Capítulo 38: Jugando con Fuego

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Richard Savre estaba sentado en su oficina, con una sonrisa satisfecha en los labios mientras sostenía el teléfono. Había esperado mucho tiempo para hacer esta llamada. A pesar de los desafíos que se le presentaban, nada podía impedirle alcanzar su objetivo. Sus planes estaban en marcha, y todo parecía estar saliendo a la perfección.

—Buen trabajo, muchachos —dijo Richard en voz baja, casi en un susurro—. Cumplieron con su parte del trato a la perfección. Esa italiana no representará un problema para nosotros.

Al otro lado de la línea, la voz de uno de los hombres se oyó con un tono áspero y cargado de impaciencia.

—Savre, no estamos aquí para recibir felicitaciones —respondió el hombre, su acento norteamericano bien marcado—. Dijiste que nos pagarías por este trabajo. No nos pagan con palabras, y ya sabes cómo funcionan las cosas. Queremos el dinero, ahora.

Richard, con la arrogancia que lo caracterizaba, rodó los ojos mientras jugueteaba con el vaso de whisky en su mano. Se detuvo un momento, saboreando la bebida antes de responder.

—No me presiones, Howard —dijo Richard, utilizando el nombre del líder del grupo—. Saben que obtendrán su dinero. Siempre cumplo con mis promesas.

Pero Howard no estaba convencido. Su tono se volvió más amenazante.

—Nosotros también cumplimos nuestras promesas, Savre. Si no nos pagas lo que nos debes, te aseguro que podrías terminar igual que la italiana. No nos subestimes.

La amenaza colgó en el aire como una nube oscura, y Richard sintió una punzada de incomodidad. Sabía que estaba tratando con gente peligrosa, pero su ambición por ganar siempre lo cegaba. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que Danielle cumpliera su destino, incluso si eso significaba poner en riesgo a todos a su alrededor.

—Cálmate, Howard —dijo Richard finalmente, tratando de mantener el control—. No hay necesidad de ponerse nervioso. El dinero estará en sus manos antes de lo que esperan. Solo asegúrense de que no haya ningún cabo suelto.

—Eso esperamos, Savre —respondió Howard antes de colgar abruptamente.

Richard dejó el teléfono en la mesa y se sirvió otro trago de whisky, su expresión se endureció. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía permitir que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Su ambición era más fuerte que el miedo, y estaba dispuesto a arriesgarlo todo para salir victorioso.

Mientras tanto, en el hospital, Danielle despertaba lentamente, con la mente aún nublada por el calmante que le habían administrado. A medida que la confusión se disipaba, la realidad volvió a golpearla con fuerza. La herida en su rostro palpitaba, pero lo que más le dolía era la culpa que la carcomía por dentro.

No podía dejar de pensar en Stefania, en cómo había terminado en ese estado, y en el hecho de que ella no estaba allí para ayudarla. La culpa se hacía cada vez más insoportable. Necesitaba verla, asegurarse de que estaba bien. Pero sabía que para hacerlo, necesitaba la aprobación de Luca.

—¿Dónde está el chico que estaba conmigo? —preguntó Danielle con voz ronca, dirigiéndose a la enfermera que había entrado en la habitación para revisarla.

La enfermera, una mujer mayor con una mirada amable, levantó la vista de la tabla donde revisaba los signos vitales de Danielle.

—El joven salió hace un rato, creo que para tomar un poco de aire fresco —respondió con calma—. ¿Te sientes mejor?

Danielle asintió, aunque en realidad, no se sentía mejor en absoluto. Sentía que su vida estaba en suspenso hasta que pudiera ver a Stefania, hasta que pudiera hacer algo para enmendar lo que había sucedido. Estaba al borde del desespero, y la enfermera lo notó en su expresión angustiada.

—Necesito hablar con él —dijo Danielle con urgencia, sin poder ocultar el temblor en su voz—. Necesito su permiso para ver a Stefania. No puedo... no puedo esperar más. Es muy importante.

La enfermera la miró con curiosidad, tratando de entender la intensidad en las palabras de Danielle. Había oído rumores sobre estas dos mujeres, sobre cómo eran rivales en el mundo de las carreras, pero ahora, viendo la desesperación en los ojos de Danielle, empezó a pensar que tal vez había algo más.

—¿Es que ustedes dos...? —la enfermera titubeó, preguntándose si estaba cruzando una línea—. Perdona la pregunta, pero... ¿ustedes dos están juntas?

Danielle se quedó paralizada por un segundo, sorprendida por la pregunta. No sabía cómo responder. Su relación con Stefania era todo menos clara, llena de conflictos y emociones contradictorias.

—No... no lo sé —murmuró Danielle, su voz casi quebrada—. Solo sé que necesito verla, estar ahí para ella. No puedo explicarlo, pero... no puedo dejar que siga así, sola.

La enfermera la observó con una mezcla de compasión y comprensión. Había visto muchas cosas en sus años de servicio, y a veces, lo que las personas no podían ver en sí mismas era lo más evidente para los demás.

—A veces, el amor se manifiesta de maneras que no entendemos del todo —dijo suavemente la enfermera—. Puede que no lo veas aún, pero algo me dice que lo que sientes por esa mujer es más que solo preocupación.

Danielle apartó la mirada, sintiendo una oleada de emociones que apenas podía contener. No estaba preparada para enfrentar lo que la enfermera estaba insinuando, no ahora, no cuando Stefania aún estaba luchando por su vida.

—Solo... solo quiero verla —insistió Danielle, luchando por mantener la compostura—. Por favor, ¿puedes encontrar a al chico para mí? se llama Luca Spampinato 

La enfermera asintió, dándose cuenta de que no tenía sentido presionar más a Danielle en este momento. La situación ya era lo suficientemente complicada sin añadirle más confusión.

—Veré qué puedo hacer, pero mientras tanto, por favor, descansa un poco más —dijo la enfermera antes de salir de la habitación.

Danielle se quedó sola de nuevo, con su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía que la enfermera tenía razón en parte, pero ahora mismo, lo único que podía hacer era concentrarse en lo que realmente importaba: estar allí para Stefania, de cualquier manera que pudiera.

Mientras tanto, Richard Savre, en su ambición desmedida, seguía tirando de los hilos de un juego peligroso, sin darse cuenta de que estaba poniendo en riesgo no solo su propio futuro, sino el de todos los que lo rodeaban. Y mientras Danielle luchaba con sus propios demonios, el peligro acechaba en las sombras, listo para atacar cuando menos se lo esperara.

Rivalidad -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora