Ecos de Soledad y Esperanza
Altagracia
Durante la cena, Frida pidió cenar en su habitación porque estaba demasiado cansada para bajar, desde que llegó del colegio se encerró en su habitación y durmió.
Altagracia le encargó a José Luis que le llevara la comida. Mientras tanto, en la mesa, la cena transcurrió entre risas y chistes de los gemelos, quienes siempre encontraban la manera de hacer reír a todos con sus ocurrencias. Era un momento de alegría que iluminaba la casa.
Al finalizar la cena, fue su madre quien mandó a los niños a la cama. Con una voz suave pero firme, les dijo que era hora de descansar. Los gemelos protestaron un poco, pero Altagracia les recordó que al día siguiente tendrían una nueva aventura esperándolos. Fue entonces cuando solicitó a Amparo que los ayudara a acostarse antes de irse a descansar.
—Pero señora, los platos —refutó Amparo, con un tono de preocupación en su voz. Sabía que después de una cena tan animada, había mucho por limpiar.
—Tranquila, nosotros nos encargamos —dijo Altagracia, buscando tener algo de privacidad con su marido. Había sido un día largo para todos y necesitaban ese momento a solas.
Amparo asintió, aunque aún dudaba si dejar todo en manos de Altagracia era lo mejor. Sin embargo, entendía la necesidad de descanso y conexión entre la pareja. Así que se dirigió a los niños con una sonrisa.
—Vamos, mis pequeños, es hora de soñar —les dijo mientras los guiaba hacia sus habitaciones.
José Luis le ayudó a despejar la mesa, retirando los restos de la cena con cuidado. Mientras Altagracia se dirigía al fregadero para lavar los platos, él tomó un trapo de cocina y comenzó a secar los platos que ella iba pasando. El suave tintineo de la vajilla resonaba en el lugar, creando una melodía familiar que llenaba la cocina de calidez.
—Siempre es más agradable hacerlo juntos —comentó José Luis con una sonrisa, mientras colocaba los platos secos en su sitio. Su tono era ligero, pero había un trasfondo de complicidad en sus palabras.
—Tienes razón —respondió ella, girándose hacia él con una mirada cómplice—. Además, así no se siente tanto trabajo. Mientras continuaban con la tarea, intercambiaron historias sobre su día y recordaron anécdotas graciosas de los gemelos. La risa llenaba el aire y hacía que el cansancio del día se desvaneciera poco a poco.
Una vez terminaron, José Luis dejó el trapo a un lado y miró a Altagracia con cariño.
— ¿Que buscas? -busco entre las estanterías de madera los tesoros que había guardado a lo largo de los años. Sus dedos acariciaron las etiquetas polvorientas. Finalmente, encontró una botella de vino tinto añejo, con una etiqueta dorada que brillaba bajo la luz tenue.
—¿Te parece si celebramos este pequeño logro con una copa de vino? —sugirió, levantando una ceja de manera juguetona.
—¡Eso suena perfecto! —respondió ella, iluminándose ante la idea. Sabía que esos pequeños rituales eran los que alimentaban su relación y les permitían disfrutar de la vida juntos, incluso en medio de las responsabilidades diarias.- Iré a cambiarme por algo mas cómodo. -dejo un beso en sus labios y subió rápido a su habitación.
— No tardes. -le dijo él, sonriendo mientras la veía desaparecer por las escaleras. José Luis salió al patio trasero. La noche estaba fresca, y las estrellas titilaban en el cielo oscuro, creando un ambiente mágico que contrastaba con el bullicio cotidiano. Dos copas de cristal tintinearon suavemente en su mano mientras se sentaba en una silla junto a la fuente de piedra.
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Love
RomanceAltagracia, una abogada exitosa y reconocida a nivel nacional, se encuentra atrapada en una tormenta personal. Casada con el propietario de la naviera más destacada de América, sufre la pérdida de su cuarto hijo. Envuelta en dolor y tristeza, cuent...