Capitulo 24

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Jose Luis

José Luis se encargó de leer un cuento a los gemelos mientras Altagracia se duchaba y se preparaba en su habitación. Así transcurrían sus noches desde que adoptaron a los pequeños traviesos y después de la pelea, ya que antes ambos se ocupaban de acostarlos para luego disfrutar de tiempo de calidad juntos en la intimidad de su cuarto.

Al llegar al final del cuento, les dio un beso a cada uno.

-Buenas noches, mis pequeños traviesos. Descansen.

-¡Buenas noches, papá! -respondieron al unísono, y el corazón de José Luis se llenó de ternura. Estaban creciendo fuertes y llenos de amor, tal como siempre soñó para sus hijos.

Hablando de hijos... era momento de conversar con Altagracia. No podía seguir distanciándola más de él, eso no lo permitiría y ya había pasado mucho tiempo desde la discusión. A solas, reflexionó sobre su reacción y las duras palabras que le dijo ese día; fue insensible al herirla sabiendo que ser madre de un hijo biológico siempre fue su anhelo. Pero el miedo era su única respuesta: miedo a perderla de nuevo en sus crisis y depresiones post pérdida, miedo a no poder rescatarla esta vez de esa oscuridad en la que terminaba después del legrado. Tenía miedo y no supo expresarlo.

No deseaba revivir esa etapa de su vida y era esencial que Altagracia lo comprendiera. Sin embargo, al verla recostada a su lado en la cama, con gafas de lectura y sumergida en su libro favorito de mitología griega, sintió un calor interno que no supo describir. La extrañaba profundamente. Solo Dios sabía cuánto la añoraba. Cada noche lamentaba no poder abrazarla, besarla o amarla. Era imperativo actuar. No obstante, al acostarse junto a ella, Altagracia se volteó y apagó la luz de la mesita.

-Alta, gracias por darle esperanza a Frida -susurró-. No sé qué haríamos sin ti. Altagracia permaneció callada un instante, después se volteó para mirarlo y se recostó en el cabecero de la cama. Sus ojos destilaban una amalgama de emociones que le resultaban indescifrables.

Hacía días que no se perdía en esos ojos maravillosos que lo cautivaron desde el primer encuentro.

-José Luis, no tienes que agradecerme, lo hice porque la quiero mucho y sé que si esa mujer se la llevaba, Frida no lo hubiera soportado.

-Aun así, muchas gracias por apoyarla a pesar de nuestros problemas.

-Escucha Jose Luis, yo... -intentó hablar, pero él la interrumpió con delicadeza.

-Sé que he sido un idiota, te falte el respeto y me comporte como un canalla, por favor, amor, arreglemos esto. -La tomó de las mejillas, arrodillándose en la cama.- Tengo miedo de perderte, no quiero que esto nos distancie más. Te necesito, Alta.

-Yo también te necesito, José Luis. Pero debes entender que tus palabras me lastimaron mucho, fuiste desconsiderado y cruel. No mediste tus palabras al hablar ni al mencionar algo que sabes que deseo profundamente, no es un capricho el querer parir un bebe, tu no sabes lo que siento, por primera vez en tantos años te desconozco

-Lo sé, amor, tienes toda la razón, te he herido con lo que dije. No era mi intención, pero el temor a perderte me llevó a actuar sin pensar. Debí dejar que me contaras, debí escucharte atentamente y debí apoyarte.

- Desde el primer día sabía que esa conversación sería difícil, complicada y tensa. Sin embargo, mantenía la ilusión de que quizás, tras poner las cartas sobre la mesa, llegaríamos a un acuerdo. -suspira.- Sinceramente esperaba de ti, José Luis, otra reacción que no fuera gritos, hacerme sentir estúpida o lastimarme como lo hiciste.

- Temo perderte en el camino hermosa. -le acaricia la mejilla.- Altagracia tengo miedo a no poder rescatarte si pasa lo inevitable, sabes que hay un setenta por ciento de posibilidades de aborto y no quiero que sufras otra vez.

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