Parte 23 Creo que lo estoy disfrutando

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Al regresar al departamento de Adrián, todo se sentía extrañamente normal y, a la vez, completamente ajeno. Las paredes, el mobiliario, incluso el olor del lugar—todo me recordaba que estaba viviendo una vida que no era la mía. Pero estaba aprendiendo a sobrellevarlo.

Me dejé caer en la cama de Adrián, exhausta después de un día tan largo y extraño. A pesar de todo, tenía que admitir que había cosas que no estaban tan mal. Ser mayor de edad, la libertad de hacer lo que quisiera sin dar explicaciones, las miradas de respeto que recibía solo por ser un hombre adulto... Era una mezcla extraña de poder y responsabilidad.

Pero entonces, el cansancio finalmente me venció, y caí en un sueño profundo casi de inmediato.

El sueño comenzó de manera suave, como un susurro, envolviéndome en una calidez que se sentía agradablemente familiar. Estaba en el departamento, pero no estaba sola. Natalia estaba allí, sentada a mi lado en el sofá, riendo por algo que no podía recordar. Su risa era contagiosa, su presencia envolvente.

Ella se acercó más, y sentí cómo su mano se deslizaba sobre mi pierna. Mi respiración se aceleró, pero no de miedo, sino de algo completamente diferente. Natalia siempre había tenido esa especie de energía magnética, una confianza que era difícil de ignorar.

—¿Te sientes bien? —preguntó, su voz suave, pero con un matiz de picardía que me hizo estremecer.

Asentí, sin poder encontrar las palabras. Su mano continuó explorando, subiendo hasta que su toque se volvió más íntimo. Mi corazón latía con fuerza, y un calor intenso comenzó a acumularse en mi abdomen

Natalia se inclinó hacia mí, sus labios encontrando los míos en un beso que me dejó sin aliento. El beso se profundizó rápidamente, y sentí cómo sus senos se presionaban contra mi pecho, su calor mezclándose con el mío en una confusión embriagadora de sensaciones. No había nada en ese momento más que el deseo, una urgencia que no sabía que podía sentir tan intensamente.

Sus manos se movieron con destreza, desabotonando mi camisa y dejando que sus dedos recorrieran mi piel. Cada caricia era como una descarga eléctrica, intensificando el deseo que ya estaba ardiendo dentro de mí.

—Eres tan... —susurró contra mis labios, sin terminar la frase. No hacía falta. Podía sentir lo que ella sentía, y ese sentimiento resonaba profundamente dentro de mí.

La intensidad aumentó, y antes de darme cuenta, estábamos en la cama, nuestras ropas desapareciendo con una facilidad que solo los sueños podían permitir. Sentí cómo su piel se pegaba a la mía, cómo su respiración se entrecortaba con cada movimiento. El placer era una ola que me arrastraba sin piedad, llevándome a un punto donde ya no podía pensar, solo sentir.

Y entonces, justo cuando todo alcanzaba su clímax, desperté abruptamente.

Me senté de golpe en la cama, jadeando, mi cuerpo cubierto de sudor. La realidad se estrelló contra mí como un balde de agua fría. El calor persistente en mi entrepierna, la evidencia innegable de lo que acababa de soñar, eyaculé. No podía creerlo, pero el hecho estaba allí, humillante y confuso.

Miré hacia abajo, a las sábanas húmedas y pegajosas. Me levanté, sintiendo cómo el asco me envolvía.

¿Qué significaba todo esto? ¿Era solo una consecuencia del intercambio de cuerpos, o había algo más, algo que no quería admitir?

No había forma de saberlo ahora, y el peso de la confusión era abrumador. Pero una cosa era segura: esta experiencia estaba empujando los límites de lo que creía conocer sobre mí misma. Y con cada día que pasaba en el cuerpo de Adrián, sentía que esos límites se desdibujaban aún más.

A la mañana siguiente, me desperté con una mezcla de emociones que apenas podía identificar. La noche anterior había sido intensa, tanto el sueño como la sensación que me había dejado al despertar. Traté de apartarlo de mi mente mientras me levantaba de la cama, pero las imágenes seguían acechando en mi cabeza, confusas y persistentes.

Me dirigí a la cocina, esperando que un poco de café me ayudara a despejarme, cuando abrí el refrigerador y vi las latas de cerveza alineadas en una esquina. Siempre había visto a Adrián beber cerveza cuando salíamos en familia, o cuando nos reuníamos con otros parientes en alguna comida. Yo nunca lo había probado; mis padres eran estrictos con esas cosas. Pero ahora, siendo Adrián, esa regla ya no parecía aplicar.

Me quedé mirando las latas, indecisa. ¿Por qué no? Después de todo, estaba en el cuerpo de Adrián, con la libertad que eso conllevaba. Además, ya había lidiado con tantas cosas que jamás habría imaginado; probar alcohol no podía ser tan malo.

Tomé una lata y la abrí. El sonido de la lata al destaparse resonó en la cocina, y el olor a cerveza me resultó extraño, pero no desagradable. Le di un sorbo, esperando que el sabor fuera tan horrible como había escuchado. Para mi sorpresa, no lo era. Un poco amargo, sí, pero algo en esa amargura me resultaba intrigante.

Me acomodé en el sofá con la lata en la mano, sorbiendo lentamente mientras miraba a través de la ventana. El sol apenas comenzaba a calentar el día, y yo sentía cómo el alcohol comenzaba a calentar mi cuerpo. Había algo liberador en eso, algo que me permitía dejar de lado las preocupaciones que habían estado agobiándome.

Una lata llevó a otra. Y otra.

Poco a poco, comencé a sentirme más ligera, más despreocupada. Mis pensamientos, normalmente organizados y controlados, empezaron a desinhibirse. La confusión y la culpa que había sentido la noche anterior comenzaron a desvanecerse en una niebla de risas y sensaciones difusas.

"¡Esto es genial!", pensé, riéndome en voz alta por nada en particular. Nunca antes me había sentido tan libre, tan despreocupada. Todo el peso de ser Adrián, de mantener el secreto, de enfrentar las responsabilidades de un adulto, se desvanecía con cada sorbo. Era como si todas las barreras que me mantenían contenida se hubieran disuelto.

Mis pensamientos comenzaron a divagar, primero hacia lo ridículo—"¿Cómo se sentirá Adrián en mi cuerpo?"—y luego hacia lo profundamente personal. Me encontré pensando en Natalia, en cómo me había sentido con ella en el sueño. No podía evitar sonreír tontamente al recordar el calor de su piel contra la mía, aunque todo hubiera sido solo un sueño.

Pero también pensé en mi cuerpo, el verdadero, y en cómo Adrián estaba manejando ser yo. ¿Estaría haciendo un buen trabajo? ¿Estaría disfrutando de su tiempo como chica, o se sentiría tan confundido como yo? La idea de él lidiando con mis cosas, mis amigos, mi vida, era demasiado divertida para no reírme.

—Adrián, eres una putita en celo— dije entre risas.

La risa se convirtió en un torbellino incontrolable. Las paredes del departamento giraban a mi alrededor, y me dejé caer en el sofá, incapaz de mantenerme en pie. "Todo esto es tan raro...", murmuré, sintiendo cómo mis palabras se volvían pesadas y arrastradas.

Finalmente, el mundo comenzó a desvanecerse a mi alrededor. El cansancio—o tal vez el alcohol—me envolvió en una manta cálida, y me dejé llevar, hundiéndome en el sofá sin ninguna preocupación en el mundo.

Antes de perderme completamente en el sueño, una última reflexión me atravesó la mente: "Ser tu no es tan malo después de todo."

Devuélveme mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora