto a sus hermanas

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Al llegar junto a Shinji, Ymir se agachó con cuidado, dejando que Sina se apoyara en el suelo junto a sus hermanas. Shinji, sin decir una palabra, rodeó con un brazo la cintura de Ymir, atrayéndola hacia él en un gesto lleno de ternura. El campo alrededor de ellos parecía desvanecerse, dejando solo la presencia cálida y reconfortante de la familia que habían construido.

Las niñas seguían trabajando en la tierra, riendo y jugando mientras intentaban plantar las semillas. Shinji y Ymir los observaban, sumergidos en una tranquilidad que solo se encontraba en esos pequeños momentos de la vida cotidiana. Sentían el peso de la responsabilidad como padres, pero también la gratitud por tenerse el uno al otro y a sus hijas, quienes eran el fruto de su amor.

Ymir reflexionó en silencio sobre los nombres de sus hijas. Aunque una vez esos nombres habían representado dolor y pérdida, ahora eran símbolos de un nuevo comienzo, una vida llena de amor y esperanza. Estas niñas no nacieron como un premio desalmado, sino como la encarnación del amor que compartía con Shinji, y ese pensamiento llenaba su corazón de una paz profunda.

El sol comenzó a bajar en el horizonte, bañando el campo con una cálida luz dorada. Las risas de las niñas resonaban en el aire, mezclándose con el suave susurro del viento entre los árboles. Y en ese momento, Shinji e Ymir supieron, sin necesidad de palabras, que habían encontrado la verdadera felicidad en los simples placeres de la vida, rodeados por el amor incondicional de su familia.

Este día, como tantos otros, quedaría grabado en sus corazones como un testimonio de la paz y el amor que habían construido juntos. Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Shinji e Ymir se sentaron juntos en el suelo, con sus hijas jugando a su alrededor, sabiendo que, pase lo que pase, siempre tendrían este lugar al que llamar hogar.

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